Hace unos días estuvimos en Bueña, un pequeño pueblo turolense en la comarca del Jiloca, en un acto organizado por la Federación de Asociaciones Vecinales de Teruel. En Bueña están censados poco más de 50 personas y apenas 40 residen de manera habitual. No tiene bar ni tiendas. Pero sorprende por su dinamismo y sus iniciativas colectivas. De manera entusiasta muestran sus atractivos, su paisaje enriscado, donde todavía pudimos ver alguna cabra montesa, su yacimiento paleontológico, la torre del castillo, la ermita de San Vicente, su antiguo y recuperado lavadero, donde lavaban de rodillas, la iglesia, con su talla románica, su museo…
Y «la era del tío Cesáreo», un paraje singular en el que esta persona, ya fallecida, utilizando materiales reciclados creó un entorno sorprendente: botellas haciendo formas y mensajes en el suelo, azulejos y tejas, objetos antiguos reconvertidos en arte, plantas, un vivero hecho con los restos de un Seat 600, cercas con alambradas de la guerra, relojes de sol, un columpio con una campanilla que suena al balancearse en él los niños para que en el pueblo otros niños sepan que están allí… Porque el tío Cesáreo creó ese espacio como un reclamo para que niños y niñas lo llenasen con sus risas y sus juegos. Hoy apenas hay niños y niñas en el pueblo, aunque alguno nos acompañó en el recorrido, entre ellas una pequeña todavía en brazos. Pero, de cuando en cuando, la campanilla vuelve a sonar.
Han señalizado lugares y rutas con azulejos, orientando e informando de cada uno de ellos con ingeniosos comentarios. Han realizado murales. Han editado pasaportes, folletos, libros y diversos materiales y objetos de su pueblo. Incluso una mascota, Superlite, que rememora uno de esos seres del pleistoceno que habitaba la zona cuando ésta era fondo marino. Existe una asociación, A-Bueñiza-Te, de la que forman parte personas de la localidad y vinculadas a ella. Es el motor dinamizador de la vida del pueblo, desde donde se impulsan estas iniciativas. Tienen un lema: quien propone algo, lo hace. Porque es fácil proponer cosas, pero hace falta a veces dinero y siempre personas que las realicen.
Mantiene informados de su actividad a todos sus socios, vivan donde vivan, de manera que multiplican la participación en sus actos a través de las redes sociales. Es una asociación liderada por mujeres entusiastas y enamoradas de su pueblo: Anunciación, Bea, Rosa…, que han conseguido involucrar a entidades y personas que aportan sus conocimientos o su arte.
Bueña es un pueblo que lucha por mantenerse vivo, con apenas 50 habitantes, con las mismas dificultades como en tantos y tantos pueblos de eso que llamamos España vaciada. Necesitan ayudas y servicios para que quienes han decidido vivir allí o quienes decidan hacerlo en un futuro, puedan hacerlo. Pero más allá de la reivindicación han compensado su falta de población con entusiasmo y creatividad. Cuando conoces Bueña, tienes la sensación de que es un lugar lleno de vida. No he dejado de pensar cuáles son las claves para ello, para que la vida en un pueblo no se apague y tenga un futuro, a pesar de su escasa población. La experiencia de Bueña sugiere, al menos, tres cosas:
1º. Hace falta identificar y poner en valor sus atractivos de todo tipo: paisajes, monumentos, historia, tradiciones…
2º. Es imprescindible un núcleo impulsor, liderazgos.
3º. La importancia de las redes sociales para mantener vinculadas a la localidad a quienes habitualmente no residen en ella, incluso a quienes ni siquiera han nacido o vivido allí.
En la era de lo global y de lo urbano, en la era de la homogeneidad cultural, «tener un pueblo» es un lujo. No hace falta vivir en él. Es suficiente sentir que tienes vínculos con ese pueblo.
Un pueblo es algo más que un espacio físico, un pueblo es un espacio emocional, un sentimiento de pertenencia a una comunidad con rasgos característicos y diferenciales. Mi pueblo. Una perspectiva que debería incorporarse a la lucha contra la despoblación, considerando lo importante que es esa población no residente o residente ocasional, que se considera «del pueblo» y que participa, al menos ocasionalmente, en sus dinámicas.
Lo veo también en mi pueblo soriano, con algo menos de 500 residentes habituales, pero muchos más que vamos los fines de semana, puentes o vacaciones. A veces alguien me dice que conoce a alguien de mi pueblo, y por más indicaciones que me da, no soy capaz de identificar quién es o de qué familia es; hasta que descubro que no es del pueblo, sino alguien tan vinculado a mi pueblo que lo considera suyo. Y lo es. Es, en todo el sentido de la expresión, «su pueblo». Y mi pueblo. n
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