Para mí cubrir la Recopa de Europa ha sido sin duda una de mis mejores experiencias como fotoperiodista durante mis 40 años de profesión. No sólo la final, también las eliminatorias previas con diferentes equipos europeos, como Feyernoord o Chelsea… Fueron unos meses muy intensos siguiendo al equipo. EL PERIÓDICO DE ARAGÓN estuvo allí, con información diaria sobre cada entrenamiento, los desplazamientos, entrevistas, suplementos especiales… El Real Zaragoza era un equipo muy respetado y querido deportivamente con personalidad y un estilo de juego muy alegre que hacía disfrutar a los aficionados.
El equipo jugaba de memoria, una auténtica gozada. Víctor Fernández tenía el carisma que tiene que tener un entrenador y los jugadores, con una calidad incuestionable, formaban una gran familia que transmitía el entusiasmo que necesita siempre la afición. Hay que tener en cuenta que en aquellos años la Recopa era una competición con un enorme prestigio internacional, que despertaba el interés de medios y seguidores de todo el mundo del fútbol.
Después de todo llegó esto, llegó por fin la gran final de París, en un estadio mítico como el Parque de los Príncipes. Por supuesto allí estuvo EL PERIÓDICO DE ARAGÓN. Rogelio Allepuz y yo dispuestos a fotografiar el partido más importante que jugaba el Real Zaragoza en su historia.
Íbamos cargadísimos porque, además de todo el equipo fotográfico, cámaras, objetivos, flashes y demás herramientas, llevábamos un transmisor de fotos que pesaba lo suyo y un maletón grande con los utensilios propios del laboratorio fotográfico. Hay que recordar que en el año 1995 todavía no existía la fotografía digital. Trabajamos con carretes de color que había que revelar en completa oscuridad con líquidos en unas cubetas, de manera totalmente manual. El partido tuvo todo lo que tiene que tener una final: emoción, tensión, goles, alegría en las celebraciones, prórroga y, ya para acabar, el éxtasis final con ese gol mágico de Nayim, que hizo desatar la locura colectiva de jugadores y afición.
En esos momentos de tanto revuelo, los fotógrafos nos dejamos llevar por la intuición, no puedes preparar ni planificar nada. Es todo muy rápido y frenético. Había muchísimos medios gráficos, todos intentando captar esos momentos, empujones, codazos… Todos intentamos captar la mejor foto y no hay sitio para todos. Las sensaciones que teníamos en nuestro caso eran buenas. Sabíamos que había buenas fotos de la inmensa alegría de los jugadores, en el momento de la entrega de la Copa y de la celebración posterior corriendo por todo el estadio.
Ya era muy tarde y Rogelio y yo nos miramos como diciendo «esto ya está , vamos corriendo a revelar los carretes», puesto que había que transmitir desde el mismo estadio para la edición del diario.
Las luces del estadio empezaban a apagarse, cuando de repente veo a Fernando Cáceres, prácticamente encaramado en el larguero de la portería donde entró el balón en el último minuto de la prórroga. Yo estaba prácticamente en el centro del campo, por lo que eché a correr y me dio tiempo a llegar justo cuando levanta el brazo con la Recopa en la mano. Disparé mi cámara casi sin enfocar ni encuadrar la imagen, no me daba tiempo. Solo pude hacer dos fotogramas. Sabía que podía ser una buena foto, pero hasta que no revelamos los rollos de película, y vi que la foto estaba bien no me quedé tranquilo.
Mientras en Zaragoza estaba todo el mundo en la calle gritando y celebrando la gesta, Cáceres representaba a todo el zaragocismo elevando el trofeo al cielo de París en una imagen espectacular y llena de simbolismo. Por eso es para mí una foto muy especial, por todo lo que representó y porque ha llegado a ser una foto icónica, recordada por muchos aragoneses 30 años después.