Los cardenales electores han necesitado solo cuatro votaciones para que al menos dos tercios hayan confiado en Robert Francis Prevost, religioso agustino nacido en Chicago y con vínculos intensos con América Latina, como nueva cabeza de la Iglesia católica. Especular sobre cuál ha sido el camino que ha llevado a esta elección, qué equilibrios se han producido y qué sensibilidades se han expresado en el interior del cónclave es un ejercicio fútil. Más interés tiene analizar las primeras palabras y gestos del nuevo pontífice, y las señales que pueden extraerse de su carrera eclesiástica.
El primer mensaje de un pontífice es el nombre que asume. Y el de Prevost es León XIV. Juan Pablo I emitió un mensaje de continuidad con el Vaticano II al ligar su nombre con el de los dos pontífices que marcaron el concilio. Francisco dejó claro, al recurrir por primera vez en la historia al santo de Asís como referente, que la opción por los desfavorecidos y la ruptura con cualquier entramado económico-curial iban a marcar su pontificado. León XIV se pone en la estela de León XIII, autor de la encíclica Rerum novarum que declaró la voluntad de adaptar una institución milenaria a la modernidad y definió la que vendría a denominarse como la doctrina social de la Iglesia. En un momento de grandes cambios, entonces la revolución industrial, fue una opción por los derechos obreros y la sindicación y por un papel activo en la justicia social alejado al mismo tiempo del materialismo marxista. Algo no muy distinto de la sensibilidad de un Jorge Bergoglio que hizo derivar el foco del mensaje público de la Iglesia desde una centralidad de la moral sexual y la disciplina interna hacia la moral social y el gobierno colegiado, pero que se escapaba de una simplista definición como progresista.
Ya desde el balcón de la plaza de San Pedro, León XIV tardó instantes en recordar la figura de su predecesor evocando el último mensaje, el día anterior a su muerte, en el que la «voz débil, pero siempre valiente, del papa Francisco» clamó por la paz. «La paz sea con vosotros», proclamó el nuevo pontífice. En un contexto internacional complejo, la Santa Sede parece así seguir dispuesta a tener una voz propia en conflictos que tensan las relaciones internacionales como el de Oriente Próximo y la guerra de Ucrania, la inmigración o el cambio climático (en estos dos últimos aspectos, las escasas declaraciones públicas de Prevost hacen prever una estricta continuidad). Muchos daban por supuesto que un perfil procedente de la diplomacia vaticana, como el del cardenal Parolin, podría ser el adecuado en este contexto. Pero un cónclave compuesto en un 80% por purpurados erigidos por el papa Francisco opta de nuevo por un papa con talante de pastor, que pasó de una diócesis de base en Perú a intervenir desde Roma como hombre de confianza del pontífice en el intenso proceso de renovación del episcopado mundial.
La voluntad de preservar la unidad de la Iglesia ante los sectores que se habían manifestado opuestos a las políticas de su predecesor y advertían de una profunda división ante un hipotético Francisco II llegará por la vía pastoral y no la diplomática y con gestos menos exuberantes. La incógnita es saber hasta qué punto León XIV podrá incluir bajo su deseo de «una iglesia que construye puentes y el diálogo, siempre abierta a todos» tanto a quienes objetaron abiertamente de la mano abierta de Francisco a mujeres, divorciados u homosexuales como a quienes habían visto con esperanza las palabras, no siempre acompañadas por hechos, del anterior pontífice.