El reciente apagón que dejó durante horas a España a dos velas destapó el inevitable debate ideológico que contamina la vida política de este país: defender las energías renovables es de izquierdas; y de derechas, apostar por las nucleares.
En España el progresismo le ha puesto fecha a la congelación de los reactores. Eso explica que el Plan Nacional de Energía y Clima para 2030 prevea el cierre de todas las centrales basadas en la fisión del átomo; y que mantenga, sin embargo, toda la potencia instalada en ciclos combinados, pese a que la tecnología del gas genera hoy el 60% de las emisiones. ¿Serán reminiscencias de los tiempos ya lejanos del hombre del saco, puesto que ocho de las diez centrales atómicas del país -tres de ellas ya cerradas- se comenzaron a construir bajo mandato franquista?
La preeminencia de la energía procedente del viento y del sol no es cuestionable: el futuro es verde o no lo es. Sin embargo, el informe financiero anual de Red Eléctrica, que firma Ernst and Young, ya alertaba hace meses del riesgo de apagones en España tras el cierre nuclear.
Como casi siempre, la virtud se encuentra en el acierto en marcar una línea equidistante: un mix que incorpore la justa medida de las distintas fuentes energéticas, siempre que sean limpias como condición indispensable. Lo cual exige acuerdo y consenso, habilidades políticas que, por desgracia, no se estilan. Así ocurre que el sistema energético español, ahora en penumbra, se ve sometido a la ideología eléctrica del gobierno de turno. Como el actual, al que con frecuencia se le cruzan los cables.
Suscríbete para seguir leyendo