En enero de 2020, coincidiendo con el inicio de la pandemia del covid-19, Pedro Sánchez (que había recalado en la Moncloa en 2018 después de ganar una moción de censura contra Mariano Rajoy) es investido presidente del Gobierno para un nuevo mandato, tras un acuerdo con Unidas Podemos para formar un gobierno de coalición. Había logrado convencer a Pablo Iglesias, argumentando que el avance de la extrema derecha ponía en peligro la democracia y suponía una amenaza para el estado de bienestar. A posteriori, quedaría patente que Sánchez es más nocivo para el país que la ultraderecha y la ultraizquierda juntas.
En mayo de 2021, mientras Sánchez, complacido por haberse afianzado como inquilino de la Moncloa, disfrutaba todo lo que podía de la “fiesta del poder”, e improvisaba medidas y contramedidas para lidiar con los “contratiempos” inherentes a la pandemia (que no cesaba de causar estragos en España y en el mundo); tuvo lugar un acontecimiento inesperado que, además de aguarle la fiesta a Sánchez y turbar su ensoñación narcisista, asestó un duro golpe a la política exterior española (que, dicho sea de paso, nunca destacó por su brillantez) devolviéndola a aquellos oscuros e inciertos días en que el franquismo exhalaba su último aliento y en los que Hasan II le marcaba el rumbo a Carlos Arias Navarro, igual que haría Mohamed VI –46 años después– con Pedro Sánchez.
En esos años de pandemia, el régimen alauí estaba más pendiente de la maquinaria judicial europea que, de un momento a otro, podía fallar en su contra en la causa de los acuerdos comerciales pesquero y agrícola UE-Marruecos (recurridos por los saharauis en 2012 al incluir el Sáhara en su ámbito); que de la oleada de contagios del mortífero virus que diezmaba su población y colapsaba el sistema de salud del reino. Tanto es así, que no dudó en echarse en brazos del terrorista Benjamín Netanyahu a cambio de un twit en el que Trump –en 2020– se adhería a sus tesis de ocupación del Sahara.
Cuando en abril de 2021 el líder saharaui Brahim Gali (infectado de covid y en estado crítico) fue ingresado en un hospital de Logroño, Mohamed VI halló la excusa perfecta que estaba esperando para lanzarse a la yugular de Sánchez, porque, para el monarca del sur, Sánchez era España. Una España vulnerable, desprovista de potestad y soberanía e incapaz de acoger en su propio suelo a nadie (aunque fuera por razones humanitarias y aunque fuera español) sin el beneplácito de Marruecos.
Una España vulnerable, desprovista de potestad y soberanía e incapaz de acoger en su propio suelo a nadie (aunque fuera por razones humanitarias y aunque fuera español) sin el beneplácito de Marruecos
Como represalia por la acogida de Gali (un mes después de su llegada a España) el Majzen desatendió la frontera que tiene con España y permitió la entrada a Ceuta de más de 9000 personas; sembrándose en la ciudad un caos de tal magnitud que desbordó a las fuerzas de seguridad, que, a la vez que trataban de imponer un mínimo de orden e intentar controlar una situación incontrolable, debían socorrer a miles de ahogados (la mayoría niños pequeños, mujeres y adolescentes).Todo ello derivó en una grave crisis humanitaria que tuvo una proyección diplomática internacional, en la que la presidenta de la Comisión Europea –Ursula von der Leyen– se solidarizó con España, y la comisaria para Asuntos de Interior –Ylva Johansson– declaró que “las fronteras españolas son fronteras europeas”. Mientras tanto, el Gobierno de Sánchez mostró una pasividad sorprendente; y Marruecos, habiendo cometido una agresión directa a la soberanía nacional, simuló ser él el agraviado. Es decir, Sánchez, contra toda lógica, en vez de reaccionar (como mínimo) a como lo hizo Aznar en 2002 (cuando lo de la isla de Perejil); se sintió obligado a ¡pedir perdón! a Mohamed VI, dándole a entender (y es lo único que cabe intuir) que su España –la de Sánchez– tenía bien merecida la afrenta marroquí.
Y no tardó en hacerlo: El 12 de julio de 2021 destituyó fulminantemente a Arancha González Laya, titular de Exteriores, y designó en su lugar a José Manuel Albares (tan afín –o más– a la Corona marroquí, como su Jefe).
A partir de aquí, comienza la “conversión” de Sánchez. Ha iniciado un viaje sin retorno en el que no descansará hasta igualar o superar (si es que eso es posible) al expresidente Zapatero en la sumisión al régimen alauí.
Pero la cabeza de González Laya y la garantía curricular del servilismo de Albares no son suficientes para obtener la gracia real, que no llegaría hasta el 18 de marzo de 2022. Ese día, Mohamed VI hace pública una nota, atribuida a Sánchez, en la que éste se adhería a los postulados de ocupación ilegal del Sahara por parte de Marruecos. Este posicionamiento –personal– promarroquí de Sánchez, anunciado desde Rabat y no desde la Moncloa; borraba de un plumazo la postura tradicional de neutralidad relativa (España nunca dejó de suministrar armas y equipamiento militar a Marruecos) que Madrid mantuvo a lo largo de los 47 años precedentes en la guerra –que no el conflicto– del Sahara, excluyéndose a sí misma como actor necesario que pudiera contribuir para traer la paz a la región del Magreb, dada su responsabilidad ineludible como potencia administradora que sigue siendo del Sahara, la antaño provincia española 53.
A pesar de que prevalecen más dudas que certezas sobre la verdadera autoría de la nota divulgada por Rabat, y aunque, a día de hoy, no existe ninguna evidencia fehaciente que respalde lo contrario; y a pesar de que siempre estará envuelta en un halo de sospecha al ser difundida desde Rabat y no desde Madrid; Sánchez, en su momento, la asumió como suya, arrogándose, en nombre de su Gobierno, la nueva posición promarroquí. ¿Qué perseguía Sánchez con este viraje repentino, apenas a un año del allanamiento intencionado de la frontera de Ceuta y Melilla? Básicamente, dos objetivos: Uno, teatral y complejo; y el otro, notorio y simple. Este último, más personal, íntimo e inconfesable (relacionado, probablemente, con el espionaje al teléfono móvil del presidente a través del software malicioso Pegasus, durante la semana de la crisis fronteriza de Ceuta) consiste, sencillamente, en que Sánchez suplicaba al Majzen que le diera un respiro. Ya no podía más. La imprevisible espada de Damocles que pendía sobre él desde el año anterior le quitaba el sueño.
El objetivo pantalla (apertura de las aduanas de Ceuta y Melilla, control de la inmigración, lucha contra la delincuencia organizada transnacional –narcotráfico, tráfico de personas–) que, de cara al público, esgrimió Sánchez para justificar semejante giro en la política exterior, era solo eso, una cortina de humo en forma de una estilizada hoja de ruta que Marruecos nunca tuvo intención de llevar a la práctica. De hecho, la tan celebrada hoja de ruta que Sánchez pactó con Mohamed VI en la primavera de 2022, no es sino un compendio de las armas que Marruecos maneja para coaccionar a España y a Europa.
Casi cuatro años después de la transgresión a la frontera de Ceuta y Melilla, y más de tres de su apoyo a la ocupación del Sahara, Sánchez sigue sin librarse de la espada de Damocles que le provoca insomnio y sudores fríos; y los objetivos aparentes que se había fijado, se han cumplido con creces pero (para desgracia de España y Europa) en sentido inverso: Marruecos no ceja en su reivindicación de Ceuta y Melilla; el narcotráfico, proveniente del otro lado del Estrecho, continua en auge; y la presión migratoria, alternando la letal ruta atlántica –de Canarias– y la ruta mediterránea, no disminuye.
Marruecos tampoco ha conseguido lo que, desde hace medio siglo, anhela más que nada: Que el mundo le reconozca como propia una tierra que no le pertenece. Un territorio que ocupó ilegalmente y cuyo pueblo juró por la sangre de sus mártires que, mientras quede un solo saharaui vivo, el Sahara no será subyugado. Donald Trump, en su actual mandato, se ha reafirmado en su twit de 2020, que, cinco años después, no ha variado ni un ápice (ni en el plano jurídico, ni a nivel de los organismos internacionales –ONU, Unión Africana, Unión Europea–) el status del Sahara Occidental como Territorio No Autónomo pendiente de descolonización. Esta nueva revalidación del twit de 2020, a la que Marruecos se aferra, desesperado, como quien se agarra a un clavo ardiendo –al igual que su versión inicial– no cambiará nada; y no tendrá más valor que el que se espera del arancel del 10% que Trump impuso a las remotas islas Heard y McDonald, situadas en el extremo austral del océano Índico, más cercanas a la Antártida que a cualquier otro continente y habitadas, únicamente, por pingüinos reales y aves marinas. Por otra parte, es de dominio público (salvo para Marruecos) que Donald Trump es, ante todo, un mercader, un magnate avaro que solo invierte un dólar si está seguro que le reporta diez y no tiene amigos ni aliados. Su mejor aliado hoy, mañana puede pasar a ser su peor enemigo. Todo depende del volumen de ganancia que le puede aportar la amistad o la alianza en un momento dado. Y Marruecos, al que la Casa Blanca destina –desde 1975– miles de millones de dólares en concepto de armas y material bélico (buena parte del cual ha acabado en el Museo de la Resistencia de la RASD, o esparcido en el desierto, convertido en amasijos fosilizados e inservibles) sin un resultado tangible que redunde en beneficio de EE.UU. y sin lograr, en cincuenta años, doblegar a los saharauis, está en el punto de mira de Trump. Si, a su pesar, continua apoyándolo, es solo para complacer al criminal de guerra Netanyahu; otro al que, cuando toque, también le llegará el turno.
Lo que sí ha conseguido Marruecos –y el mérito es de Sánchez– es intervenir, literalmente, la política exterior española
Lo que sí ha conseguido Marruecos –y el mérito es de Sánchez– es intervenir, literalmente, la política exterior española; de tal manera que, cualquier decisión, enfoque, disposición o declaración relacionada con el asunto del Sahara, antes de adoptarse debe ser avalada por el régimen alauí, que solo la aprobará si antepone los intereses de Marruecos a los de España. Un ejemplo –entre muchos– que ilustra de forma categórica esta afirmación, son las declaraciones vertidas por José Manuel Albares el primer miércoles de abril en una entrevista concedida a Fernando Berlín (Radiocable), en las que reconoce que Sánchez sacrificó el principio de autodeterminación para recomponer las relaciones con Marruecos (esto es, para recibir el “perdón” que, como hemos señalado arriba, Sánchez imploró, irracionalmente, a Mohamed VI en 2021) y califica de “irresponsables” a los saharauis por defender su derecho a este “supuesto principio”.
El derecho a la autodeterminación es la piedra angular sobre la que se cimienta la organización de las Naciones Unidas, ya que la mayoría de los Estados miembros de la misma, lo son gracias a la aplicación de este principio.
Es un principio fundamental del Derecho internacional público que, además de ser inalienable y generar obligaciones erga omnes (respecto de todos) para los Estados; tiene rango de norma ius cogens, o sea, es un precepto de derecho imperativo que no admite ni la exclusión ni la modificación de su contenido, con lo cual cualquier acto que sea contrario al mismo será declarado nulo de pleno derecho.
Este reconocimiento público en el que el titular de Exteriores manifiesta que la relación España-Marruecos se ha reconstruido lesionando el derecho inalienable del pueblo saharaui a la libre determinación, no solo anula y convierte en ilegal todo lo que ambas partes hayan podido acordar en este contexto; sino que inhabilita al señor Albares para seguir al frente del ministerio de Asuntos Exteriores. Al menos es lo que acontecería en un país democrático; y España lo es, pero, como hemos referido, su Gobierno está en manos de Marruecos, que no deja de ser una dictadura consolidada por mucho que haya albergado, en diciembre pasado, la reunión del Consejo Global de la Internacional Socialista (que, recordemos, preside, en la actualidad, Pedro Sánchez).
Pero la injerencia de Marruecos, en su ciego afán de imponer sus tesis de ocupación ilegal del Sahara, no se limita solo al Departamento dirigido por Albares, sino que se extiende a organismos vitales y extremadamente sensibles como el CNI (Centro Nacional de Inteligencia) encargado de velar por la seguridad nacional e integridad territorial de la nación; al mismísimo sistema educativo de España, cuya importancia a nivel estratégico, social y generacional huelga resaltar; y, prácticamente, a todas las instituciones y entidades dependientes del Gobierno. El rastro de los tentáculos del Majzen es palpable, una y otra vez (casi de forma cíclica) en la televisión pública, el BOE (Boletín Oficial del Estado) o la AEMET (Agencia Estatal de Meteorología), propagando datos y mapas falsos que, aun siendo denunciados en reiteradas ocasiones por El Independiente, siguen siendo recurrentes.
Se da la circunstancia –causal y no casual– de que, justo con la inauguración (en abril de 2022) de la nueva etapa de relaciones con Marruecos a la que Sánchez denomina “partenariado del siglo XXI”; se imparte una orden tajante a los agentes del CNI desplegados en Marruecos: Deben abandonar el país de inmediato y desmontar, de la noche a la mañana, toda la infraestructura que les daba soporte. El esfuerzo, recursos y tiempo que requirió su implementación, así como los resultados logrados y los que se espera lograr, no cuentan para nada. Su presencia en el país vecino será meramente testimonial y se centrará fundamentalmente en tareas de carácter administrativo y no de inteligencia. España se queda sin ojos en un país donde miles de ojo avizor son pocos.
De este repliegue del CNI (que, a nivel oficial, se niega) nadie sabía nada hasta que, a principios de abril, el diario El Mundo lo destapó. A pesar de los cantos de sirena del Majzen que encandilaron a algunos (como el diario La Razón) todavía quedan en España medios y periodistas que hacen honor a su profesión y a su nombre.
Mohamed VI recibe con los brazos abiertos a Sánchez y, simultáneamente, destierra al CNI del reino. Esto no nos sorprende, porque en Palacio se tratan muchos asuntos turbios y opacos de los que se puede hacer partícipe a Sánchez, pero no al CNI. Es un testigo incomodo que no tiene cabida en la nueva era de relaciones.
No olvidemos que –en 2020– el servicio secreto marroquí, por mediación de Zapatero, reclutó al conocido traidor saharaui (Hach Ahmed) para fundar un movimiento fantasma –carente de base militante– con el fin de reforzar la intensa actividad de propaganda y desinformación que Zapatero y otros dirigentes del PSOE (José Bono, Miguel Angel Moratinos, Juan Fernando López Aguilar…) tratan de colar, insistente e impúdicamente, en foros y eventos internacionales. El CNI, al tener la valentía de desenmascarar esta vil maniobra, se convirtió en el enemigo público número uno de la dictadura alauí.
España, como todos saben, es la metrópoli de la última colonia de África, lo que convierte el Sahara en un territorio pendiente de descolonización. Esta es una realidad histórica innegable. Una realidad que Marruecos odia en lo más profundo de su ser, ya que desvirtúa todo su discurso y deja a las claras que es una potencia ocupante. Pues bien, Marruecos, empecinado en la negación de este hecho histórico; en un movimiento insidioso que roza la psicopatía, y con el vano intento de solapar esta realidad ante la que se siente impotente, se ha introducido, furtivamente, nada más y nada menos, que en –algunos– colegios españoles para inculcar a los niños conceptos espurios que, además de tergiversar la geografía y la historia, tienen como única finalidad servir a los intereses expansionistas del régimen alauí.
En el contenido, que imparte profesorado funcionario marroquí (y ya sabemos lo que eso implica) se incluye un apartado titulado “La fiesta de la Marcha Verde”. Se celebra como fiesta lo que en realidad fue una invasión que dio comienzo a la ocupación ilegal del Sahara y al genocidio de su pueblo.
¿Cómo se ha llegado a esta situación en la que la voracidad expansionista alauí osa, incluso, traspasar el umbral de los colegios? Al parecer, esta intrusión marroquí en el sistema educativo español, se enmarca en el llamado “Programa de Enseñanza de Lengua Árabe y Cultura Marroquí” (PLACM), cuya programación y funcionamiento España delegó en Marruecos.
Solo con ver el título del programa, se advierte que existe una intencionalidad insana y, si a ello le sumamos que su desarrollo fue delegado en personal marroquí, ya no cabe ninguna duda de que sus propósitos no pueden ser buenos. Como afirma Dris Bouissef-Rekab Luque, profesor de lengua española en la Universidad de Rabat, “en Marruecos la educación no está destinada a enseñar, sino que pone orejeras para que se piense como quiere el poder”.
Este plan, posiblemente, estaría libre de sospechas si se hubiera titulado “Programa de Enseñanza de Lengua y Cultura Árabe”, porque se supone que Marruecos es un país árabe, por lo tanto no hay necesidad de singularizarlo en un programa genérico de cultura. Tampoco es un país representativo de la cultura árabe para merecer esta distinción. Por consiguiente, se puede concluir que la prerrogativa que se le concede en este programa obedece únicamente a motivos políticos.
Nadie está en contra de la interculturalidad y el que los niños sepan e interactúen con otras culturas siempre es enriquecedor, pero solo si se efectúa bajo una planificación, transparente e incuestionable que contemple los valores universales.
¿Y Cuál es la intrahistoria de la Marcha verde?
En el otoño de 1975, mientras Franco agonizaba en su lecho de muerte, Hasan II presionaba a España para que le entregara el Sahara. El 16 de Octubre, la Corte Internacional de Justicia dictaminó que no existen vínculos de soberanía territorial entre el Sahara Occidental, ni con Marruecos, ni con Mauritania.
Hasan II, viendo que había perdido la batalla jurídica, decidió tomarse la justicia por su mano; y, ese mismo día (16 de octubre) con la ayuda de EE.UU. y Arabia Saudí, inició los preparativos para invadir el Sahara Occidental con una masa humana hambrienta de 350.000 personas. Durante 12 días, los integrantes de esta marabunta –que, mayoritariamente, eran campesinos pobres reclutados a lo largo y ancho del reino– fueron transportados en 10 trenes diarios hasta Marrakech. Desde allí fueron trasladados en 7.813 camiones, primeramente a Agadir y posteriormente a Tarfaya (localidad situada en el límite meridional de Marruecos, colindante con el Sahara Occidental). La marea de desposeídos se adentró en territorio saharaui el 6 de noviembre.
La tensión en la frontera era máxima. Los soldados españoles apostados en la misma, estaban en posición de combate y, exaltados, ansiaban que sus mandos les dieran la orden de intervenir. Una orden que no llegaría nunca. España cedió a la presión de Hasan II y entregó el Sahara. Con los medios de que disponían, los saharauis se enfrentaron al invasor marroquí en una cruenta guerra que continua hasta hoy.
Henry Kissinguer, Secretario de Estado de EE.UU., ideólogo y promotor de la invasión, la denominó La Marcha Blanca, pero Hasan II prefirió llamarla La Marcha Verde, para camuflarla en el color del islam. Para los saharauis es la Marcha Negra, que es el color que mejor la define.
En 1975 Hasan II se propuso conquistar el Sahara invadiéndola con la Marcha Negra, pero murió sin ver su sueño realizado. No consiguió conquistar el Sahara pero sí ha logrado que –en 2025– su Marcha Negra llegue a la península.
Abderrahman Buhaia es intérprete y educador saharaui