España a ciegas
En aquellos almuerzos en la Tasca Suprema, con los inolvidables Manolo Martín Ferrand, Pepe Oneto y César Alonso de los Ríos, comencé a familiarizarme con la figura del «ditirambo» (en la tradición griega, canto coral dedicado a Dionisio, lleno de entusiasmo y exaltación).
Manolo nos anticipó que iba a publicar un artículo, «Ditirambo militante», en respuesta a las proclamas de un sobrevenido sopista (RAE: persona que anda a la sopa), quien, en referencia a la presidencia europea del entonces jefe del Ejecutivo –ahora Cristo emérito– afirmaba que esta «marcará el rumbo de Europa en la próxima década».
Ese elogio desmedido, que encubre un sentimiento nacional de fracaso, es un ejemplo claro de hipérbole política. La exageración –al principio risible– se torna peligrosa cuando sustituye a la crítica racional, como parte de una idiosincrasia que prefiere la alabanza al análisis.
En su momento bastaba con contener la risa y seguir con el guiso. Pero con el paso del tiempo, lo que parecía una peculiaridad nacional empezó a resultar insufrible. Aquella lisonja desproporcionada es sintomática de una crisis sistémica, al proyectarnos como una nación con síndrome de autodestrucción y pulsión centrífuga.
El ditirambo, usado como herramienta para adular a quien nombra y ensalzar –sin medida– a quien podría desnombrar, revela la tensión permanente entre la lealtad partidista y la objetividad. En lugar de buscar el reconocimiento genuino, se cultiva la sumisión retórica.
Fallo crítico de gestión
La confianza en la infraestructura energética se tambaleó al exponer la fragilidad del sistema, que dejó a millones de ciudadanos sin luz durante horas.
Desde el punto de vista técnico, el apagón fue un fallo crítico de gestión. La reacción del mando y de los responsables del sistema eléctrico no fue la de asumir errores ni rendir cuentas, sino la de levantar un escudo narrativo a golpe de hipérbole y propaganda.
En vez de tomar el colapso como una advertencia, se recurrió al ditirambo –ese elogio desmedido y autocomplaciente– para presentar la gestión como un éxito, pese a que los datos demostraban lo contrario.
La dimisión, una rendición
En nuestro ecosistema político, la dimisión no se entiende como un acto de responsabilidad, sino como una derrota. Esta percepción desincentiva su práctica y permite que los cargos públicos se perpetúen incluso tras graves errores.
Ni a babor ni a estribor existe una cultura de asumir responsabilidades. La frase «la dimisión es un deporte que no se practica» se ha convertido en emblema de una anomalía española que contrasta con el entorno europeo, donde renunciar puede ser signo de ética cívica.
Persistir en el cargo se asocia con fortaleza; dimitir, con debilidad o culpa. Así, la autocrítica institucional queda anulada, y la impunidad, reforzada.
La dana y el apagón
Aún hay dimisiones pendientes por dos episodios paradigmáticos de irresponsabilidad sin consecuencias: la dana apocalíptica y el apagón eléctrico, calificado como «el peor de la historia de España». En ambos, el ditirambo une la exaltación retórica con la evasión de responsabilidades.
Ejemplo claro es el de la presidenta de Red Eléctrica quien, utilizando su lógica particular, defendió la gestión de la crisis con afirmaciones tan grandilocuentes como ajenas a la realidad: «En esta casa se ha trabajado bien». Mientras tanto, España entera se quedó sin suministro eléctrico.
No solo descartó dimitir, sino que se aferró a un ditirambo de inspiración trumpiana: «El sistema eléctrico español es el mejor de Europa». Una afirmación que ya en 2021 había llevado más allá, proclamando que «no había ningún riesgo de apagón», porque teníamos «el sistema más seguro y avanzado del mundo». Hoy, los hechos contradicen esas fanfarrias.
El relato ideológico
Para preservar el relato oficial, se oculta el impacto de las energías renovables en el colapso, se culpabiliza a las nucleares y se señala a los privados, los ricos, los cenáculos de la M-30 y la derecha.
Esta estrategia destila un nivel de autocomplacencia insultante, especialmente en plena crisis. Se proclama responsabilidad para gestionar la normalidad, pero se niega la misma durante la anormalidad del colapso.
Mientras se alude a un enfoque tecnológicamente neutro –renovables, energía nuclear, hidrógeno, bioenergía y captura de carbono–, el Gobierno sigue centrando su narrativa en la ideología, obviando la realidad técnica.
Una propaganda descarada reemplaza la realidad con declaraciones triunfalistas, que los hechos se encargan de desmentir. El ditirambo eléctrico no es solo un recurso retórico, sino el síntoma de un sistema que prefiere el relato a la responsabilidad y la apariencia a la ética.
El problema es que aún no se ha encontrado un relato eximente, con el que aclarar el misterio, que suplante los hechos, desplace la responsabilidad y preserve el poder.