En 1925, periodo de la dictadura de Primo de Rivera, los canarios formaban parte de una sociedad rural y religiosa, sometida por un gobierno central que ejercía un fuerte control sobre las instituciones locales. Nada se sabía en España de sociedades o clubes deportivos en las Islas, por lo que la visita de un equipo de fútbol canario fue una de las primeras muestras de algo genuino y autóctono que se proyectaba desde Canarias hacia el resto de España. Resulta paradójico que, en un momento en que gran parte de la población española tenía una visión estereotipada y limitada de la realidad canaria, llegando incluso a pensar que los canarios eran negros como en África, el fútbol se convirtiera en un embajador cultural que mostró algo de la esencia de las Islas.
Corría el año 1925 cuando, por primera vez, se habló en el territorio peninsular de la posibilidad de ver actuar a un equipo de fútbol de Canarias. Por entonces, el fútbol ya movilizaba multitudes, y eran conocidos los logros de la selección española en los Juegos Olímpicos de Amberes (1920) y París (1924). En Canarias, la afición también había tenido la oportunidad de ver jugar a algunos de aquellos míticos internacionales, como Otero, Samitier, Pasarín o Piera en el verano de 1924.
Pero ¿qué se sabía del fútbol canario en la Península por aquel entonces? Muy poco. Aun así, desde Barcelona, el Mundo Deportivo publicaba en abril de 1925 unas líneas reveladoras: «El fútbol canario, desconocido totalmente en la Península, representaba algo más de lo que se sabía, pudiendo figurar sin desdoro al lado del gallego, valenciano, asturiano, alicantino, andaluz… como lo ha demostrado, sin ir más lejos, batiendo repetidamente al reforzado equipo del CN Alicante el verano de 1924, en suelo grancanario».
Muchas fueron las razones que motivaron el proyecto de una excursión —o tournée, como se decía entonces— de un equipo representativo del fútbol canario por tierras peninsulares. Fue el Marino FC quien tomó la iniciativa, contactando con el empresario don Ángel de la Cruz, conocido por organizar partidos en una época en la que solo existían las competiciones regionales y la Copa del Rey como único torneo nacional.
Anuncio de la época donde se publicitaba el partido. / LP / DLP
¿Club o selección?
La idea, una vez planteada, recibió rápidamente el respaldo del resto de clubes de primera categoría de las Islas. Sin embargo, surgió una propuesta que marcaría el rumbo de esta aventura: en lugar de enviar a un único club a la gira, ¿por qué no conformar una auténtica selección con los mejores jugadores del Archipiélago?
En la Isla surgió la polémica: ¿Sería mejor un club o una selección? Al respecto se argumentaba entre los defensores de que fuera un club, pues si había fracaso, no se empañara el prestigio del fútbol regional. Por otro lado, existía la opinión de que, ya que se trataba de mostrar nuestro peculiar juego, era mejor formar un conjunto potente con los mejores jugadores del Archipiélago. En la prensa local de aquel año pueden leerse distintas opiniones sobre los posibles seleccionados para desplazarse.
El viaje se preparó cuidadosamente, pero a última hora no fue el Marino —inmerso en una crisis interna entre jugadores y directiva— quien embarcó en el vapor Capitán Segarra, sino el equipo del Real Victoria. Aquel team incluía lo mejor del fútbol grancanario de entonces: Correa bajo palos, Jorge, Arrocha, Ferrera, Jiménez, Armas El Claca, Padrón El Sueco, Pepe Ortiz, Ramoncito Gutiérrez, Juan González… reforzados además por Brito, del Marítimo; Rafael Oramas y Espino El Jardinero, del Santa Catalina; Paco León, del Gran Canaria; y Manuel Rodríguez, del Marino. A este grupo se sumaría más tarde, en Castellón, Pepe Álamo, quien no pudo viajar en primera instancia por compromisos militares.
Y dentro de este contexto en el panorama futbolero de las Islas, se presenta el Victoria en Valencia, bajo el nombre de Selección Canaria «el día 26 de abril de 1925 en el campo de Mestalla enfrentándose al potente equipo del Valencia FC, campeón de Levante». Los representantes canarios eran esperados con gran expectación, pues de sus buenas actuaciones habían llegado ecos a los aficionados valencianos y del resto de España, con comentarios de prensa aparecidos en periódicos de Madrid y Valencia. En este ambiente, se presentó por primera vez un equipo de la isla de Gran Canaria ante la afición española peninsular. Realizaron un buen partido demostrando habilidades técnicas. Se adelantó el cuadro local, pero Padrón consiguió el gol del empate con el que se llegó al final.
Empate y derrota
El día del partido se esperaban con interés las noticias sobre el resultado del lance, por lo que cuando llegó el telegrama enviado por el empresario Ángel de La Cruz a la sede victorista, el entusiasmo, al saberse el resultado de este primer encuentro, fue enorme. Significaba un gran triunfo para los jugadores canarios el haber empatado con un equipo tan superior. En el Puerto de La Luz, donde el Real Victoria tenía generales simpatías, la afición lo celebró con tracas y voladores. Al martes siguiente, la prensa grancanaria comentaba el match y daba la crónica del partido. El partido se celebró el 26 de abril, en el campo de Mestalla, marcó el momento histórico de la presentación en sociedad del fútbol canario en campos peninsulares.
Dos días más tarde se celebró el segundo encuentro entre los mismos rivales. En esta ocasión el Victoria fue vencido por 3-0 en Valencia. La derrota se verificó en este segundo encuentro en circunstancias muy desfavorables para los futbolistas canarios y en tales condiciones adversas que el triunfo era imposible. Según los telegramas recibidos, el equipo valenciano hizo un juego sucio que mereció la repulsa del público y que el árbitro actuó de manera parcial y apasionada. En el Victoria no se alineó Correa, ni tampoco Álamo.
Luego continuaría la excursión por Castellón, Barcelona, Zaragoza y Madrid para, ya de vuelta, jugar de nuevo en Barcelona, Sabadell, Mataró y Cádiz, antes de regresar a Canarias. Pero lo cierto es que, más allá de polémicas o matices, aquel equipo representó —con orgullo y determinación— el talento futbolístico de toda una tierra.
Javier Domíguez García es profesor y autor del libro ‘Cien años del fútbol canario 1890-1992’
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