Felipe, unos 40 años, gorra bien arremetida en la cabeza, dos rosetones rojos en los pómulos de tanto trajín, parece que hubiera nacido para esto, que toda su trayectoria como agente de Movilidad le iba a llevar al 28-A. «Vámonos, venga, venga», grita una vez tras otra a los cientos, miles de conductores, que se han quedado atrapados en el Paseo de Extremadura de Madrid cuando los semáforos han dejado de funcionar en el peor blackout que se recuerda en la historia del país.