“La cola da dos veces la vuelta al edificio; mucha suerte”. Así informaba un guía turístico con su grupo de alemanes a unos turistas sevillanos que intentaban llegar al aeropuerto de Madrid. Un caos en torno al edificio de Correos, rodeado por centenares de personas durante toda la tarde.
“¿Salen los aviones?” era la pregunta más repetida en la enorme fila de personas que esperaban, frente a la fuente de Cibeles, al autobús que los llevase a su destino más inmediato a uno de los puntos más demandados de la ciudad durante el apagón eléctrico: el Aeropuerto de Barajas-Adolfo Suárez.
Calor, muchas dudas, y bulos espontáneos que iban surgiendo como consecuencia de la falta de información. La incertidumbre aumentaba por momentos. Centenares de personas, a pleno sol, esperando noticias sobre su vuelo y sobre el transporte que los tenía que llevar al recinto aeroportuario, mientras la gente especulaba y hacía quinielas con los países que habrían resultado afectados.
Un guía trata de mediar en el caos formado para subir al bus del aeropuerto / DLF
La naturaleza de las personas que conformaban la cola, con muchos extranjeros, la convertía en una verdadera Torre de Babel. Cada uno preguntando en su idioma, intentando averiguar qué estaba sucediendo y cómo iba a afectar este inédito acontecimiento en sus trayectos. Dos parisinos se acaban de conocer en la fila, preguntando si alguien hablaba francés.
Unos metros más allá, en el Ayuntamiento de Madrid, fuentes consistoriales advertían de los tres principales problemas a los que se estaban enfrentando los madrileños: gente atrapada en ascensores, escasez de combustible y, como acredita la cola de viajeros del bus, la movilidad.
El alcalde, José Luis Martínez Almeida, había advertido a la ciudadanía que se empezaba a restringir la circulación entre municipios, llamando a los que tuvieran un viaje pendiente a que se quedasen en casa. Información que iba llegando con cuentagotas a los pacientes usuarios del bus.
Ok Rumanía
“En Rumanía no pasa nada”, informaban en un inglés muy básico unos estudiantes de Erasmus que esperaban a regresar a Bucarest, tras apurar su último día en España: “Hemos estado en Gijón estudiando, pero el vuelo a Bucarest salía desde Madrid. Pensábamos que iba a ser algo rápido”. Sus familiares de Rumanía, al conocer la noticia, intentaban contactar con sus teléfonos, pero solamente obtenían alguna llamada perdida espontánea en picos de cobertura.

Algún paraguas ejerciendo de sombrilla para soportar el sol de justicia / DLF
Sin conexión a internet, sin línea móvil y sin un portavoz que informase aunque fuese en inglés, los ánimos se iban caldeando entre los que esperaban. Una mujer de Perú hacía gestos con las manos al resto de sus compañeros de fila, asegurando que le había llegado información de que los aviones no estaban saliendo. Eso calmó de algún modo los ánimos.
Una expedición de estudiantes de Arte Dramático procedentes de Copenhague (Dinamarca) compartía sus teléfonos en una hoja de papel y ponían de manifiesto su preocupación. No sabían si podrían llegar a casa, si perderían el vuelo o si alguien pensaba ayudarles.
Colapso total
En torno a las tres de la tarde, agentes de movilidad dieron unas nuevas directrices a seguir: intentar evitar el trayecto al aeropuerto: “Las carreteras están colapsadas y se están produciendo choques porque los semáforos no funcionan”, informaba un agente de la Policía Militar, a falta de un portavoz para informar de la repentina crisis.

Así lucía el entorno del edificio de Correos de Madrid / DLF
Las altas temperaturas no ayudaron a mantener la calma: “Al menos no llueve”, se consolaba una pareja de Portugal que pedía instrucciones para poder llegar a una empresa de rent a car. Los agentes les indicaban Atocha, pero les adelantaban que el caos era imperante, que no había un solo servicio que funcionase con normalidad en España. Y que intentasen evitar carreteras.
Una tónica que se mantuvo durante toda la tarde. Ahora será el turno de las reclamaciones a las líneas aéreas y los seguros de viaje. Otra ingente cantidad de dinero perdida durante la tarde del apagón.