Cuando los jugadores del Real Madrid salieron de su hotel para poner rumbo al autobús rumbo a La Cartuja, la afición presente en Sevilla comenzó a corear «¡sí se puede!». Curioso. Era la misma arenga que había protagonizado, hace apenas 10 días, el recibimiento a los blancos en el Bernabéu para la semifinal de la Champions contra el Arsenal. Curioso porque, entonces, el Madrid tenía ante sí un muro en forma de 3-0. Correspondía aquel día ese «¡sí se puede!» que apela implícitamente a la consecución de una hazaña, a un fenómeno que se considera improbable.
El sábado en Sevilla, a priori, debía ser distinto. Era el Madrid jugando una final, un contexto en el que el club blanco, por heráldica, no regala favoritismos. Pero el madridismo, en este punto de la temporada, parecía tener asumido que partía de una inferioridad teórica en el objetivo de conseguir su tercer título del curso, tras la Supercopa de Europa y la Copa Intercontinental.
Tenían, siendo justos, argumentos para sentirse así. Tanto por el rendimiento reciente del equipo de Ancelotti como por los dos precedentes del curso contra el Barça, resueltos con sendas goleadas en contra (0-4 en LaLiga y 2-5 en la Supercopa). Hasta el propio Carletto lo sentía, aprovechando la precariedad física de Mbappé para disponer un armazón de cuatro centrocampistas. En realidad, es lo que siempre le ha pedido el cuerpo, pero el técnico ha cincelado su carrera priorizando los deseos de quien manda en el club que le paga. No le ha ido mal, en líneas generales, aunque en las últimas semanas pueda parecer lo contrario.
Descalabro en la primera parte
Al Real Madrid, en fin, le faltaba fe en esta final. Una carencia que unida a su déficit futbolístico y a la falta de actitud de sus tótems en determinadas situaciones formuló un cóctel destructivo en la primera parte de la final. Todos estos factores se juntaron en el gol de Pedri. Lo marcó el canario porque le sobra la calidad, pero sobre todo porque nadie acudió a su marcaje: había hasta siete jugadores blancos protegiendo el área, pese a que por allí solo transitaban cuatro azulgranas, y ninguno estaba atento a la frontal.
El remate de Pedri que se convirtió en el primer gol de la final. / AFP7 vía Europa Press
Tuvo que recurrir Ancelotti al tocado Mbappé en el descanso, consciente de que el 1-0 se antojaba incluso corto ante la incomparecencia (en sentido figurado, tras amenazar con hacerlo en sentido literal) de sus jugadores en la primera mitad. Aunque quienes levantaron al Real Madrid de la lona fueron Vinicius y Valverde, recolocado una vez más al lateral sobre la marcha. Y, sobre todo, un ejercicio colectivo de presión sobre los centrocampistas del Barça. El Madrid, mostrando el mix de «cabeza, corazón y cojones» reclamado sin éxito por su entrenador en el duelo frente al Arsenal.
El Ancelotti más intervencionista
Al contrario de lo que había sucedido en los otros partidos clave del curso madridista, Ancelotti fue en la final de Copa valiente e intervencionista. Fiel a sí mismo. En el descanso no sumó un delantero más, sino que retiró del campo a un Rodrygo que lleva semanas desaparecido en combate, apenas un gol en los tres últimos meses.
Y diez minutos después depositó su confianza en Arda Güler, que respondió en el campo mejorando con creces las prestaciones de un Ceballos aún corto de forma tras su lesión. La sensación que queda hoy es que el turco podría haber sido mucho más útil esta temporada de lo que su entrenador le ha permitido ser. Notas ya para el futuro del Madrid, en el que no estará su actual entrenador.
Sabía Ancelotti, lo sabe desde la debacle contra el Arsenal, que su futuro está escrito. Que, llegados a este punto, no tiene nada que perder y quizá eso le empujó a ser genuino y tan fiel a sí mismo como es capaz. «En la segunda el equipo ha competido bien e hizo lo que tenía que hacer. Estuvimos muy cerca. Hay que seguir peleando y luchando, no hay nada que reprocharle al equipo», reivindicaba después, desde las tripas de La Cartuja.

Carlo Ancelotti, durante la final de Copa. / AFP7 vía Europa Press / AFP7 vía Europa Press
La duda del Mundial de Clubes
Todo cobró la forma de de estertor espasmódico de un proyecto agotado por el desgaste, las lesiones y el peso de las jerarquías. Ancelotti, salvo sorpresa, agotará LaLiga, al menos mientras el Madrid tenga opciones de ganarla, pero la sensación imperante es que ya no dirigirá al equipo en el Mundial de Clubes.
«Nos ha faltado muy poco, hemos estado muy cerca», lamentaba el italiano, a quien Brasil apremia para que se convierta en su nuevo seleccionador lo antes posible. Todo apunta a que así será. El emisario de su federación, Diego Fernandes, se dejó ver en la Cartuja, porque nada hay cerrado todavía. Su final en el Real Madrid se acerca. Y Ancelotti ha decidido vivirlo siendo fiel a sí mismo.
Con todo, aún resta la pelea por LaLiga, por difícil que parezca, dados esos cuatro puntos que le separan del Barça. Más tras leer el acta del partido, en la que el árbitro recogió la expulsión de Rüdiger por «lanzar un objeto desde el área técnica sin llegar a alcanzarme», remarcando que «tuvo que ser sujetado por varios miembros del cuerpo técnico, mostrando una actitud agresiva». Pidió perdón en sus redes el alemán, pero difícilmente la sanción sea inferior a cuatro partidos (pueden llegar a 12) que cumpliría en LaLiga.