Se ha muerto el Papa Francisco el lunes de Pascua, cuando dicen que mueren los hombres santos, y ahora toca a casi todos hablar bien de él. Es buena cosa honrar a los muertos y este loco de Dios que se nos ha ido trabajando sin cesar hasta el último segundo sonreía cada vez menos, como casi todos los Papas al envejecer, y, debilitado y frágil en su silla de ruedas, a una le parecía más digno de admiración en su entrañable humanidad que cuando a veces se mostró, como hombre que era, impaciente, imprudente, de mal genio fácil o, simplemente demasiado hablador. Claro que no gustaba a muchos, católicos dicen que conservadores, mas la mayoría de ellos, por su sincera religiosidad, le respetaban aunque fuera por obligación. En España encantaba a la izquierda, desde Podemos, donde el lenguaraz Iglesias pretendió en su insensatez compartir trinchera con él, a Sumar, cuya relamida lideresa casi entraba en éxtasis al visitarle y cómo no al PSOE. Tal vez por eso, en un gesto que muchos consideran incoherente, se han decretado tres días de luto oficial en un estado aconfesional pero a una le parece muy bien, pues lo considera coherente con el respeto y la consideración hacia los sentimientos religiosos de los católicos españoles, que somos mayoría.
Defensor de la misericordia y del amor, de los pobres, de los inmigrantes, de la vida sagrada de los ancianos y enfermos en su lecho de muerte y de los niños no nacidos y enemigo declarado de los abusos, del rearme y de las desigualdades, descansa en paz y deja la guerra, el odio y la incertidumbre en este mundo difícil en el que seguimos de momento los demás
Se ha ido un hombre bueno, dicen de Bolaños a Trump, se ha ido un hombre incómodo, dicen otros, se ha ido un revolucionario tercian los atrevidos y alguna sesuda comentarista destaca que no entiende por qué era considerado progresista cuando no ha progresado en absoluto la postura de la Iglesia sobre, por ejemplo, el aborto –menudo progresismo ese–, la homosexualidad o el papel de la mujer (y en eso puede coincidir esta impertinente).
Defensor de la misericordia y del amor, de los pobres, de los inmigrantes, de la vida sagrada de los ancianos y enfermos en su lecho de muerte y de los niños no nacidos y enemigo declarado de los abusos, del rearme y de las desigualdades, descansa en paz y deja la guerra, el odio y la incertidumbre en este mundo difícil en el que seguimos de momento los demás.
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