En estos momentos de recuerdos y remembranzas, viene a mi memoria que de los primeros nombramientos episcopales que hizo el Papa Francisco, fue el del obispo auxiliar para Oviedo, que solicité a su predecesor, el papa Ratzinger. Me fui a Roma con don Juan Antonio y se lo presenté: «Santo Padre», le dije, «hace tres días que Vd. nombró obispo auxiliar para Asturias a Don Juan Antonio. Le damos las gracias y le pedimos nos bendiga». Él, con su buen humor y gracejo argentino, mirándole a Juan Antonio le comentó: «Entonces vos estás fresco como una lechuga». Los tres esbozamos una sonrisa tan ancha como agradecida por el camino que para nuestra Diócesis se abría.
Hay un apunte que quiero reseñar del primer encuentro que tuve con este Santo Padre a solas, cuando me comentó sus raíces asturianas, por tener familia lejana emparentada con él en la zona del Occidente, junto a Mohías. Me hablaba de nuestra cocina y nuestro paisaje, y de la bondad de nuestra gente con su honesta bravura y sincero paisanaje. Me llenó de orgullo el apunte asturiano en el que yo también me reconozco.
Los doce años que ha durado su pontificado no han sido fáciles. Primero por la alta herencia recibida de los papas anteriores, y luego porque ha tenido que bandear problemáticas en la Humanidad y dentro de la misma Iglesia que no eran en absoluto fáciles. Ahí ha volcado todo el rico bagaje de su personalidad tan propia: el hecho de pertenecer a una familia de inmigrantes italianos, hará que tenga muy a flor de piel la circunstancia de todos los que tienen que dejar su hogar, su tierra, su lengua y costumbres, para salir hacia otro mundo incierto desde sus infiernos, guerras y hambrunas diversas.
Hay imágenes que te quedan grabadas en el hondón del alma. Recuerdo algunas de ellas que más incidencia me dejaron verdaderamente. La primera que me impactó fue su visita a Lampedusa con motivo de los fallecidos en sus pateras ante las costas italianas cuando venían huyendo de sus avernos dictatoriales, de sus guerras fratricidas o ajenas y del hambre con todas sus variantes. «¡Vergogna!», dijo con voz potente en italiano: «¡Qué vergüenza!». Quedó como el estribillo de la indignación paterna de alguien que no miró para otro lado a fin de concienciar a esta Humanidad insensible e insolidaria.
Una segunda imagen que mucho me impresionó fue la que nos ofreció en plena pandemia del covid 19, cuando caminando el solitario por las gradas de la plaza de San Pedro bajo la lluvia se acercaba hacia aquel estrado. Era un padre que asumía el dolor de la entera humanidad en aquel instante de tremenda incertidumbre, de miedo incluso en nuestras miradas. Su oración a Dios con los brazos abiertos fue realmente conmovedora.
Hubo una que me motivo escribir un artículo que titulé “Las nuevas lágrimas de Pedro”. Fue en 2022 el 8 de diciembre, cuando en la romana plaza de España, en la oración ante la imagen de la Inmaculada, rompió a llorar desconsoladamente al no poder ofrecer a la Virgen en aquella tarde la paz en Ucrania, como había sido su deseo. Interrumpió la plegaria y comenzó a gemir su llanto sin consuelo, provocando una ovación que comenzó el alcalde de Roma. El Papa deja el texto, se detiene, se bloquea y se rompe en el sollozo conmovedor de un padre anciano lleno de ternura, que le cuenta a la Virgen Santísima lo que, muy a su pesar, traía en sus manos vacías. Fueron preciosas sus palabras. Fueron más conmovedores sus silencios en medio de aquellas lágrimas entrecortadas: «Virgen Inmaculada, hubiera querido hoy traerte el agradecimiento del pueblo ucraniano por la paz que llevamos tanto tiempo pidiendo al Señor. En cambio, aún tengo que traerte la súplica de los niños, de los ancianos, de los padres y madres, de los jóvenes de esa tierra martirizada, que tanto sufre».
Tras su ingreso en el Hospital Gemelli de Roma, ha venido apareciendo intermitentemente con sus palmarias limitaciones manifiestas. Estas comparecencias últimas con su salud ya muy quebrada, han sido un ejercicio de la mejor buena voluntad para acercar su paternidad a cada hombre y mujer con un esfuerzo sobrehumano por la proximidad a cada persona. Habrá que valorar otros gestos y palabras que al hilo de entrevistas en aviones o en improvisadas tertulias podía dar su parecer sobre temas candentes o sobre sobres cuestiones más disputadas. Pero en su magisterio propiamente escrito y sopesado, no ha dado pie para enmendar la larga tradición cristiana con su defensa de la vida en todos sus tramos, su defensa de la familia entre hombre y mujer fundada, su defensa de la justicia y de la paz en medio de tantas corrupciones y trincheras varias. Pedimos para que el Buen Pastor le acoja junto al viejo pescador San Pedro y a la protección materna de la Virgen María. Descanse en paz. Que nos siga ayudando desde el cielo que para él pedimos, como lo haremos próximamente en el funeral que celebraremos en la Catedral de Oviedo.
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