En el borde del último frente de la última invernada del año, caminamos por la alta calzada romana cubierta por una delgada capa de nieve. Las fuertes ráfagas laterales de viento, con apuntes de cellisca, llevan todavía el tacto del invierno profundo a punto de irse. En la elevada planicie la soledad es total, y, cuando el viento cesa, el silencio absoluto. Comiendo un bocado a mediodía junto a unas peñas, la primera presencia humana son unos caminantes que regresan. Unas voces de saludo, luego un encuentro, en el que surge un inesperado punto de conexión, hace 45 años, en el Penedés, con ocasión de las elecciones autonómicas catalanas de 1980, uno en la tribuna de oradores, otro en el público. Es, entre la nieve, un impagable punto de calor, que tirando del hilo podría durar mucho si cada grupo, tras una foto, no tuviera que irse por su lado. No sé el nombre de ese ya antiguo amigo.
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