En 1965, Alvin Lucier hizo historia usando sus ondas cerebrales para hacer música. Hoy, décadas después de su muerte, sus propias neuronas, cultivadas en laboratorio, están generando música en tiempo real dentro de una instalación artística, manteniendo su vanguardista legado sonoro literalmente vivo.
El compositor experimental pionero Alvin Lucier, fallecido en 2021 a los 90 años, continúa creando música a través de una innovadora instalación artística llamada «Revivificación», en la que organoides cerebrales cultivados a partir de sus células sanguíneas, donadas antes de su fallecimiento, generan señales eléctricas que activan mazos, golpean placas de bronce y crean una composición sonora continua que extiende su legado artístico más allá de la muerte.
En el corazón de «Revivification» se encuentra un «cerebro in vitro», un organoide cerebral cultivado en laboratorio a partir de células sanguíneas que el propio Lucier donó al proyecto antes de fallecer, mostrando su entusiasmo por esta iniciativa vanguardista.
Investigadores de la Facultad de Medicina de Harvard transformaron glóbulos blancos de Lucier en células madre pluripotentes inducidas, capaces de convertirse en diversos tejidos, y las guiaron para que formaran estas estructuras tridimensionales que imitan ciertas actividades de un cerebro humano en desarrollo. Es crucial entender que estos organoides, aunque biológicamente derivados de Lucier y eléctricamente activos, no poseen conciencia en el sentido humano.
La música de las neuronas
Estos «mini-cerebros» residen en una incubadora dentro de un objeto escultórico central. Están montados sobre una malla especial con 64 microelectrodos que detecta sus impulsos eléctricos espontáneos, su actividad neuronal no programada.
Un software de electrofisiología diseñado a medida procesa estos complejos datos en tiempo real. Las señales resultantes activan transductores y pequeños martillos electromecánicos que golpean veinte grandes placas de latón curvadas, estratégicamente distribuidas por la sala. El impacto genera resonancias complejas y sostenidas que llenan el espacio, un fenómeno sonoro que fascinó al propio Lucier durante toda su carrera.
Pero «Revivification» va más allá de una simple emisión de sonidos. La instalación crea un bucle de retroalimentación dinámico. Micrófonos en la galería capturan el sonido ambiental, incluyendo las voces de los visitantes y las propias resonancias de las placas. Estos sonidos se convierten de nuevo en señales eléctricas que son enviadas de vuelta a los organoides, estimulándolos. Esto permite que la instalación, descrita como un «intérprete sustituto», se adapte y potencialmente «aprenda» o cambie con el tiempo, componiendo continuamente nuevas obras dentro del espacio de la galería.
Preguntas en la frontera de la vida y el arte
Los creadores del proyecto —un colectivo de artistas australianos (Guy Ben-Ary, Nathan Thompson, Matt Gingold) y un neurocientífico (Stuart Hodgetts)— buscan explorar las «oscuras posibilidades de prolongar la presencia de un individuo más allá de la aparente finalidad de la muerte». No intentan simplemente recrear la música pasada de Lucier, sino generar una «extensión viva de su esencia creativa», continuando su viaje artístico a través de la agencia biológica de sus propias células nerviosas.
La instalación invita al público a contemplar si un «hilo de memoria» o el «espíritu creativo» de Lucier pueden perdurar a través de esta metamorfosis biológica y tecnológica. Como comentó la hija del compositor, Amanda, al conocer el proyecto, la idea le pareció totalmente propia de su padre: «Justo antes de morir, se las arregló para tocar para siempre. Simplemente no puede parar; necesita seguir haciendo música».
«Revivification» se erige así como un monumento viviente y en evolución, un testimonio de la incesante exploración de Lucier sobre el sonido y la percepción, y una provocadora meditación sobre los límites entre la vida, la muerte, la memoria y la creación artística en la era de la bioingeniería. Es una invitación a escuchar, literalmente, el eco de un artista que sigue componiendo desde el umbral de lo desconocido, que diluye lo que todavía representa la muerte para los seres humanos.
Alvin Lucier en 2017. / Stephen Malagodi/CC BY-SA 2.0
¿Quién fue Alvin Lucier, el músico que sigue componiendo después de fallecido?
Alvin Lucier (1931-2021) no fue un compositor al uso, sino un explorador incansable de la física del sonido y la percepción auditiva, una figura clave en la historia de la música experimental y el arte sonoro. Nacido en Nashua, New Hampshire, y fallecido a los 90 años en Connecticut tras complicaciones por una caída, Lucier dedicó su vida a desentrañar los fenómenos acústicos y a convertir procesos científicos en experiencias sonoras únicas.
Su nombre resonó con fuerza en la vanguardia musical a partir de 1965 con el estreno de «Music for Solo Performer», una obra pionera que utilizó ondas cerebrales alfa, captadas por electrodos y enormemente amplificadas gracias a un dispositivo del físico Edmond Dewan, para generar música. En lugar de buscar melodías convencionales, Lucier convirtió los impulsos cerebrales del intérprete —que debía alcanzar un estado de calma con los ojos cerrados— en señales que activaban instrumentos de percusión. Esta pieza, estrenada junto a una obra de John Cage, marcó un hito al llevar la tecnología biomédica directamente al escenario del concierto, difuminando las fronteras entre ciencia y arte.
Esta fascinación por revelar las propiedades ocultas del sonido y del espacio que lo contiene culminó en obras tan icónicas como «I Am Sitting in a Room» (1969). En ella, Lucier grababa su propia voz describiendo el acto mismo de grabar en una habitación; luego reproducía esa grabación en la misma sala, grabándola de nuevo, repitiendo el proceso en bucle. Gradualmente, las palabras se disolvían por efecto de la reverberación, perdiendo sus cualidades originales hasta transformarse en las puras frecuencias resonantes del propio espacio físico. Esta obra se convirtió en una de las más influyentes y ejecutadas del arte sonoro.
El enfoque de Lucier consistía a menudo en diseñar un proceso y dejar que los fenómenos sonoros se manifestaran «por sí mismos», sin imponer una narrativa o emoción preconcebida, centrándose en la física inherente al sonido.