En una región cada vez más alumbrada por soles y estrellas Michelin, astros que iluminan con el fulgor de sus fogones cocineros y guisanderas relevantes, convendría destacar la imperdible solidaridad de los menús de las cocinas económicas de Oviedo y Gijón. Merece la pena y es de justicia destacar a ambas entidades altruistas que, al abrigo de las bienaventuranzas, mantienen en pie el mandato moral que obliga a dar de comer al hambriento y de beber al sediento.
En Oviedo, esta organización fraternal, que nunca será suficientemente bien ponderada al igual que su homónima gijonesa, sirve cada día 190 comidas y 90 cenas. España va bien; Asturias, aún mejor, como relatan sus jocundos mandatarios, pero las cocinas económicas cada vez atienden a un mayor número de personas necesitadas al amparo de las Hijas de la Caridad. A expensas, por tanto, de la actitud caritativa de las monjas, de los voluntarios y de donantes anónimos que ponen su granito de arena para llenar la playa inmensa de los desheredados.
La de Oviedo va camino de cumplir 140 años; 120 ha cumplido la de Gijón acompañando a los más vulnerables de la sociedad de cada época, denunciando en voz baja situaciones injustas de pobreza y exclusión. Su labor callada es ingente con la gente más necesitada. En un mundo en el que la solidaridad cotiza a la baja conviene reconocer el heroísmo de la fraternidad. Como valorar los bancos de alimentos, los únicos bancos que no practican la usura.
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