¿Se puede ser pacifista y promover un aumento de gasto en defensa? Pues una de las trampas más comunes en el debate público es siempre la del falso dilema. Quienes rechazan aumentar el gasto militar lo hacen, desde luego, desde valores que todos podemos compartir: la paz, un mundo menos armado y la preferencia por el diálogo antes que la fuerza es algo que obviamente merece una defensa. Tienen razón. Pero, y aquí está el punto clave, estos nobles ideales no impiden que Europa necesite defender su forma de vida y sus logros como sociedad.
El mundo rara vez es como lo hemos soñado y la realidad, a menudo dolorosa, se nos impone sobre nuestras utopías. Aquel ideal que soñó Kant de la paz perpetua me temo que todavía está muy lejos y, desafortunadamente, el derecho internacional es hoy más frágil que hace apenas dos años. La guerra no es una excepción histórica. Es una norma. A día de hoy existen 56 conflictos armados activos y el pasado verano alcanzamos el mayor nivel de tensión bélica desde la Segunda Guerra Mundial.
Claro que Europa debe aspirar a ser faro de paz y luz del mundo, pero en un mundo violento la capacidad de defenderse e incluso de imponer el respeto a la ley es una necesidad incómoda, pero real. Defenderse de una agresión es un acto de justicia. Lo que es decepcionante es que algunos pacifistas de salón crean que la paz se consigue dando la razón a agresores como Putin. La paz del cementerio no es paz, como tampoco lo es la que imponen las tiranías. La seguridad de nuestra democracia no es sólo un derecho, sino que es la condición de posibilidad de todos los demás derechos.
Resulta de hecho enormemente significativo que ninguno de los partidos de la llamada nueva política, desde Podemos hasta Vox, esté manteniendo una postura responsable sobre la defensa europea. Sólo falta que los dos grandes partidos sí se atrevan a exhibir sus acuerdos.