En un curioso giro de los acontecimientos, el Tribunal Superior de Justicia de La Rioja ha declarado improcedente el despido disciplinario de un trabajador que, en un momento de frustración, mandó «a la mierda» a su jefe durante una revisión rutinaria de tareas. Esta decisión, que ha sorprendido tanto a la empresa como a los expertos en derecho laboral, resalta la importancia de entender el contexto y la gravedad de las acciones cuando se trata de despidos por faltas disciplinarias.
El incidente que desencadenó todo este proceso tuvo lugar el 20 de septiembre de 2023, cuando el trabajador, que llevaba trabajando en la misma empresa desde 2016, reaccionó ante la supervisión de su jefe de una manera nada diplomática. Durante una inspección en la que el superior estaba revisando el trabajo del empleado, éste soltó un contundente: “¿Qué haces mirándome las piezas? Vete a la mierda”. Esta expresión, que fue escuchada por varios compañeros, fue confirmada por el propio trabajador en una posterior intervención, cuando gritó nuevamente que efectivamente había “mandado a la mierda” a su superior.
Ante este comportamiento, la empresa optó por imponer un despido disciplinario, alegando que se trataba de una «transgresión de la buena fe contractual» y de «ofensas verbales» que justificaban la sanción más severa según el artículo 54 del Estatuto de los Trabajadores.
Palacio de Justicia de La Rioja
Sin embargo, el Tribunal Superior de Justicia de La Rioja ha considerado que el despido era improcedente. A pesar de reconocer que la actitud del trabajador fue grosera y vulgar, el tribunal determinó que no reunía la gravedad necesaria para justificar la extinción del contrato laboral. Según la sentencia, una falta tan grave como el incumplimiento de la buena fe contractual o las ofensas verbales al empleador, que son las que se citan en el artículo 54 del Estatuto de los Trabajadores, debe ir acompañada de una «gravedad y culpabilidad» que no se dio en este caso.
¿Tanto daño causó la falta?
El tribunal hizo especial énfasis en que, aunque la expresión utilizada por el trabajador fue desafortunada, no tenía un carácter tan ofensivo ni despreciativo como para merecer la sanción de despido. Según la interpretación del TSJ, la primera vez que el trabajador usó la expresión, sí tuvo un tono de rechazo hacia su jefe, pero la segunda vez se limitó a reconocer lo sucedido sin repetir el exabrupto hacia su superior o hacia otros miembros de la empresa. Además, se hizo referencia al Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), que define el «mandar a la mierda» como un giro lingüístico para expresar desagrado o enfado, pero no necesariamente como una falta de respeto extrema.
El tribunal también argumentó que, conforme a la doctrina gradualista en derecho laboral, las faltas deben ser evaluadas no solo por su contenido verbal, sino por la magnitud de la ofensa y su contexto. En este caso, el trabajador expresó su enojo de manera improcedente y con un lenguaje vulgar, pero no dejó de ser una reacción al ejercicio de la autoridad de su jefe en una situación que generó tensión. El tribunal concluyó que el trabajador no actuó con la suficiente gravedad como para justificar su despido, sobre todo teniendo en cuenta que la supervisión del trabajo por parte del jefe es parte de las funciones inherentes al poder de dirección empresarial.
Como resultado de la sentencia, la empresa se vio obligada a elegir entre dos opciones: readmitir al trabajador en su puesto, en las mismas condiciones que antes del despido, y abonarle los salarios de tramitación correspondientes, o pagar una indemnización por despido improcedente que ascendía a 14.836,06 euros.
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Palacio de Justicia de La Rioja, juzgados de Logroño
Este caso resalta la importancia de evaluar cada incidente en su contexto, y no aplicar sanciones desproporcionadas sin considerar las circunstancias y la naturaleza de la falta. Aunque la reacción del trabajador fue inadecuada, el Tribunal Superior de Justicia de La Rioja ha subrayado que no se puede imponer una sanción tan severa por un incidente de esta magnitud.