Nos lamentamos del nacimiento de un nuevo orden internacional como si el de antes hubiera evitado que Israel aplastara a los palestinos o hubiera sido capaz de oponerse a un dictadorzuelo como Maduro, por ejemplo. Lamentamos que Estados Unidos cambie de estrategia como si su objetivo no fuera el mismo: conservar su hegemonía en el mundo. Lamentamos que Europa sea relegada a un papel secundario como si antes no hubiera actuado al dictado de Estados Unidos.
Aunque el nuevo orden que viene de la mano de Trump sea peor, no creo que suponga una ruptura con el mundo bipolar que emergió de la Guerra Fría. Será la continuidad lógica de un sistema de dominación en el que los imperios compiten por la hegemonía utilizando el mercado como mecanismo de control. Será la deriva previsible de un capitalismo que impone la mercantilización de todos los aspectos de la vida, que entiende la guerra como un instrumento más de la geopolítica y, más allá de sus estragos, como una oportunidad de inversión. Lo estamos viendo en Gaza, pero ¿no lo vimos antes en Irak? En el nuevo orden, el derecho internacional seguirá siendo papel mojado cuando los abusos los cometen los poderosos. Hace ya casi veinte años que fue asesinada la periodista Anna Politkóvskaya, famosa por sus investigaciones sobre la corrupción en Rusia y los crímenes del Kremlin en Chechenia. Un sicario le pegó cuatro tiros en una calle de Moscú. Los países occidentales del viejo orden condenaron el asesinato, pero no tomaron ninguna medida contra Putin, ya que en ese momento aún se mantenían relaciones económicas con Rusia. Lo mismo ocurrió con el líder opositor Aleksandr Litvinenko, envenenado cuando tomaba té en un hotel o, más recientemente, con Alexéi Navalni, torturado y asesinado en una cárcel rusa. En todos esos casos y muchos otros, el derecho internacional ha sido incapaz de castigar a los responsables.
Trump no trae un nuevo orden. Él solo es el representante del lado oscuro del viejo orden, que antes y siempre pugna por obstaculizar la puesta en práctica de los ideales de la civilización. La rendición que se pretende imponer a Ucrania no es solo un fracaso estratégico, sino la última etapa de una traición que representa el abandono de los valores de Occidente, que nunca han triunfado plenamente, pero que sí han servido para, al menos, impedir que los heraldos del orden lleven al mundo a las tinieblas. Desde 2014, cuando Rusia invadió Crimea y el Dombás, Estados Unidos ha reducido su compromiso con la seguridad europea, desviando su atención hacia China y debilitando la capacidad de la OTAN para responder a la agresión rusa. Esta retirada estratégica ha contado con la pasividad, o complicidad, de una Europa débil, indefensa y cobarde.
Ahora, bajo el pretexto de la paz, se impone una táctica que legitima al agresor y trata a ambas partes como iguales, ignorando que la única paz justa sería aquella en la que Rusia se retira de Ucrania. Presentando esta rendición como un camino hacia la estabilidad, la guerra se disfraza de paz. Pero esto también es muy viejo. Como advertía Orwell, la guerra es la paz, la paz es la guerra. El orden de siempre.
Suscríbete para seguir leyendo