A Christian Lagata le fascinaba todo aquello que se ocultaba detrás de la valla. No era una frontera normal. La que separaba su Rota natal de la base naval que Estados Unidos levantó en 1953 ha estado rodeada de teorías rocambolescas: vuelos ilegales, armas nucleares, espías secretos… Nada era igual a ambos lados del muro. De ahí que, con la osadía del novato, bien chiquito, quisiera adentrarse en un universo que poco compartía con la Andalucía en la que se crio. “De pequeño no era consciente de lo que suponía vivir cerca. Era algo tan familiar que nunca me paré a pensar lo que conllevaba. Fue algo que descubrí paso a paso”, relata. Lo hizo sin miedo, colándose en las instalaciones en diferentes ocasiones. La música, la comida y la ropa eran distintas. Otro país se abría ante sus ojos, deseosos de fotografiar cada rincón. Un anhelo que, con el tiempo, ya en Madrid, acabó convirtiéndose en el proyecto más ambicioso de su carrera.

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