Que no cunda el pánico”, viene a decirnos el físico norteamericano Mark Boslough durante el intercambio de dudas que ha mantenido esta semana con EL ESPAÑOL. Hemos hablado a propósito de la alarma y el interés creado por la noticia de que un asteroide podría impactar contra nuestro planeta en 2032 provocando un pequeño apocalipsis regional.

“La posibilidad de que un cuerpo celeste golpee la Tierra en un futuro previsible de unos cientos de años es extremadamente remota”, afirma. “La mayoría de los científicos coinciden en que es mucho más probable que nos destruyamos a nosotros mismos con armas de destrucción masiva, el cambio climático o cualquier otra cosa. Además de los asteroides, existen otro tipo de amenazas procedentes del cosmos que podrían impactar contra el planeta como las supernovas cercanas, pero eso es todavía aún más improbable”.

Este físico norteamericano, profesor de Investigación en la Universidad de Nuevo México, es uno de los mayores expertos mundiales en impactos planetarios y catástrofes globales. Precisamente, en 2014, Boslough pronunció en las Islas Canarias un importante discurso sobre los asteroides que pueden amenazar la Tierra de forma repentina en el transcurso de lo que fue la segunda edición Festival Starmus, un evento de astronomía creado por el armenio Garik Israelian que reúne a los científicos más importantes del planeta en ese campo.

Honrando el trabajo de Mark, un asteroide descubierto en junio de 2003 fue llamado en su honor 73520 Boslough. El que ha atraído esta semana la atención de los medios ha sido bautizado con el nombre de 2024 YR4 y tiene un tamaño estimado de hasta 90 metros, que vendría a ser la altura de la fachada de Santa María de la catedral de Burgos o de un edificio de 22 plantas solo ligeramente más bajo que la torre del Complejo Cuzco de Madrid o el Hotel Torre Catalunya, de Barcelona.

En opinión de Boslough, “no hay justificación para la alarma, pero sí cierto nivel de preocupación”. Las probabilidades de un impacto se cifraban el viernes en un 2,3 %, lo que venía a ser casi el doble de la cifra proporcionada un día antes, que es cuando charlamos con el físico. Y la cifra se irá revisando de forma periódica en función de los datos que recaben los astrónomos. Considerado a la inversa, eso significaba que el viernes había un 97,7 % de probabilidades de que pasara por los aledaños cósmicos de nuestro planeta sin causar daños.

“Pero es que incluso si chocara contra la Tierra, sería muy poco probable que golpeara o explotara en una ubicación poblada”, asegura Boslough. “Si resulta que, al final, está en curso de colisión, sabremos exactamente de antemano cuándo y dónde impactará. Tendremos un conocimiento sobre él más preciso y con más antelación del que tenemos, por ejemplo, ante eventos como huracanes, tifones, terremotos u otros desastres naturales de similar impacto”.

“La forma más sencilla de defensa ante una amenaza como ésta sería evacuar a la gente, tal y como hacemos con huracanes o tifones que solo son predecibles con algunos días de antelación o cuando se cierne sobre nosotros la amenaza de tsunamis cuya existencia conocemos apenas unas horas antes”, asegura el profesor de Nuevo México.

“En el caso extremadamente improbable de que se dirija a un centro de población, las otras opciones para enfrentarse a un asteroide [del tamaño estimado del 2024 YR4] serían desviarlo o interrumpirlo. La preparación para una intervención de este tipo tendría que empezar de inmediato, pero cuando las probabilidades de impacto son sólo del 1,6 % [la entrevista se mantuvo el miércoles, un día antes de que se revisara al alza y se elevaran hasta un 2,3 %] es prácticamente seguro que terminaríamos abandonando. Es decir, podemos asumir que terminaríamos cancelando la misión porque las probabilidades de colisión muy previsiblemente se reducirán a cero”, añade.

La procedencia de los asteroides

Los asteroides son restos rocosos que quedaron flotando por el cosmos tras la formación inicial de nuestro sistema solar hace unos 4.600 millones de años. En el recuento realizado hace ahora cuatro años, se estimaba su número conocido en 1.097.148. ¿De dónde procede la pedrada que nos inquieta y qué probabilidades hay de que se desintegre en la atmósfera en el supuesto de que finalmente aproe su rumbo hacia nuestro planeta?

“En realidad, no sabemos con certeza de dónde vino, pero la mayoría de los asteroides cercanos a la Tierra (NEA) se originan en el cinturón de asteroides principal — es decir, entre las órbitas de Marte y Júpiter— y sus trayectorias se modificaron ulteriormente por la influencia gravitatoria del planeta masivo — Júpiter— a una órbita que se acerca a la Tierra”, nos aclara Boslough.

El físico cree que “no es posible evaluar las posibilidades de que se desintegre en la atmósfera sin un mayor conocimiento de su tamaño, propiedades físicas y circunstancias del impacto (cuán abruptamente descendería a través de la atmósfera). No lo sabremos sin más datos. Para poder establecerlo sería necesaria llevar a cabo una misión de reconocimiento — es decir, enviar una sonda espacial para tomar imágenes y recopilar datos— o esperar hasta que se acerque de nuevo dentro de cuatro años. O tal vez ambas cosas. Claro que si explota en la atmósfera, es posible que pueda causar más daños en un área más amplia que si chocara contra el suelo y formara un cráter”.

Cuando se habla de Boslough suele a sacarse con frecuencia a colación el modo en que ha utilizado a lo largo de su vida el sentido del humor y la ironía para defender la ciencia de las oscuras brumas del pensamiento mágico y la anticiencia. Fue sonado, por ejemplo, el ensayo que Mark divulgó en 1998 como broma del Día de los Inocentes para mofarse de un intento de introducir el creacionismo como contenido lectivo en las escuelas de Nuevo México.

El artículo que el científico publicó y que posteriormente se distribuyó a través del correo electrónico sugería que la legislatura de Alabama había decidido por mayoría modificar el valor de Pi, la constante matemática por antonomasia, “de 3.1415 a la cifra más bíblica de 3.0”.

Mucha gente le creyó y el asunto provocó oleadas de indignación. Cuando se aclaró lo sucedido, National Geographic News incluyó su chascarrillo en una lista que elaboró de los «engaños más memorables de la historia reciente». Paradójicamente, el disparate adquirió una nueva vida propia cuando se transformó en una leyenda urbana de cuya veracidad muchos no dudaban. Fue, por así decirlo, una manifestación típicamente norteamericana de lo que los españoles acostumbramos a llamar el “teléfono roto”, solo que en este caso estaba roto ya desde su origen.

La trayectoria de Mark

Mark físico nació en Iowa y creció en Broomfield, Colorado. Tiene una licenciatura en Física de la Universidad Estatal de Colorado y una maestría y un doctorado en Física aplicada del Instituto de Tecnología de California. Sus trabajos sobre explosiones en el aire desafiaron en su día la visión convencional del riesgo de colisión de asteroides y ahora son ampliamente aceptados por la comunidad científica.

Así, por ejemplo, Boslough fue el primero que sugirió que el vidrio del desierto libio se formó como consecuencia de una gran explosión en el aire de un meteorito. Lo que Mark planteó en aquel momento fue que aquel cuerpo no llegó a chocar contra la superficie de nuestro planeta sino que se fragmentó al entrar en la atmósfera, creando una enorme bola de fuego que habría provocado una explosión de aire tan caliente que derritió la arena y roca sobre el suelo, originando de ese modo los cristales. La revista Science se hizo eco de su análisis, aunque su tesis alcanzó fama mundial cuando la BBC emitió el documental titulado La bola de fuego del rey Tutankamón.

Mark Boslough, profesor de Investigación en la Universidad de Nuevo México.


Mark Boslough, profesor de Investigación en la Universidad de Nuevo México.

Boslough es asimismo conocido por sus críticas a la pseudociencia y, de forma mucho más específica, por sus soflamas contra el negacionismo climático, cuyo máximo exponente es, dicho sea de paso, Donald Trump, el presidente norteamericano que se acaba de abrir paso hacia su segunda legislatura en la Casablanca al grito de “quiero cerrar las fronteras y perforar, perforar…” El asunto es relevante en relación a la supuesta amenaza del asteroide 2024 YR4 porque, a juicio de Mark, tenemos mucho más que temer de las actividades antropogénicas que de lo que prevemos que nos venga del espacio.

“El agente más reciente de cambio abrupto en el planeta es la rápida expansión de la raza humana en todos los continentes, el desarrollo de la agricultura y la quema de combustibles fósiles”, nos dice tajante. “Las consecuencias incluyen la desaparición de hábitats y ecosistemas enteros, la pérdida continua de especies de plantas y animales y cambios radicales en las propiedades radiativas de nuestra atmósfera que han creado una inestabilidad climática que se está acelerando y girando fuera de control. La Tierra está en medio de una sexta extinción masiva”.

La sexta extinción masiva

La extinción que menciona el norteamericano —también conocida como extinción masiva del Holoceno o del Antropoceno— es un evento en curso que comprende la notoria desaparición de miles de formas de vida. La actual tasa de extinción es de 100 a 1.000 veces mayor que el promedio natural en la evolución. En 2007, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza consideró que una de cada ocho especies de aves, una de cada cuatro mamíferos, una de cada tres de anfibios y el 70 % de todas las plantas están en peligro. A diferencia de los episodios anteriores de extinción causados por fenómenos naturales, la sexta extinción masiva está impulsada por la actividad humana, principalmente debido (aunque no limitada) al insostenible uso de la tierra, una gestión inapropiada del agua y la energía, y el cambio climático.

Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), el 40 % de toda la tierra ha sido transformada para la producción de alimentos. La agricultura también es responsable del 90 % de la deforestación global y representa el 70 % del uso de agua dulce del planeta, alterando de manera importante los hábitats y devastando las especies que viven en esos lugares. “La crisis climática está ocasionando desde sequías más severas hasta tormentas más intensas y frecuentes”, señala la WWF. “También empeora los retos asociados con la producción de alimentos que estresan a las especies y genera las condiciones que hacen que sus hábitats sean inhóspitos”.

Claro que, para Boslough, “no hay nada malo en cuestionar de buena fe los paradigmas científicos, incluida la física atmosférica que utilizamos para predecir el cambio climático; la mecánica orbital que utilizamos para rastrear asteroides o la inmunología que utilizamos para salvar vidas con vacunas. Ese cuestionamiento solo se vuelve peligroso cuando se cruza con la negación y cuando nuestras políticas basadas en la ciencia son rechazadas en favor de la pseudociencia. La negación del cambio climático y el sentimiento antivacunas son tan peligrosos como lo sería la negación de los asteroides si se descubriera que uno está en curso de colisión. Pretender que no existen amenazas no es una opción viable”.

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