¿Hacía falta un ‘remake’ del clásico de las series recientes ‘Oficina de infiltrados’? Quizás no, pero difícil quejarse de un producto del lujo de ‘The Agency’ (SkyShowtime, desde el lunes, día 10), estilizado drama romántico disfrazado de ‘thriller’ de espionaje (o viceversa) con dirección de Joe Wright (‘Expiación’) y un reparto imposible de rechazar. Michael Fassbender encarna (en sustitución de Matthieu Kassovitz) a ese agente encubierto de, ahora, la CIA (en lugar de la DGSE) al que se le ordena dejar su vida secreta en Adís Abeba (que no Damasco) y regresar a la sede de la agencia en Londres (que no París). Richard Gere es Bosko, rotundo pero a veces perdido jefe del lugar. Jeffrey Wright, el mentor de nuestro antihéroe. Jodie Turner-Smith, el amor dejado atrás que le hace debatirse entre su carrera y su corazón.
Desarrollada por Jez y John Henry-Butterworth, guionistas de entregas recientes de las sagas Bond e Indiana Jones, ‘The Agency’ es tan solo el último entre los muchos ‘thrillers’ de espionaje que han conquistado a críticos y espectadores televisivos en los últimos tiempos. Para Jack Seale, experto en series de ‘The Guardian’, el motivo principal del nuevo auge de este género establecido tiene un nombre: ‘Slow horses’ (Apple TV+), adaptación de la saga de novelas de Mick Herron aquí publicada por Salamandra. “Esa serie fue un éxito sorpresa, tanto a nivel crítico como entre el público, gracias al boca-oreja. Simplemente, es lo mejor que tenemos ahora mismo. Eso conduce inevitablemente a que las cadenas televisivas pidan: ‘¡tráeme algo como ‘Slow horses’!'».
Llegaron después ‘Palomas Negras’ (Netflix), ‘Chacal’ (SkyShowtime), ‘Prime target’ (Apple TV+) o la citada ‘The Agency’, cuya primera temporada llega a España cuando algunos fans del género todavía no hemos tenido tiempo para empezar en Netflix las segundas de ‘El agente nocturno’ y ‘El nuevo empleado’. Incluso la inminente ‘Alien: Earth’ (Disney+) estará, al parecer, tan cerca de la ciencia ficción terrorífica como del espionaje corporativo.
Por qué en este momento
Cuando preguntamos al propio Herron, padre literario de ‘Slow horses’, sobre este movimiento, se quita méritos y elucubra sobre otro motivo principal: «Vivimos en tiempos turbulentos, y es posible que el creciente interés por el mundo encubierto refleje una creencia creciente en conspiraciones y maquinaciones gubernamentales de unas características u otras», afirma. Ahora incluso más que en otras épocas, parece reinar la idea de que gente poderosa está haciendo cosas malas a nuestras espaldas.
Curiosamente, este entusiasmo cultural por el espionaje se da en un momento menos propicio para el género que, digamos, el auge de la Guerra Fría, cuando las operaciones clandestinas eran parte clave de la política exterior de los grandes poderes. Jack Seale nos regala este resumen del mapa actual de la paranoia geopolítica: «La antigua Unión Soviética ha sido reemplazada por una Rusia descaradamente agresiva y expansionista; no hay tanto trabajo secreto que los espías puedan hacer. Mientras tanto, las mayores divisiones políticas de Occidente se dan entre gente que piensa que sus gobiernos se están volviendo cada vez más autoritarios y gente que quiere que eso pase porque están convencidos de que invasores malignos –musulmanes, habitualmente– están robando su identidad nacional. Pero ni siquiera los derechistas más racistas piensan que los inmigrantes estén creando redes secretas de fabricación de bombas. ¿Dónde encajan los espías en todo esto? No lo hacen».
Espías como nosotros
Y sin embargo, aquí los tenemos, correteando, observando e investigando en cada plataforma. No siempre con éxito, a veces cometiendo el error de enamorarse: el espía de 2025 será terriblemente humano o no será. Los héroes de ‘Slow horses’ son un grupo de agentes del MI5 relegados a una sede maloliente, la Casa de la Ciénaga, donde se hace todo el trabajo sucio y aburrido que nadie quiere hacer en las aromatizadas oficinas de Regent’s Park. Acaban resolviendo conspiraciones importantes, pero teniendo también problemas importantes por el camino; el primero de ellos, ser ellos mismos.
«Toda buena historia se basa al final en los personajes –dice el propio Herron–, y si el lector no se interesa ni identifica mínimamente con ellos, no puede haber suspense, tensión ni razón para seguir leyendo o viendo». Seale coincide con la idea: «Un modelo narrativo en el que un tipo apuesto dispara a todos los malos y lo arregla todo, sin quedar psicológicamente afectado por su trabajo, resultaría anticuado».
Como escribía el crítico Chris Vognar en ‘The New York Times’ al respecto de esta nueva cosecha de series de espías, «los conflictos y amenazas existenciales son ahora más interiores, íntimos y, en muchos sentidos, atemporales». Es una idea aplicable incluso al relativo villano de la función: en la nueva versión de ‘Chacal’ aprendemos mucho más sobre el trasfondo y la historia familiar del asesino y maestro del disfraz titular, al que da vida un Eddie Redmayne heredero del carisma de Edward Fox en la película de 1973. No todos los fans del libro original de Forsyth están satisfechos con la idea. «Para mí era mejor el libro que esta serie», nos comenta la periodista y escritora Jane Thynne (‘Las palabras que nunca escribí’), cuya reciente novela ‘Midnight in Vienna’ ha sido recibida como un brillante ejemplo del género de espías. «En mi opinión, la historia del Chacal demuestra que, a veces, el enigma es más efectivo que la explicación. Igual que las dudas sobre los motivos de Yago daban mucha fuerza al ‘Otelo’ de Shakespeare, aquí el relativo anonimato hace a este sicario más atrayente y, de hecho, aterrador».
Dobles vidas y mentiras
En el fondo, las historias de espías nos resultan familiares y atrayentes porque todos tenemos diversos roles en nuestras propias vidas, dependiendo del ambiente en el que nos movamos, en el trabajo o en casa, por ejemplo. «Y las fronteras entre nuestras vidas tienden a disolverse», apunta Herron. Según Thynne, «la tensión entre nuestro yo profesional y nuestro yo personal es el aspecto del espionaje que más nos interesa y que nos ayuda a identificarnos«.
Y no es solo que todos tengamos varias vidas. Es también que todos mentimos. «Las series de espionaje juegan con nuestro miedo a ser descubiertos –dice Seale–; todo el mundo presenta una versión de sí mismo al mundo y se preocupa por si otra gente descubre que la verdad es diferente». Estar siendo controlados por cámaras de vigilancia o nuestros propios dispositivos electrónicos ayuda a esa neurosis. «En Londres una cámara nos captura trescientas veces al día«, dice Thynne. «Eso nos ha dado un sentido de hipervigilancia. Se ha vuelto más difícil preservar nuestros espacios privados y la falta de verdadera soledad es corrosiva. Igual que los espías, tenemos una sensación permanente de estar siendo observados; eso nos arrastra al drama del espionaje».
Thynne se ve especialmente atraída por todo lo que rime con Le Carré. «Me gustaría ver adaptadas más de sus obras, empezando por una actualización de ‘Los hombres de Smiley'». Por su parte, Herron propone abrir un nuevo universo audiovisual a partir de las novelas de John Lawton sobre Joe Wilderness, combinación de agente del MI6 y contrabandista ocasional. «Tienen tramas enrevesadas, grandes diálogos, mucho buen humor y escenarios de Guerra Fría en toda regla; todo lo que un espectador con gusto podría desear».