Las clínicas de psicología y neuropediatría gallegas están observando un número creciente de niños y niñas con un alto y alarmante nivel de frustración y una escasa capacidad de atención. Uno de los grandes factores que propician este comportamiento es el uso de las pantallas en edades tempranas y, más concretamente, el visionado de dibujos animados con contenidos que sobrestimulan: excesivamente coloridos y frenéticos.
«Es un perfil que abunda cada vez más: vemos a niños que son incapaces de esperar y de mantenerse centrados en lo que toca en ese momento», analiza para FARO la psicóloga infantil María Quintas, de la clínica TeaR, con presencia en Vigo, Ourense y Pontevedra.
«Es un perfil que abunda cada vez más: vemos a niños que son incapaces de esperar y de mantenerse centrados en lo que toca en ese momento»
Quintas concreta que los problemas de concentración a largo plazo se vinculan no solo con el uso en sí de la televisión, el móvil y la tableta, entre otros aparatos, sino también con el propio contenido que se visualiza durante la infancia. «Actualmente, los dibujos animados sobrestimulan, sobre todo por su ritmo, pues pasan muchas cosas en poco tiempo, es como escuchar un audio a velocidad x2″, manifiesta.
«Se ha comprobado en estudios que, después de ver dibujos con muchos cambios de plano, niñas y niños tienen peor rendimiento en funciones ejecutivas relacionadas con la flexibilidad mental, la atención, la demora de la gratificación e incluso la tolerancia a la frustración», añade la experta.
El susodicho patrón «entrena al cerebro a adaptarse a una estimulación intensa» y, para más inri, genera una dependencia en el infante. «Puede hacer que actividades sin el mismo nivel de estímulo, como el juego libre, la lectura o las interacciones sociales le parezcan aburridas, lentas o difíciles de sostener», destaca María Quintas.
El ejemplo, en Los Simpson
La psicóloga ejemplifica sus palabras con Los Simpson, serie de animación que «se ha actualizado», ya que, a día de hoy, «tiene más color, es más vívida» y «cada capítulo está lleno de múltiples escenas con planos acelerados donde todo se enrevesa: hace que el espectador esté alerta y se contagie de ese ritmo».
Finalmente, la psicóloga resume que en las fases de crecimiento de los pequeños es cuando «se construyen las conexiones neuronales que les ayudarán a concentrarse, resolver problemas y regular sus emociones en el futuro». Sin embargo, «con este tipo de dibujos, su cerebro termina agotado, necesita estar atento a todo y observa que todo pasa muy deprisa, lo que puede provocar que lo extrapolen a su vida diaria; de ahí, menos paciencia y necesidad de inmediatez».
Alfonso Amado, neurólogo pediátrico en la clínica La Ruta Azul, constata igualmente la existencia de infantes que «necesitan ese chute de dopamina de contenidos distintos continuamente». «Son niños que, cuando dejan de estar expuestos a esos estímulos, están muy irritados e impacientes, toleran poco la frustración y demuestran un escaso control de sus impulsos», coincide el especialista.
«Son niños que, cuando dejan de estar expuestos a esos estímulos, están muy irritados e impacientes»
Esta realidad se trata del «cambio principal entre las anteriores generaciones, como la del Xabarín Club, y las de ahora». El programa de la Televisión de Galicia que emitía los dibujos animados más vistos por los gallegos durante los años 90 albergaba en su catálogo piezas audiovisuales más pausadas y con menos tintes, tales como Bola de dragón.
«Tú estabas esperando pacientemente la hora a la que daban Son Goku, por ejemplo, por lo que generabas esa capacidad de autocontrolarte hasta que llegaba el momento y, del mismo modo, sabías que cuando se acababa, lo dejabas de ver», establece Amado. Contrapone este recuerdo a una actualidad en la que «cualquiera puede acceder en cualquier momento a todo tipo de contenido»: «Ahora mismo, si lo quieres, lo tienes, y si no lo tienes en el momento, te frustras, y eso genera problemas».
¿Cómo solucionarlo?
El neuropediatra apuesta por «no ponerle puertas al campo», pues esta clase de contenidos, aunque se prohíban, les van a terminar llegando a los jóvenes «por otro lado». Por ello, recomienda un «control parental adaptado a la edad» y establecer «un límite de tiempo» con respecto a la utilización de las pantallas. Con todo, la alternativa más efectiva, indica, es que la familia integre «actividades en común» como puede ser un juego de mesa.
De forma paralela, Amado confía en la futura implantación de una ley que obligue a las grandes tecnológicas a restringir determinados contenidos para los menores de edad: «Al igual que se reguló el tabaco, por ejemplo, se tendrá que hacer lo mismo con esta especie de situaciones que, aunque sean legales, son perjudiciales». Opina también que esta legislación llevaría su tiempo debido a la presión que ejercen «lobbies muy potentes».
El psicólogo Carlos Losada pivota su reflexión sobre el acelerado «ritmo» de vida que gran parte de los padres y madres afrontan en la actualidad y cómo esta coyuntura influye en los críos
«Habrá que alcanzar un acuerdo entre todos para ver cómo protegemos a los niños», sentencia.
Al hilo, el portavoz de la Sociedad Española de Psicología Clínica, Carlos Losada, incide especialmente en los intereses de la industria para emitir ciertos dibujos animados que no son del todo beneficiosos, pero que «consiguen una mayor audiencia».
De todos modos, Losada pivota su reflexión sobre el acelerado «ritmo» de vida que gran parte de los padres y madres afrontan en la actualidad y cómo esta coyuntura influye en los niños. Los progenitores, afirma, «no pueden estar tan pendientes de ellos porque las horas que deberían dedicarles son las mismas que disponen también para realizar las tareas domésticas y otras obligaciones».
Como consejo para un mejor crecimiento, en línea con el doctor Amado, señala que, «cuantas más actividades se hagan con los niños, mejor». «Lo ideal es que surja un tema de conversación común», termina.
La Asociación Española de Pediatría (AEP) actualizó recientemente el límite de edad hasta el cual no debe exponerse a los pequeños a pantallas, que pasa de los 2 a los 6 años. El neuropediatra Alfonso Amado flexibiliza estas cifras: «Por debajo de los 3 años, cero horas de exposición a pantallas; y con menos de 5 o 6, desde luego no más de una hora porque en esa etapa los niños tienen que desarrollar otro tipo de habilidades».
«Cuando hacemos una entrevista clínica a la familia de un niño que a lo mejor tarda en hablar o sufre alguna dificultad, una de las preguntas que ya hemos introducido desde la pandemia es el tiempo de exposición a pantallas electrónicas», especifica Amado. «En el momento en el que se limita el acceso a estas tecnologías, sobre todo con 2-3 añitos, se nota que, después de un mes o dos, de repente los críos empiezan a interactuar y a conectar mejor», e incluso comienzan a articular palabras, remarca.