Tomo prestado de Gregorio Luri el acertado título de su ensayo «La escuela no es un parque de atracciones» (Ariel, 2020). El filósofo y pedagogo denunciaba en su muy exitoso libro el «desprecio del conocimiento en los centros de enseñanza y el énfasis en la diversión». Lo concretaba en una tajante advertencia: «Con la escuela no se juega».
El pasado fin de semana, me vino a la cabeza el título del libro del escritor navarro mientras leía la propuesta del SOMA (Sindicato Obrero de la Minería Asturiana) para sacar provecho a las instalaciones del viejo pozo Santiago (Aller). Se trataría de reconvertir escombreras, tolvas y demás restos de las viejas explotaciones en un centro de ocio deportivo.
Entre las propuestas del sindicato, figuran la construcción de una pista para la práctica del esquí en seco, una piscina de olas para el surf, un simulador de caída libre o paracaidismo y un rocódromo. Todas estas prácticas serían un atractivo para deportistas de élite, que tienen difícil practicar sus especialidades fuera de temporada, pero también para turistas en busca de las emociones fuertes.
De hecho, emociones fuertes ya se ofrecen en el Pozo del Sotón, donde los visitantes pueden realizar «un paseo por las entrañas de la tierra», jugar durante hora y media a un «escape minero» o disfrutar de un viaje en el tiempo a finales de los años 60 del pasado siglo en una visita teatralizada.
No pude evitar que viniera a mi cabeza la imagen de una mina convertida en un parque de atracciones. Y, es sabido, los asturianos tenemos un trauma con la mina que tardaremos varias generaciones en superar. Vemos la mina como nuestra memoria sentimental –la mayoría tenemos personas muy próximas que se dejaron la vida en ella–, como parte imprescindible de nuestra existencia, como algo muy serio, a los que tenemos mucho respeto cuando no miedo.
Los asturianos tenemos un trauma con la mina que tardaremos varias generaciones en superar
Vaya por delante que cualquier actividad que sirva para fortalecer la diezmada economía asturiana me parece loable. Pero parece sorprendente que recurramos siempre al turismo cuando no dejamos de quejarnos de la masificación –Barbón acaba de anunciar que tenemos un millón de visitantes más que antes de la pandemia–, de que ponemos todos los huevos en la misma cesta o de que asistimos impasibles a la desindustrialización de nuestro Principado.
Y más sorprendente aún que una región como la nuestra, con la minería en la sangre, desprecie proyectos como los de la mina de oro de Salave, en el que se generarían mil puestos de trabajo directo en un concejo con 3.500 habitantes como es el de Tapia de Casariego.
Sigo desde Madrid, con atención, y con preocupación, cómo este proyecto se ha dejado en vía muerta sin razón aparente. Todos los expertos coinciden en que cumple los parámetros exigibles para el respeto al entorno medioambiental. Al parecer, los únicos obstáculos son, por una parte, lo que este periódico llamaba en su editorial «una Administración parsimoniosa que maneja ritmos de otros siglos». Y, por otra, un pequeño grupo conservador, que a toda costa quiere que las cosas sigan como están per secula seculorum.
No comprenden que esa presunta Arcadia, que solo existe ya en su imaginación, necesita sobrevivir. La pesca y la ganadería, trabajos esforzados donde los haya, no son suficientes para ofrecer un futuro a los jóvenes del concejo, que se ven obligados a buscar su porvenir lejos de su tierra.
Volviendo sobre ese trauma que arrastramos los asturianos, hay en nuestro inconsciente un miedo a la mina. Esa mina, tan idealizada por un lado, también nos trae recuerdos de familiares muertos en desprendimientos o de visitas al Instituto de la Silicosis para ver a otros conocidos con los pulmones destrozados. Recuerdos de niños siempre negros, jugando sobre escombreras, de ríos negros como el Nalón o el Caudal o de monstruosos lavaderos de carbón.
Todo eso ya no existe. Forma parte de nuestros recuerdos más negros. Ni las nuevas industrias son así, ni el oro es tan sucio como el carbón. No podemos limitarnos a convertir nuestra región en un inmenso parque de atracciones. Lo natural es que aprovechemos nuestra experiencia y nuestros conocimientos en lo que nos es propio, en lo que está en nuestra idiosincrasia y nuestra cultura. Es decir, la industria y la mina.
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