En muchos edificios públicos hay un desfibrilador. Salvan muchas vidas. Desde mucho antes suele haber botiquines. Recuerdo de niño haberme caído en la piscina del pueblo. No, no al agua, que no tendría mayor problema, sino en el cemento que había nada más acceder al recinto y por ir como loco a por el primer chapuzón de la temporada. Sangre abundante y más lágrimas aún, pero no era mucha cosa. Me llevaron a una sala anexa y allí el vigilante abrió un armario anclado a la pared, en el que había, milimétricamente colocados, botellitas de suero fisiológico, gasas de diversos tamaños, tiritas, algodón, esparadrapo, pinzas, tijeras, jeringas y un termómetro. También había botellas de alcohol, agua oxigenada, mercurocromo y algunas cosas más que entonces no identifiqué.
Cuando dejaron de brotar las lágrimas y la sangre, por este orden, me fijé con sumo detalle en todo lo que aquel hombre hacía con habilidad y mucho cuidado. Me maravillaba ese proceso que comenzó por desinfectar la herida, retirar de ella la gravilla incrustada, volver a limpiar -no hizo falta coser, que la cosa no era para tanto, por mucho teatro que yo hiciese-, poner una crema -no sé de qué- y encima una pequeña gasa y luego fijar todo con el esparadrapo. Eché de menos que no hubiese usado más utensilios de aquella caja que me parecía mágica. Por cierto, me dolió mucho más despegarme después el esparadrapo y la gasa que todas aquellas curas y hasta que la caída misma. Desde aquel momento la palabra botiquín y, sobre todo, su utilidad, quedaron para siempre fijadas en mi cabeza.
Según Wikipedia La palabra botiquín procede de la palabra botica y esta, a su vez, del griego apotheke. Suena razonable. Pero también leí otra historia en algunos otros sitios en internet, implicando Dimitri Ivanovich Votikyn, supuestamente inventor del botiquín hace casi dos siglos, y al cual daría su apellido. No tengo constancia de que este relato sea cierto, y me llama la atención además que en otros idiomas nuestro botiquín se denomina con formas que poco tienen que ver con el apellido “Votikyn”.
Por eso pienso que es posible que esta historia sea tan falsa como los botiquines de Playmobil. Quizás algún lector amable pueda sacarme de dudas.
En fin, que no quería yo ir a tanto detalle con el asunto del botiquín, sino hacer un símil con lo útil que nos sería tener uno para las heridas que la vida nos va dejando en el alma, entendida esta no en sentido espiritual sino como vertiente emocional y cognitiva de nuestras vidas. Un botiquín con lo necesario para hacer las curas en nuestro cerebro de las heridas que dejan los disgustos, preocupaciones, decepciones, desengaños o frustraciones que van ocurriendo inevitablemente mientras vivimos.
¿Qué habríamos de meter en un botiquín del alma? Entereza, resiliencia, paciencia, empatía, serenidad, tolerancia, inteligencia emocional… Mucho perdón, sin duda, que de rebote cura. Deberíamos además pedir una segunda opinión, y hasta una tercera o cuarta, que hablar de las heridas del alma puede sino curarlas, al menos aliviar el dolor y el escozor. También puede ocurrir que por destapar demasiado la herida la expongamos a infecciones, así que nunca se sabe. Y ojo también con el alcohol, imprescindible en el botiquín del cuerpo, pero desaconsejable para las heridas del alma.
Por último, lo que jamás debe faltar en el botiquín del alma es el humor, y si es posible a garrafas. El humor es antiséptico, analgésico, es apósito e incluso cura, sobre todo cura. Por tanto, recuerde llevar siempre humor de sobra y, eso sí, que sea buen humor.