Es uno de los acontecimientos culturales de finales de 2024 y comienzos del 2025: la gran exposición de la Fundación MOP en La Coruña que celebra el legado de Irving Penn. Tras las dedicadas a Peter Lindbergh, Steven Meisel y Helmut Newton, la institución creada en 2022 por Marta Ortega Pérez –heredera de Amancio Ortega, primera fortuna española, y presidenta no ejecutiva de Inditex– ha traído en exclusiva a España la muestra organizada en 2017 por el museo Metropolitan de Nueva York para conmemorar el centenario del nacimiento de uno de los grandes fotógrafos del siglo XX.
Como tantos colegas –entre ellos los que le han precedido en el imponente espacio de la MOP en el Muelle de Batería de La Coruña–, Penn (1917-2009) se dio a conocer gracias a sus fotografías para revistas como Vogue. Ya fuera con refinados editoriales de moda, bodegones hipnóticos o penetrantes retratos de personalidades como Pablo Picasso o Marlene Dietrich, el legado de Penn demuestra que las mejores publicaciones de moda, aquellas que confían en el genio imaginativo de sus colaboradores y no temen arriesgar y desafiar la dictadura del gusto medio, son un soporte perfectamente apto para la creación artística.
Precisamente un encargo de Vogue dio lugar a uno de los trabajos más sobresalientes de Penn, recogido en la exposición de La Coruña y piedra angular de la faceta etnográfica que desarrollará con el tiempo: su serie de retratos peruanos, realizados en Cuzco durante las navidades de 1948.
Flotando en Perú
A finales de aquel año, Penn viajó a Lima para disparar su primer y único encargo de moda en una localización externa. El 27 de noviembre, partió de Nueva York acompañado de la editora de moda de Vogue Babs Simpson, la modelo Jean Patchett y treinta kilos de ropa. Lo hicieron diez años antes de que Jimmy Van Heusen y Sammy Cahn escribieran para Frank Sinatra aquello de «let’s float down to Peru» en «Come Fly With Me». Penn retrató a Patchett en el día a día ficticio de una turista en las calles de Lima. Por entonces, Perú se había puesto de moda gracias a la apertura del primer acceso turístico a Machu Picchu y la conexión aérea semanal del aeropuerto de Limatambo con Estados Unidos.
El resultado del encargo de Vogue, un reportaje gráfico titulado «Flying Down to Lima», se publicó en el número de febrero de 1949. Pero Penn, fascinado por el país, no se conformó con aquellas fotos de moda y glamour. «Cuando llegó el momento de volar de vuelta a Nueva York», explica el comisario de la muestra, Jeff L. Rosenheim, en uno de los textos de su excelente catálogo, Penn se despidió del equipo «y puso rumbo a los Andes para iniciar, cámara en mano, su primera gran aventura» desde la Segunda Guerra Mundial, en la que había participado como voluntario del American Field Service en Italia.
Una corazonada navideña
«Decidí pasar las navidades en Cuzco, una ciudad de la que había oído hablar y con la que tenía una corazonada», explicaba Penn en 1991 en su libro antológico Passage. «Me moría de ganas de fotografiar a sus habitantes desde el mismo momento en que los tuve frente a mis ojos».
La altitud de la vieja capital del imperio inca le jugó «una mala pasada». Aturdido por el mal de altura provocado por los 3.400 metros sobre el nivel del mar, tuvo que guardar reposo en su habitación de hotel durante tres días. Pero «el cuarto día amanecí con más energía de la que había tenido hasta entonces. Corrí al centro de la ciudad, tan fascinado con la gente como lo había estado en el momento en que bajé del avión. Tenía unas ganas locas de hacer fotos. Y entonces, como si de un milagro se tratase, apareció un estudio con luz natural en el centro de la ciudad».
Aquel estudio, que pese a los esfuerzos de varios investigadores no ha podido ser identificado, tenía una gran pared con luz norte, un bonito suelo de piedra y una tela pintada como fondo. Era, en palabras del fotógrafo, «un sueño hecho realidad». Sin dudarlo, ofreció alquilárselo durante tres días al fotógrafo local que lo regentaba. Al principio se quedó observando y tanteando con la cámara mientras su anónimo colega inmortalizaba a sus clientes, sus siluetas iluminadas por una suave luz cenital y recortadas contra el fondo de la tela pintada.
Frenesí creativo
Ya a solas, Penn decidió hacer suya la estética del lugar, alternando como fondo una tela decorada y otra neutra, similar a las que utilizaba en su estudio de Nueva York, y una pequeña alfombra con la que cubría ocasionalmente las grandes losas del suelo.
Un año después, en diciembre de 1949, Vogue publicó «Christmas at Cuzco», un reportaje con once retratos en color precedidos de un texto sin firmar escrito por el propio Penn y un breve apunte biográfico firmado por el también fotógrafo Edward Steichen.
En ese texto, así como en su libro de 1974 Worlds in a Small Room, Penn ofrece algún detalle de las circunstancias en que se produjeron las sesiones mágicas y maratonianas de Cuzco. Contrató a varias personas a modo de ayudantes y de intérpretes, y en tres días tomó 2.000 fotografías. No paró hasta que se quedó sin luz natural el mismo día de Navidad.
Al principio se limitó a abrir las puertas del estudio para atender a quienes acudían para ser retratados por el fotógrafo local. Para sorpresa de la clientela, el que les esperaba allí era un gringo que en vez de pedirles dinero por su trabajo les pagaba a ellos por posar. Enseguida se corrió la voz por la ciudad, y el zaguán del edificio se llenó de gente dispuesta a ponerse delante de su objetivo, algunos incluso varias veces. Cuando la afluencia aflojaba, Penn, fascinado por original sentido de la moda de la gente andina, enviaba a sus ayudantes a que le buscaran en la calle sujetos que fotografiar.
Se trataba tanto de habitantes de Cuzco como de visitantes procedentes de los alrededores. La mayoría descalzos, o calzados con sandalias precarias, había niños, madres con sus hijos atados a la espalda, pastores con sus ponchos y capas de lana o vendedores ambulantes cargados con sus mercancías. Interpretando a su manera, sin conocerla, la tradición fotográfica de tipos andinos, Penn ensayó también un antecedente de lo que sería su serie Small Trades de trabajadores anónimos con las herramientas de su oficio que poco después realizaría en Londres, París y Nueva York.
Un director de escena
Penn se servía de dos intérpretes, uno en español y otro en quechua, para comunicarse con sus modelos. Pero sobre todo del tacto, para colocar sus cuerpos, moldearlos como un escultor, adecuarlos a su intención. «Colocaba a los sujetos con mis manos, moviéndolos e inclinándolos. Sus músculos eran rígidos y resistentes y supuso un esfuerzo considerable», recordaba años después.
También hizo uso del talento que venía demostrando en los editoriales de moda a la hora de colocar la indumentaria de sus modelos. «Las fotografías no solo revelan el delicado toque de un modista y su instintivo conocimiento del peso, el patrón, la textura y el equilibrio«, apunta el comisario Rosenheim, «sino también la maestría de un director de escena que sabe, por ejemplo, cómo ajustar las manos de un hombre para que descansen con naturalidad sobre sus caderas», o inclinar una cabeza para reforzar el mentón o resaltar la mirada.
Los retratos de Cuzco son precursores del trabajo etnográfico que Penn realizará por todo el mundo –en África, Nueva Guinea, Estados Unidos– durante los veinticinco años siguientes y que recogerá parcialmente en Worlds in a Small Room.
En la introducción de ese libro explica la dinámica que se suscitó durante aquellos tres días mágicos en Cuzco: «El estudio se convirtió para cada uno de nosotros [el modelo y el fotógrafo] en una especie de área neutral. No era su casa, puesto que era yo quien había introducido este recinto extraño en sus vidas; pero tampoco era mi casa, puesto que obviamente yo había venido de otro lugar, de un lugar muy lejano. Pero en este limbo existía para ambos la posibilidad de un contacto que fuera una revelación para mí y, en muchas ocasiones, estoy seguro, una experiencia conmovedora para los propios sujetos que, sin palabras –solo con su postura y su concentración–, ya decían lo suficiente para estrechar el abismo entre nuestros dos mundos».