«¡Un golpe de realidad!», afirmaba contrariado el joven Santi Costa, coordinador de los voluntarios en la Parroquia de San Ramón Nonato de Paiporta, durante un intercambio de impresiones al finalizar nuestra intensa jornada de trabajo del pasado jueves 19 de diciembre en, seguramente, el municipio valenciano más afectado por la riada.
No le faltaba razón. El más pintado, niño o adulto, había tenido que afrontar situaciones desconocidas y tensos momentos que, en mayor o menor medida, jamás había conocido: días interminables sin agua, luz, gas o conexión a internet; búsqueda desesperada de alimentos; caos, desorganización e incertidumbre; dificultades extremas para las rutinas diarias y, lo peor, muerte o destrucción en cualquier rincón al que uno se asomase. Supervivencia a raudales.
Paradójicamente, ese oceánico caudal de agua, señal de vida y crecimiento, se había convertido en el malvado ejecutor de una película de terror cuya pesadilla, después de casi dos meses, aún perdura y, por lo presenciado hace escasas horas, lamentablemente tiene visos de continuar a modo de eterna resaca.
Tras sus palabras, le respondí que su percepción bien podría ser el titular del día para los más de 150 alumnos del Colegio Tajamar de Vallecas y nueve adultos que, desde Madrid, habíamos partido a las seis de la mañana con el objetivo de echar el resto durante unas ocho horas antes de que la llegada de la oscuridad pusiera el punto final a ese golpe de realidad de alguien que, a pesar de todo, se sentía afortunado por «sólo» haber perdido los coches de uso familiar. Sin vehículos, sin embargo, la vida –lo más preciado– podía seguir su curso después de todo lo tristemente acaecido.
Y, no había duda alguna de que era para sentirse así, afortunado, tras poder comprobar in situ que, transcurridas más de siete semanas, hay mucha faena que hacer en lo sucesivo, que no son ni días ni meses, sino años. Santi y los suyos pueden contarlo, nosotros simplemente fuimos meros testigos de una catástrofe cuyos vestigios, a fuerza de ser sincero, bien dejan a las claras la realidad de aquel infausto 29 de octubre, reforzada por atroces imágenes o vídeos que «inundaron» nuestras mentes o dispositivos y que, con el recuerdo de aquel final de mes, se arremolinaban en nuestra memoria ante la evidente destrucción delante de nuestros ojos.
Nosotros, testigos de todo ello a toro pasado y del rescate de inservibles enseres de trasteros, parecíamos haber sido parte de una tragedia aunque nuestras vidas hubiesen seguido su discurrir a más de 360 kilómetros de lugares anegados y asolados por aquella inundación con el resultado de la actual y manifiesta miseria.
Y ésta, la miseria, anda suelta, con licencia para igualar las ostentosas muestras de ruindad de las que perversamente hacen gala nuestros políticos. Desde el interés ideológico del presente hasta la insistente envidia del pueblo español –aquella proclamada por Unamuno–, las tremendas consecuencias de las inundaciones no han hecho más que corroborar aquello del «unos por otros, la casa sin barrer». El refranero de nuestra lengua va sobrado de riqueza e ironía. A buen entendedor…
Y no es el hecho de que no hubiese cepillos, palas, cubos, utensilios o herramientas varias para la limpieza en primera instancia. La solidaridad y generosidad del pueblo español estuvieron a la altura de los requerimientos con espontáneas muestras –a veces con incomprensibles e infames trabas– de compatriotas españoles empeñados en demostrar aquello de «sólo el pueblo salva al pueblo» sin ánimo de etiquetas o señalización política, esa con la que tanto disfrutan la casta política y sus serviles medios de comunicación en el imperioso afán de generar fracción y discordia al objeto de tapar u obviar responsabilidades para con sus conciudadanos.
La amenaza, sin embargo, después de una catástrofe natural sin parangón –que podía haber sido de menores consecuencias– procedía no sólo de los devastadores efectos de la prevista DANA, sino de los encargados de manejar el cotarro en horas, días o semanas posteriores cuando la buena y decente gestión marchó al exilio junto al mando y adecuado orden de las acciones a desempeñar. Sus lagunas y despropósitos han evidenciado una vez más la bajeza e incompetencia de los que llevan a España al borde de un profundo abismo. La miseria, por lo expuesto anteriormente, parece haberse convertido en ingrediente indispensable para diversos cargos públicos que van desde la política a la justicia.
Visto lo visto –que aún se puede tristemente contemplar–, la lapidaria frase de Antonio Machado iba a convertirse en el eslogan reivindicativo de la población afectada y las legiones iniciales de paisanos valencianos que atravesaron el puente de la esperanza al auxilio del necesitado. A Dios gracias, todas esas acciones sí que sirvieron para mitigar el impacto inicial de frustración y desolación.
Hoy, de hecho, se echan de menos aquellas solidarias manos y desinteresada labor de un pueblo al que el trabajo y la rutina impiden su avance en trabajos de desescombro, limpieza, pintura, rehabilitación o sustitución hasta el punto de pensar que muchos han tirado la toalla. La impotencia es evidente, como el carácter irascible como consecuencia de la acumulación de tensiones por la falta de medios humanos y ayudas económicas, esas destinadas a acelerar el declive e identidad de nuestra nación.
La fuerza humana, con algún que otro numeroso e improvisado «contingente» de estudiantes capaces de hacer correr las lágrimas de los vecinos, hace lo que bien puede mientras los gestores gubernamentales, de uno u otro calado siguen a lo suyo, enredados entre dimes y diretes o el oportunismo de sus tira y afloja como catapulta para politizar la tragedia y convertirla en arma arrojadiza contra el adversario al mismo tiempo que olisquean un potencial caladero de votos para futuras convocatorias electorales.
Es España con su cainismo exhibido en grado superlativo, reforzado, si cabe, con gestos de tremenda deshumanización, incomprensibles decisiones y pésimas actuaciones que invitan a la desilusión de un pueblo cuya esperanza, entre lágrimas de alegría, es capaz de resurgir con la llegada de un puñado de estudiantes, de la mal llamada «generación de cristal», decididos a ofrecer su tiempo, trabajo, disposición y disponibilidad en medio de la decadencia moral, espiritual y material de este mundo en ruinas.