Cuando Netflix anunció hace cuatro años que iba a hacer una adaptación de Cien años de soledad, no sabíamos si alegrarnos o echarnos a temblar. Estaban los entusiastas y los escépticos que ya iban con la escopeta cargada, como aquel pelotón de fusilamiento que apuntaba al coronel Aureliano Buendía mientras recordaba la primera vez que vio el hielo. La plataforma ha logrado superar con nota un reto que hasta hace unos años era impensable. La novela de Gabriel García Márquez tenía la etiqueta colgada de inadaptable, pero esa es una barrera que hace años que las series de televisión comenzaron a derribar. El formato de serie de televisión permitía un mayor desarrollo de cada una de las tramas, superando las limitaciones que supone el tener que contar todo en dos horas de película. Peter Jackson superó esos escollos de llevar al cine El Señor de los Anillos con tres películas de cuatro horas de duración cada una. Años después Juego de Tronos despertó la fiebre por las adaptaciones de abultadas sagas literarias de miles de páginas a través de las series de televisión. Tras pagar millonadas por los grandes best sellers, también estaba por abrir el melón de los grandes clásicos.
Aunque no han faltado las voces críticas, el resultado no es ni mucho menos el sacrilegio que muchos se temían. La presencia en el proyecto del hijo de Gabo, Rodrigo García, haciendo las labores de showrunner suponía de alguna manera el sello de calidad con el que empezar a derretir el caparazón de hielo de los más escépticos. Su íntimo conocimiento de la obra literaria de su padre nos decía que fuera cuál fuera el resultado iba a tener el mimo y el cariño suficiente al original.
Hasta la llegada de la serie, Macondo, la aldea imaginaria donde se desarrolla la trama de la novela, era un territorio inexplorado que solo existía en la mente de los lectores que habían devorado la novela. Cada uno tenía su particular imagen mental de las calles de ese pueblo que al principio estaba formado por casas de barro y cañas y fue creciendo hasta plagarse de imponentes mansiones coloniales. A través de las distintas generaciones de la familia Buendía y sus relaciones incestuosas veíamos su evolución a lo largo del tiempo. En estos ocho primeros episodios, todavía no hemos llegado a la llegada del tren a Macondo, pero sí al momento en que la política pone sus zarpas entre sus habitantes y enturbia con esas encarnizadas luchas entre liberales y conservadores lo que había sido un lugar idílico y mágico donde hasta esos momentos no había habido ninguna muerte violenta. La serie estrenada en Netflix la semana pasada abarca la mitad de la novela. Para el año que viene, están previstos otros ocho episodios más con los que se completará la adaptación que hasta hace muy poco se consideraba imposible. La extensión temporal, la multitud de personajes y de tramas y la presencia del realismo mágico la situaban como una de esas obras que únicamente se iban a poder disfrutar leyéndola.
Puede que suene muy topicazo, pero Cien años de soledad es uno de mis libros favoritos. Lo descubrí preparándome la entonces llamada Selectividad, donde era uno de los libros para la asignatura de Literatura. Fue una delicia descubrir una novela tan buena y con la que uno disfrutaba estudiando. De hecho, en el examen cayó precisamente un comentario de texto sobre uno de sus pasajes. No diré cuál para no hacer spoilers, porque es de una parte que se tendrá que contar en los nuevos episodios por estrenar. Estos datos biográficos me podían colocar en el bando de los escépticos, aunque yo ya tenía asumido que fuera cual fuera el resultado no iba a superar al material original. Solo cabía esperar que fuera una adaptación digna y que hiciera justicia a una de las obras cumbres de la literatura universal. Comparando con otra obra maestra, ninguna de las adaptaciones del Quijote de Cervantes figuran entre las películas o series míticas de la historia del cine. La gran mayoría son buenas adaptaciones, pero el material al que aspiran tiene una grandeza que es inalcanzable. Uno de los grandes méritos de la serie es el de saber capturar la esencia de la novela y aportar elementos visuales y narrativos que enriquecen la experiencia del espectador, sin traicionarla.
Netflix ha acercado a las nuevas generaciones una obra maestra de la literatura universal. Algunos se quedarán con lo que vean en la pantalla y con ello les bastará y otros querrán acercarse al libro. Aquellos amantes de la obra de Gabo quizá vuelvan a sumergirse en la magia de Macondo por cuarta o quinta vez, animados tras la experiencia de la serie. Pero sobre todo, hay que tener en cuenta el efecto que un proyecto de este tipo está teniendo para un país como Colombia. En estos tiempos de globalización y colonización cultural, Netflix ha sacado adelante una producción genuinamente de ese país. La serie se ha rodado íntegramente allí, con actores colombianos, así como su equipo de producción. Algunos estudios están cifrando en 50 millones de euros el impacto económico que está teniendo la serie en el país, no solo por los puestos de trabajo directos e indirectos y revitalizando una industria audiovisual que era conocida por los culebrones. No todo en la industria audiovisual internacional van a ser franquicias multimillonarias.
Por lo pronto, Netflix ya preparó el terreno hace unos meses con adaptación de Pedro Páramo en formato película; mientras que en HBO Max hemos tenido una nueva versión en forma de serie de Como agua para chocolate del libro de Laura Esquivel. La adaptación de Cien años de soledad ya era una excelente noticia y que sus responsables hayan superado con nota la prueba, lo es aún más. La pena es que el ambicioso proyecto no ha liderado la lista de lo más visto de la plataforma, aunque sí que ha estado entre los primeros puestos. ¿Se atreverá alguien con Rayuela de Julio Cortázar? Netflix ya se metió en el terreno de las series interactivas en Bandersnacht aquel innovador episodio de Black Mirror.