Los bajos del número 13 de Santa Ana tienen probablemente la fachada más mustia de la céntrica plaza madrileña. Una academia de estudios con una cartelería espantosa y un bar hawaiano más discreto flanquean el portal en el que se crio Marisa Paredes, la hija de la portera de ese edificio situado justo enfrente de la estatua de Calderón de la Barca que era lo primero que la niña Marisa veía al salir de casa, justo antes de girar la cabeza y mirar, a su derecha, la magnífica fachada neoclásica del Teatro Español. Fue ese edificio el que, con su trasiego continuo de gentes del espectáculo, e intrigada ella por las cosas maravillosas que sucedían allí dentro, acabaría despertando su pasión por la interpretación. Y ha sido allí donde, este miércoles por la mañana, la despedían definitivamente centenares de amigos y aficionados al cine.

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