Los bajos del número 13 de Santa Ana tienen probablemente la fachada más mustia de la céntrica plaza madrileña. Una academia de estudios con una cartelería espantosa y un bar hawaiano más discreto flanquean el portal en el que se crio Marisa Paredes, la hija de la portera de ese edificio situado justo enfrente de la estatua de Calderón de la Barca que era lo primero que la niña Marisa veía al salir de casa, justo antes de girar la cabeza y mirar, a su derecha, la magnífica fachada neoclásica del Teatro Español. Fue ese edificio el que, con su trasiego continuo de gentes del espectáculo, e intrigada ella por las cosas maravillosas que sucedían allí dentro, acabaría despertando su pasión por la interpretación. Y ha sido allí donde, este miércoles por la mañana, la despedían definitivamente centenares de amigos y aficionados al cine.
En ese portal del número 13 ha pedido la familia de Marisa Paredes que se instale una placa en su memoria. Servirá para dar luz a un rincón que pide a gritos que hagan algo con él, y para recordar que aquí creció una de las grandes personalidades de nuestro cine, además de una de las vecinas más insignes de Madrid. Lo contaba la portavoz socialista en el Ayuntamiento de la capital, Reyes Maroto, a su llegada a la capilla ardiente de la actriz, por la que a partir de las 10 de la mañana ha ido pasando un goteo incesante de compañeros de profesión, amigos y representantes políticos que querían dar su último adiós a la intérprete.
A la espera de que esa placa sea aprobada por la corporación municipal, o de que se bautice un nuevo y cercano centro cultural con su nombre, como ha pedido Más Madrid, lo que sí se sabe desde esta mañana es que los Premios Goya rendirán en su próxima edición, que se celebrará en 8 de febrero en Granada, un «gran homenaje» a la actriz madrileña, y que la Filmoteca Española está ya preparando un ciclo sobre su filmografía. Lo anunciaba el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, después de pasar un buen rato saludando a la familia de la actriz junto a la vicepresidenta segunda del Gobierno y su compañera en Sumar, Yolanda Díaz. Los dos, amigos personales de Paredes y los suyos, pasaron un buen rato dentro de la sala charlando con su marido, Chema Prado, con su hija María Isasi y con los hermanos vivos de Marisa, Ángel y Petra, a los que, como es lógico, se podía ver muy consternados. Díaz, visiblemente emocionada también, decía al salir del Español que ella había «tenido la suerte de ser como soy gracias a personas como Marisa Paredes. Nací en una casa de mujeres y hombres como ella: son lo mejor de nuestro país», comentaba en referencia a su compromiso político Y recordaba que, hace poco, la actriz «me echó la bronca porque decía que teníamos que pelear todavía más contra la derecha, que no podían avasallarnos. Hoy tenemos más fuerza para seguir reivindicando ese legado de justicia social que ella tan bien representaba». También Isasi incidiría en lo mismo en el final de la ceremonia por su madre: «La forma más bonita de rendirle homenaje es luchar en la calle por los derechos de todos, contra la guerra. Nos merecemos vivir en paz y tener todos los derechos que necesitamos tener. Tomadla como ejemplo. Solo así cambiaremos el mundo y lo haremos mejor».
Bayona madrugador
En una gris mañana madrileña que, como descongelada por el cariño de tantos, acabaría dando paso al sol un par de horas después, terminado el homenaje y con el aplauso emocionado de la gente, Urtasun y Díaz habían sido de los primeros en llegar a una cita en la que los hubo todavía más madrugadores. Por ejemplo Juan Antonio Bayona que, como uno más, esperaba discretamente en los primeros puestos de la cola a que se abrieran las puertas del teatro. El director de La sociedad de la nieve recordaba allí que los dos coincidieron en muchos festivales, y que la actriz veterana siempre fue «muy cariñosa, muy atenta conmigo». «Ella era una de las grandes, e hizo grandes a los más grandes», la describió un Bayona bien abrigado para protegerse del frío. Delante de él tenía a María y Epifanio, un matrimonio de jubilados de Calig, en Castellón, que contaban cómo decidieron viajar anoche a Madrid para despedir «a una gran actriz y a una gran persona».
Pocos minutos antes de las 10h llegaba desde el Tanatorio de San Isidro el coche fúnebre que transportaba el féretro de la actriz. A bordo iba su hija, María Isasi, que acompañó dentro al cuerpo de su madre con una rosa amarilla y otra roja en la mano, el rostro descompuesto por el dolor. En el escenario la esperaban una gran fotografía de la Paredes de los 90, además de innumerables centros florales. Los había de la familia de su marido, de políticos e instituciones como el presidente del Gobierno, el ministerio de Cultura o la corporación de RTVE. También de muchos compañeros de profesión o del mundo de la cultura: los Guillén-Cuervo, la productora Lazona, el Teatro de La Abadía, Pasión Vega, la fundación Aisge o la Unión de Actores y Actrices. Y de camaradas de militancias varias: de las feministas de El Club de las 25 a la organización pararlaguerra.es, convocante de las manifestaciones propalestinas en las que tan activa ha estado la intérprete hasta el último momento.
Sobre una enorme corona de rosas rojas se podía leer «Pedro, Agustín y el Deseo», así, sin apellidos. Pero ninguno de los hermanos Almodóvar, inmersos en la promoción de La Habitación de al lado en París estos días, se ha podido pasar por el homenaje. Fueron sin duda los grandes ausentes de la jornada. Sí estaban la productora de El Deseo, Esther García, y el compositor Alberto Iglesias, que al fin y al cabo son casi parte de la familia.
Marisa Paredes fue una figura de relevancia internacional, que cultivó amigos y conexiones en los cinco continentes, algunos tan célebres como Caetano Veloso: del músico brasileño, también ocasional ‘chico Almodóvar’ y de su mujer Paula, amigos personales de la pareja Paredes-Prado, había también unas flores. Hablando precisamente de música, otro de los asistentes a la capilla ardiente, Fernando Delgado, director de la discográfica PIAS Iberoamérica, contaba cómo Paredes, hace tan solo unas semanas, se mostraba entusiasmada con la idea de asistir al concierto en Madrid de Nick Cave, destacado artista de su sello. Una mujer siempre conectada con los más diversos frentes de la cultura. Y con una influencia que, como demostraba el público presente en la capilla ardiente, conecta con diferentes generaciones. Lo hacía evidente la presencia de los Javis, que produjeron la serie Vestidas de azul, uno de sus últimos trabajos televisivos, y que la recordaban en aquel rodaje «radiante, brillante. Creo que todos la sentíamos y la queríamos eterna. Por eso esto ha sido tan doloroso», decía Javier Calvo. Hace solo unos días que la pareja de creadores se estuvo mensajeando con la actriz, y ella les contó que estaba emocionada con lo que tenía pendiente de estrenar en el teatro, su nueva obra junto a Lluís Pascual. «Me quedo con la sensación de que teníamos muchas cosas pendientes por hacer. Teníamos la ilusión de trabajar más con ella, de escribirle cosas», añadía Javier Ambrossi. «Íbamos a hacer una cosa juntos en enero y justo estábamos hablando de qué fecha le venía mejor», comentaba sobre lo inesperado de su muerte.
Politica y cine
En un desfile continuo de personalidades, sin masas en la calle pero con un entrar y salir de gente anónima que no paró en ningún momento, los más discretos fueron en general los intérpretes, y los más locuaces, como es lógico, los políticos. De los segundos pasaron por el español, además de los ya citados, la delegada de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, Marta Rivera de al Cruz, el teórico candidato del PSOE frente a Díaz Ayuso, Óscar López, la presidenta del Congreso, Francina Armengol, o los concejales de Más Madrid Rita Maestre y Eduardo Rubiño. Lo más repetido entre la izquierda, con presencia casi monopolística: el compromiso de la actriz incluso en los asuntos más cotidianos, como la polémica tala de árboles de la plaza de Santa Ana en la que tanto se involucró, recordaban tanto Maestre como Reyes Maroto.
De los primeros, sus compañeros, el reguero fue constante. Se pudo ver, entre otros, a Mario Gas, Juan Diego Botto, Bárbara Lennie, Carmen Machi, Elena Anaya, Alberto Ammán, Julio Médem o Ginés García Millán, compañero de reparto hasta hace solo unos días de María Isasi en Luces de bohemia. Muchos pasaban del rostro compungido (los que más, Botto, Lennie o Machi) a la charla distendida apenas se encontraban con amigos, porque para eso sirven también estas cosas: para exorcizar tristezas gracias al reencuentro. Lluis Homar recordó a «una actriz única e irrepetible con la que tuve la suerte de trabajar en dos películas», y José Sacristán mencionó el «recuerdo imborrable» que deja la que considera «una ciudadana ejemplar». Estuvieron también muchos chicos y chicas Almodóvar de los de siempre: Juan Echanove, con el que compartió protagonismo en La Flor de mi secreto, Guillermo Montesinos, Bibiana Fernández, Rossi de Palma o Loles León.
Esta última dijo al salir, con toda su gracia: «Diré lo que creo que diría Marisa: se hubiese quejado por estas dos horitas. Ella que era toda una señora expresidenta de la Academia del Cine, todo un icono, se merecía algo más». Se refería a lo corto de esta capilla ardiente que habrá dejado a muchos y muchas sin poder despedirse de ella. Justo después, a León se le saltaban las lágrimas. Lo mismo le había pasado unos minutos antes a Eduard Fernández, su compañero en un Hamlet de Lluis Pascual hace años, que subió al escenario solo, los ojos anegados, para pasar unos minutos tocando el ataúd. Fernández fue discreto y se marchó sin apenas decir palabra. Le tocaba ir a la Academia de Cine, donde justo a continuación se anunciaban los nominados a los Goya de este año, y estaba ya probablemente preparándose para el cambio de humor necesario. Al fin y al cabo, por esto es por lo que pasan a menudo los grandes maestros como él o como su amiga y compañera, una ya para siempre eterna Marisa Paredes.