Es otra de las secuelas que deja la DANA aunque no aparece en los balances de daños. Con el foco puesto en la recuperación de las viviendas, comercios o infraestructuras, el bienestar emocional de muchos vecinos que han tenido que aprender a convivir con las duras imágenes de lo vivido aquella fatídica tarde y con la nueva realidad de sus municipios está poniendo en jaque su salud mental. También la de muchos trabajadores como Carlos Parra, un policía local de Picanya que estaba de servicio aquel día y que ahora no ha dudado en pedir ayuda para aprender a gestionar todas estas emociones: «Lo más duro está siendo aceptar la realidad», narra.
El agente admite que seguir adelante con el trauma emocional que acumula desde entonces «no está siendo fácil, porque te frustra saber que no has podido llegar a todo el mundo y esta profesión no permite ni caerse ni relajarse». Es lo que siente «por respeto a toda la gente que ha perdido a un ser querido, que ha perdido su casa, su negocio o su coche» porque considera que «aunque los policías también somos afectados, no nos podemos permitir ni caer ni venirnos abajo». En su caso se está apoyando en sus compañeros y en su familia. «Contarlo también hace que te sientas mejor», añade, por lo que, siguiendo con las pautas de los profesionales que le están atendiendo, ha recopilado cómo fueron las 19 horas de turno que realizó aquel 29 de octubre.
Cronología de la jornada
«Ese día me reincorporaba de la baja de paternidad y éramos cuatro agentes trabajando: Josep, Marta, Fran y yo. Llegué al retén a las 13:45, me puse el uniforme y el oficial nos trasladó las novedades. El servicio empezó tranquilo, atendiendo los servicios que iban saliendo, principalmente caídas de árboles o placas solares por el viento. A las 17:55 mi compañera y yo decidimos irnos a realizar vigilancia a la zona de Vistabella y al llegar observamos que el barranco empezaba a llevar agua», rememora.
Media hora después, a las 18:30, recibe el aviso oficial por emisora para cortar «inmediatamente» el puente de la calle Valencia. «El agua ya estaba rebosando y la gente estaba haciendo fotos y vídeos. No eran conscientes de la gravedad del asunto. Desalojamos a todo el mundo y desviamos el tráfico para sacar el máximo de coches fuera de Picanya. También desalojamos todos los comercios, entre ellos un supermercado y un bazar colindante«. Fue en ese momento cuando escuchó caer la pasarela. «Mi compañera se quedó desalojando la calle y yo me fui a las más cercanas al barranco. Cuando ya no podía avanzar más por calle Almassereta me di la vuelta para intentar llegar a la calle Sol. El agua no era uniforme y no había el mismo nivel en todos los lados, por lo que empecé a decirle a todo el mundo que se refugiara en los pisos superiores y que cerrara puertas y ventanas», cuenta el policía.
«No paraban de llegar avisos»
«Llegó un momento en que mi único pensamiento pasó a ser ponerme a salvo porque el agua comenzó a subir muy rápido, pero desde un balcón me empezaron a gritar que una persona mayor que no podía andar estaba encerrada en un bajo. El agua estaba entrando. Me abrió su sobrina, cogí a la señora en brazos y la monté en un coche de un particular al que dí el alto y le pedí que la llevara a un sitio seguro. Días después me informaron de que las dos se salvaron».
A partir de ese momento todo estaba inundado y sintió que era el momento de reunirse con sus compañeros, que en ese momento se encontraba trabajado la plantilla al completo (14 agentes, dos oficiales y un inspector). De camino al punto de encuentro «el paisaje era desolador. Un caos absoluto». «Empezamos a rescatar a personas de los coches y los pusimos a salvo en una nave. Eramos unas 46 personas contando a los trabajadores. Estuvimos ahí hasta que vimos que el agua empezó a bajar. Teníamos un contenedor como referencia. Fue en ese momento cuando empezó la supervivencia».
«Un trabajador se ofreció a llevarnos con un camión para que pudiéramos ir recogiendo a gente que sabíamos que se había quedado atrapada en la carretera. Tuvimos la mala suerte de que el motor falló porque el nivel del agua era desorbitado. No paraban de llegar avisos de desaparecidos y de gente que había que ir a rescatar. Pedimos material a mi jefe y nos dijo que solo tenía una barca, así que mi compañero y yo fuimos a recogerla caminando con el agua y el fango por el pecho. Entonces pudimos rescatamos a varias personas que llevaban más de cuatro horas refugiadas en la copa de los árboles».
El peor momento
Convertido en un río, los agentes comenzaron a patrullar el pueblo montados en la barca iluminándose con una linterna de mano. «Fue muy complicado porque estaba el rumor de que venía más agua y de que lo peor estaba por llegar, pero veíamos escenas dantescas y no podíamos irnos», lamenta al tiempo que rememora el primer servicio que atendió tras la riada. «En las casitas bajas de la calle Almassereta vimos que la parte delantera de las casas se había caído y que en esa zona había seis personas con dos niños pequeños con al agua con varios metros de altura. Acceder a los sitios era muy difícil porque estaba todo destrozado y fue muy complicado porque sentíamos que teníamos que elegir a quién salvar y a quien no mientras veíamos fallecidos. Hicimos todo lo que pudimos. Todos mis compañeros y yo. Pero era imposible llegar a todos y esa sensación es la que más te pesa«.
El momento más duro de ese día lo vivió en la calle Valencia: «Nos avisaron que había una mujer que no encontraba a su marido. Llegamos al domicilio y vimos que el agua salía por debajo de la puerta. Rompimos la puerta y al acceder a la vivienda nos encontramos a la señora llorando, con una vela en la mano, que decía que el hombre había bajado y no había vuelto a subir. La sacamos de la casa, la intentamos tranquilizar y la dejamos con su prima. Al entrar de nuevo en la casa localizamos el cuerpo sin vida del hombre en el garaje. Entonces vino el momento más difícil: comunicarle lo ocurrido«, una parte que prefiere omitir «por respeto a la familia».
La nueva realidad
Para Carlos Parra lo peor vino los días siguientes. «Al amanecer vimos como se quedó Picanya e impactaba mucho. Este siempre ha sido un pueblo muy vivo, muy verde y muy alegre y ahora estaba todo devastado. Ver la nueva realidad costaba». Mes y medio después, el agente y sus compañeros comienzan a asumir esta «nueva realidad» y «ahora vemos normal ver a militares por la calle, tener solo un puente, ver las calles y los coches llenos de barro, las montañas de vehículos o no tener retén de Policía Local».
El policía cuenta que desde ese día tanto él como sus compañeros no han parado de trabajar y «la Policía Local está volcada con todos los ciudadanos». «Llevamos un mes y medio sin poder relajarnos y no nos lo podemos permitir porque el pueblo no se lo merece». Así, Parra subraya «que los vecinos tengan claro que nos tienen y que nos van a tener para lo que necesiten. Estamos por y para Picanya. Aunque sea para hablar, para desahogarse, aquí nos tienen y estaremos encantados de atenderles». «
Del mismo, traslada el agradecimiento de toda la plantilla de la Policía Local por el «comportamiento ejemplar» de todos los vecinos durante y después de la riada y lanza un mensaje de esperanza: «Sabemos que Picanya volverá. Renacerá. Va a tardar. No va a ser rápido y hay que ser paciente. Pero volverá, y juntos volveremos mas fuertes».