Quienes comentamos desde antiguo la hostilidad entre Felipe VI y Pedro Sánchez, hasta el punto de haber sufrido censura por exteriorizarla, aprovechamos cada chispa de la rivalidad desatada entre ambos Jefes para apuntarnos al carro. Porque el primer niño que dijo que el Rey/Presidente estaba desnudo recibió en realidad una soberana paliza, según demuestra el caso de Juan Carlos I. Conviene empezar por el minuto y resultado del duelo sin fin entre los dos cincuentañeros. Ahora mismo, el monarca encabeza la competición personal por un amplio margen, con el matiz de que la vigencia de La Zarzuela depende de que el PSOE siga siendo un partido republicano y monárquico a la vez.
El penúltimo asalto Borbón-Sánchez se libró en Paiporta, con lesión incluida que el segundo atribuye a una zancadilla del primero. El último enfrentamiento ha coincidido con la restauración de Notre Dame, un acontecimiento imprescindible en cuanto que atrajo a Alberto de Mónaco y a los Grandes Duques de Luxemburgo. El ministro de Cultura prefirió asistir a otro circo, aunque es probable que los servicios de seguridad franceses hubieran detenido al barbudo Ernest Urtasun.
La ausencia de los Reyes en París se ha querido disimular con los preparativos para la cumbre con la ultraderechista Giorgia Meloni, escala lógica después de tributar a Javier Milei. Esta peregrina excusa palidece frente a la reticencia de Letizia respecto de las catedrales católicas, donde los palafreneros regios alertan a los obispos de que ni se les ocurra ofrecer la Comunión a la Reina.
Dado que Albares estaba presumiendo de haber pacificado Siria, la capital francesa se quedó sin representantes del faro de la Cristiandad, que diría la primera ministra postfascista italiana. En la resaca, los señores de la Zarzuela y la Moncloa vuelven a enzarzarse. Cruzan sus armas dos varones altos y blancos, atractivos, más preocupados por cultivar su físico que su intelecto y con esposas ambiciosas. El Estado es lo de menos en la brega.
Suscríbete para seguir leyendo