Todos los fantasmas, el de las infames cárceles que fueron la tumba para miles de sirios o el de la despiadada Mujabarat (servicios secretos), hicieron combustión este domingo. Fue un apresurado ejercicio de catarsis colectiva, dentro y fuera de las fronteras de Siria, firmado por quienes resistieron a duras penas 13 años de extenuante y dolorosa guerra civil. Protagonistas de exilios, pérdidas, renuncias y heridas que aún sangran.
Con Bashar Asad convertido oficialmente en huésped de Vladimir Putin en Rusia, la República Árabe Siria se enfrenta ahora a su prueba de estrés más delicada y compleja: dejar atrás 53 años de la dinastía Asad e internarse en el ejercicio pleno de una transición política que ha acabado en fiasco en aquellos países árabes que en 2011 fueron escenario de una oleada de protestas populares sin precedentes, desde Egipto hasta Libia o Túnez. Una serie de desafíos complican el camino de la Siria post Asad.
«Los retos futuros siguen siendo inmensos. este es un momento para abrazar la posibilidad de renovación. La resistencia del pueblo sirio ofrece un camino hacia una Siria unida y pacífica», esbozó este domingo en Doha el Enviado Especial de las Naciones Unidas para Siria, Geir O. Pedersen, que llamó «a permitir al pueblo sirio empezar a trazar el camino para satisfacer sus aspiraciones legítimas y restaurar una Siria unificada, con su soberanía, independencia e integridad territorial, de forma que pueda recibir el apoyo y el compromiso de toda la comunidad internacional».
Preservar el tejido multiétnico
Múltiples identidades sectarias pero también políticas conviven en la madeja siria. Este domingo -tras un fin de semana marcado por intensas conversaciones entre jefes de la diplomacia del mundo árabe, Turquía, Rusia e Irán- el consenso en Doha era apostar una transición «inclusiva y pacífica» en el que las instituciones estatales permanezcan y en la que todas las facciones del país se involucren. «El régimen sirio se ha derrumbado. El régimen tuvo su oportunidad y todos los intentos fracasaron», deslizó el ministro turco de Exteriores Hakan Fidan. «Todas las minorías deben ser tratadas igual. El nuevo Gobierno debe ser inclusivo. Las instituciones deben ser preservadas», agregó.
Siria es uno de los países con un tejido social más complejo y rico de Oriente Próximo. El régimen de Asad se apoyó como pilar de su poder en los alauíes, una secta chií heterodoxa que constituye alrededor del 13 por ciento de la población de Siria. Los alauíes dominaron la cúpula de los servicios militares y de seguridad del país, de mayoría musulmana suní -formada por árabes, kurdos, turcomanos y circasianos-. A ese mapa sectaria se unen chiíes -en particular los ismailíes-, los drusos y los cristianos. Una naturaleza multiétnica que la transición deberá preservar tras más de una década de conflicto en la que se han explotado las líneas sectarias. «Una patria para todos», como ha subrayado el primer comunicado del consejo de transición.
Unir a una amalgama de fuerzas políticas
Reflejo también de esa riqueza social, es también un mapa político que el conflicto armado ha vuelto más laberíntico y fragmentario. La principal incógnita ahora es si el Gobierno interino que lidere la transición será capaz de ser representativo de todas las sensibilidades, aunando y haciendo compatibles intereses contrapuestos a la vez que mantiene de manera efectiva los servicios públicos. Una de las primeras medidas es evitar el desmantelamiento de fuerzas de seguridad y otros estamentos públicos para evitar el caos y la radicalización que sucedieron a la caída de Sadam Husein en Irak.
A la cabeza de la operación relámpago que ha llevado en tiempo récord a los rebeldes hasta Damasco se halla la amalgama de organizaciones islamistas que gobierna de facto la provincia de Idlib y que durante la última década ha batallado contra otros actores del conflicto como los kurdos de las Fuerzas Sirias Democráticas (SDF). Hayat Tahrir al Sham, la Organización para la Liberación del Levante fundada en 2016, ha llevado la voz cantante. Tiene como antecedente Jabhat al Nusra (Frente al Nusra), constituida en 2011 como sucursal siria de Al Qaeda. Su yihadismo inicial ha ido virando hacia el islamismo y un concepto de nacionalismo sirio que ha ejercitado durante la última semana, llamando a todos sus militantes a proteger y respetar a las minorías religiosas y étnicas. El desafío es que el poder pueda ser compartido entre islamistas, seculares y otras facciones como el partido Baaz de Asad sin que nadie domine sobre el esto.
Pero existen dudas sobre la capacidad de los actores sirios para involucrar a todos y evitar las tensiones existentes entre, por ejemplo, el Ejército Nacional Sirio apoyado por Turquía y las fuerzas kurdas que controlan el noreste del país con respaldo de Estados Unidos. «Cualquier sucursal del PK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) en Siria no puede ser considerada una parte de Siria porque está integrada por terroristas que vienen de Irak, Irán y Turquía. No puede ser que los no sirios estén al mando en Siria», deslizó el ministro de Exteriores turco desvelando una de las fricciones y lo que Ankara percibe como una amenaza a su propia seguridad.
Evitar la desintegración territorial y la sed de venganza
El largo conflicto ha dejado heridas que todavía sangran y que serán difíciles de suturar. El territorio ha sido repartido entre actores locales e internacionales. Un reino de taifas, con múltiples gobiernos, que debe ahora trabajar en su reunificación. En sus primeras declaraciones, la heterogénea oposición prometió «preservar la unidad y soberanía de las tierras sirias»; «proteger a todos los ciudadanos y sus bienes, independientemente de su afiliación»; «trabajar para reconstruir el Estado y sus instituciones sobre los cimientos de la libertad y la justicia»; y «esforzarse por lograr una reconciliación nacional integral y devolver a los refugiados y personas desplazadas a sus hogares en condiciones seguras y dignas».
Las llamadas han sido continuas a evitar cualquier intento de vendetta y cualquier ajuste de cuentas que alimente la inestabilidad y amplifique «el legado de destrucción y sufrimiento que ha dejado tras de sí el régimen de Asad». «Las fuerzas revolucionarias y de oposición han tomado el control de nuestra querida Siria y afirmamos nuestro compromiso de construir un Estado libre, justo y democrático en el que todos los ciudadanos sean iguales sin discriminación», señala el comunicado de la hasta ahora oposición.
Otro de los riesgos son las interferencias externas en un país en el que Irán y Rusia se implicaron intensamente para apuntalar al extinto régimen y deben ahora reformular sus relaciones. Durante los últimos días en palacio, tanto Teherán como Moscú abandonaron a su suerte a Asad. Son los grandes perdedores que deben ahora dirimir cuestiones pendientes como la permanencia de las dos bases militares rusas en territorio sirio.
Fustrar el crecimiento del Estado Islámico
Es uno de los principales peligros: que el autodenominado Estado Islámico aproveche el período de transición para rearmarse y resurgir de sus cenizas en Siria. “Siria es actualmente un espacio mucho más complicado que Irak y ofrece zonas en las que el Estado Islámico puede aprovecharse de la inestabilidad y la competencia entre los diversos actores del conflicto sirio”, subraya Aaron Y. Zelin, investigador del Washington Institute for Near East Policy. “Su aumento tiene lugar principalmente en Siria debido a varias razones: por ejemplo, para el gobierno de Siria y sus aliados, es difícil eliminar el Estado Islámico en el desierto central a causa de la naturaleza del terreno, y el grupo explota ese vacío: y se ha reportado un aumento en las actividades criminales tales como los secuestros”, apunta a este diario Aymen al Tamimi, una referencia en movimientos yihadistas.