Mañana, 1 de diciembre, tomarán posesión los nuevos cargos de la Unión Europea. Iniciamos un período ejecutivo cargado de novedades políticas, pero también de retos que pondrán a prueba la capacidad de nuestros altos representantes para llegar a acuerdos. Es cierto que la fuerza de los dos grandes partidos europeos sigue ahí, pero para hacerla efectiva habrán de ser capaces de limar asperezas, suavizar diferencias, y marcarse objetivos comunes que redunden en beneficio del conjunto de la ciudadanía europea. De lo contrario, las nuevas fuerzas políticas que han irrumpido en las Instituciones europeas lograrán hacerse oír e imponer peligrosas derivas ideológicas.
Tras meses de negociaciones, el nuevo equipo de la presidenta de la Comisión Europea (CE) Ursula von der Leyen, reelegida con 401 votos, ya tiene nombres y apellidos (apoyados sólo por 370 votos, el 51%, debido a los recelos de franceses, belgas y alemanes, por ejemplo). Son 26 comisarios, 14 del Partido Popular Europeo (PPE); y tres vicepresidentes, con una socialista, Teresa Ribera, a la que apoyó finalmente el PPE pese a las reticencias del PP español; y otro vicepresidente, Raffaele Fitto (candidato de Meloni), del grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), al que incluso votaron los Socialistas y Demócratas (S&D). Una amalgama de postulados que Von der Leyen pretende gestionar desde el compromiso con el proyecto europeo; es decir, desde las formaciones “europeístas” (sin olvidar las tensiones que puedan surgir desde Francia, Austria, República Checa, Bélgica, Rumanía, Polonia, o, sobre todo, Noruega).
El compromiso con la ayuda a Ucrania, las sanciones y acciones frente a Rusia, la estrategia de Defensa conjunta (con la creación de un responsable en la materia), la gestión de los flujos migratorios, los procesos de adhesión y ampliación, la defensa del Estado de Derecho, la salvaguarda de la libertad y la soberanía europeas, el consenso en materia de política exterior (ante la nueva Administración Trump; o ante Venezuela y apoyando a Edmundo González Urrutia), la ‘Brújula de Competitividad’ basada en el informe Draghi, y la lucha contra el cambio climático y en favor de la transición energética (que habrá de tener en cuenta la descarbonización, la Ley de desforestación, los vestigios del Pacto Verde, o la atención a las demandas de agricultores y ecologistas), serán asuntos claves que el nuevo Colegio de comisarios deberá gestionar de manera inteligente y pragmática.
Así lo expuso Von der Leyen en la presentación de su nuevo Gabinete; un Ejecutivo que apuntaba a la derecha desde las elecciones al Parlamento Europeo de junio. Una tendencia, ésta, que la presidenta de la CE desea suavizar, insistiendo en la “necesaria unidad”, y en que es “el centro” del arco ideológico el que debe primar, como hasta ahora, en las acciones y decisiones fundamentales (con la presencia de los Liberales primero, y ahora también de Los Verdes). El consenso entre estas cuatro opciones sería suficiente para desarrollar toda la agenda pendiente. Aun así, será el Partido Popular Europeo el que lleve la iniciativa, tanto con apoyos provenientes de la izquierda moderada y tradicional, como, puntualmente y si fuese necesario, con la aquiescencia de la nueva derecha, incluyendo a los Conservadores, e incluso a otras formaciones de extrema derecha. Se trata, en definitiva, de alcanzar mayorías razonables, capaces de proteger el proyecto europeo, respetar los valores democráticos que le son propios, y lograr objetivos para el bien común de un grupo de Veintisiete tan complejo como diverso.