Conforme pasan los días, se incrementa la sensación de rabia y tristeza por todo lo que están pasando los más directamente arrollados por la dana. La perdida de vidas humanas, es lo peor de todo, también se han roto proyectos, se han perdido recuerdos y se ha llevado el agua ilusiones difíciles de recuperar.
Una vez superado el primer impacto, surge la obligación de entender qué ha pasado, igualmente aparece la necesidad de mirar hacia el futuro; ambos análisis los podemos hacer desde diferentes puntos de vista. Personalmente, me gustaría realizarlo utilizando algo que nos ha acompañado, de una manera o de otra, en todo este proceso, los puentes, los distintos tipos de puentes que han estado implicados en los acontecimientos ocurridos en estos días tan tristes.
Hay una primera imagen que nos viene a la cabeza a todos aquellos que tuvimos ocasión de ver, en directo, la destrucción de un puente en Picanya. Algo difícil de olvidar, un aviso que nos lanzaba la naturaleza, con su fuerza desatada era capaz de destruir lo que había construido la mano del hombre. Un mensaje meridiano: algo está cambiando en nuestra relación con el medio ambiente. Los datos climatológicos, y numerosos indicadores, manifiestan que las circunstancias vividas hace unos días se van a repetir, en esa modalidad o en otras, pero siempre en sentido contrario a los intereses del ser humano.
Un segundo puente indispensable tiene que ver con miles de personas atravesando una pasarela en dirección a la zona más afectada por las aguas, una avalancha de solidaridad. La imagen de los voluntarios, mayoritariamente jóvenes, que querían estar con la gente afectada, acompañarlos, ayudar en momentos tan difíciles. Un vuelco tan relevante de empatía con el dolor ajeno, es algo reconfortante que nos muestra la mejor parte del ser humano.
Pero los puentes, no solamente tienen un significado físico, estas terribles fechas han sacado a la luz la importancia que tiene establecer y mantener los puentes necesarios entre la parte técnica y la responsabilidad política. Hemos visto como numerosos ayuntamientos han tenido en cuenta los datos e informes técnicos que anunciaban riesgos inminentes y han obrado en consecuencia, la actuación de muchos alcaldes ha salvado vidas. En cambio, esa inmediatez y confianza en la información procedente de las distintas agencias, no se ha trasladado con la misma celeridad y eficacia desde la Generalitat Valenciana, algo difícil de entender, seguramente porque no es fácil de explicar.
La niebla de contradicciones en las justificaciones, que se han venido ofreciendo, tiene el riesgo de hacer crecer todo tipo de especulaciones. Es posible que los retrasos y la inacción se deban a que algún órgano de decisión se viera enfrentado a dilemas en aquel largo puente. Nunca sabremos hasta qué punto ese cruce de intereses estuvo presente a la hora de tomar o no tomar decisiones. Una explicación coherente, sin contradicciones, sin medias verdades, ofrecida a tiempo, hubiera evitado estas dudas.
En cuarto lugar y, posiblemente, lo más importante a partir de ahora, consiste en reconstruir los puentes de la confianza entre la ciudadanía y el Estado. La destrucción de bienes y vidas humanas y una gran parte de la gestión de la emergencia, ha provocado una honda desafección respecto al papel de las instituciones públicas, y así se viene manifestando de diferentes maneras.
Es indispensable restañar esas heridas, una primera forma de contribuir a esa ingeniería social es respondiendo efectivamente a las necesidades más básicas: supervivencia, infraestructuras… pero hay algo que resulta fundamental, caminar junto a las poblaciones afectadas en el proyecto de reconstrucción. Los ciudadanos se tienen que sentir acompañados a la hora de volver a integrar en su vida términos que ahora han desaparecido, como ilusión, alegría, sueños, en definitiva, construir una vida nueva. Para esta tarea el Estado es crucial, sin su actuación eficaz no conseguiremos nada más que soluciones puntuales en función de los apoyos individuales con los que cada ciudadano cuente, La tarea del voluntariado emocional, que ha sido importante hasta ahora, debe dejar paso al Estado de derecho, el único capaz de garantizar de manera permanente los instrumentos necesarios para reconstruir las consecuencias del inmenso daño producido.