«Cuando compré la casa me dijeron que iba a vivir en la zona de los ricos porque era un terreno ajardinado muy bonito», recuerda Alfredo Melín. Capitán de pesca jubilado, encontró en el municipio de Picaña un sitio donde retirarse en paz; en el que poder desarrollar tranquilamente una de sus aficiones, la escritura, a la vez que exprimía al máximo su pasión por el motociclismo. Fue un viaje a Zaragoza para visitar a su pareja lo que lo salvó «por solo unas horas» de la mortífera DANA del pasado 29 de octubre, que carga a sus espaldas con 221 fallecidos y aún cinco desaparecidos. Melín cuenta que al lado de su urbanización había una residencia de ancianos en la que se veía pasando su vejez. «Siempre dije que me encantaría para mí», confiesa, explicando que no se trataba de un geriátrico «al uso» sino pequeños apartamentos individuales con una terracita exterior. «Estaban a ras de suelo y esto lo barrió todo. Se lo llevó todo», asegura. El mismo aluvión que destrozó su hogar y la vida de tantísimas personas en Valencia.
Pegada a Paiporta y a escasos metros del barranco del Poyo, su localidad quedó sumida en el fango, con el caos impregnado en el pomo de cada puerta. «He estado en Somalia y en Liberia después de la guerra. He estado en cantidad de sitios pero no recuerdo nada parecido a esto», remarca: «Supera la ficción». A los dos días de la tragedia regresó al kilómetro cero de las inundaciones para comprobar de primera mano el calibre de los destrozos y prestar todo el apoyo posible: «Nada más llegar vi aquello y lo primero que pensé fue en lo afortunado que había sido por no haber estado. Habría muerto».
«He estado en Somalia y en Liberia después de la guerra. He estado en cantidad de sitios pero no recuerdo nada igual»
«Una cosa es lo que ves en la televisión y otra estar presente y sentirlo», apunta Melín. El llanto de los vecinos, la mirada de la gente, el olor a basura. «Ahora todo es barro y desastre. En el pueblo no ha quedado nada», añade el vigués.
Estuvo durante 10 días en Picaña ayudando, entre otras cosas a conseguir 100 pares de botas que su antigua armadora, la empresa familiar guardesa Pesquera Romar, les envió en tiempo récord. «Lo que hicieron fue impresionante», afirma agradecido: «Tardaron un día». Muchos de los habitantes afectados habían estado utilizando hasta entonces zapatillas de andar por casa cubiertas por bolsas de plástico que arrastraban por el barrizal. A mayores, Melín hizo varios viajes por carretera con su coche para traer otros útiles con los que poder hacer frente a la situación de emergencia. «Ayudar, limpiar y escuchar a la gente. Eso hice. Había mucha necesidad de hablar, de contar, porque lo que ocurrió fue bestial», evidencia.
«Levantarte a las ocho de la mañana en medio de la mierda, acostarte igual. Sin agua. Sin luz. Al final no pude más y he tenido que volverme a Zaragoza, y ahora me iré al mar», confiesa en estos momentos el capitán de pesca a sus 62 años, ya jubilado. «Me baja los biorritmos. Todo. Me centro en el trabajo y ahí desconecto», señala.
Tras toda una vida en el mar —desde los 17 años, cuando empezó en la marina mercante, hasta retirarse, habiendo pasado por palangreros, arrastreros en Malvinas o atuneros en el Índico—, Melín se enrolará de nuevo esta semana, el próximo día 30, en un espadero que partirá desde Panamá al Océano Pacífico. Pasará las Navidades en el mar —»otras más, ya van muchas», dice—, aunque reconoce que en esta ocasión lo necesita más que nunca por su salud mental: «El mar es mi cura, siempre lo fue. Y me hace falta como el aire».
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