A lo largo de la historia muchos movimientos han tenido derivadas completamente absurdas. En el caso del movimiento obrero, los luditas se dedicaron a romper las máquinas porque les quitaban el trabajo. Mi amada Ilustración decidió que había que quitar a Cristo de la catedral de Notre-Dame y sustituirlo la diosa razón. También deificando el sistema decimal decidieron cambiar el calendario a semanas de 10 días y años de 10 meses.
En el caso Errejón se observan de manera clara varias situaciones que supondrán un punto de inflexión de algunas derivas feministas. La madre del cordero está en el «yo sí te creo». Las versiones tanto del agresor como de la víctima siempre deben ser puestas en cuestión. Hay infinitos motivos que pueden llevar a que las versiones no coincidan con la realidad. Recordemos que hace un par de años centenares de personas afirmaron y denunciaron que les habían pinchado mientras estaban de fiesta. No hubo ni un solo análisis positivo. La histeria colectiva obra milagros. Recordemos también el caso del chaval que apareció con la palabra maricón grabada a navaja en el glúteo y dijo que se lo habían hecho unos encapuchados. Sin embargo, inventó la historia para encubrir una infidelidad.
Llevar al límite el «yo sí te creo» implica, como hacen muchas personas, dar veracidad a denuncias anónimas, algo más propio de tribunales que juzgaban brujas. En el caso que nos ocupa, solo hay dos denuncias ante tribunales. Una de ellas, que les animo que lean, es de una actriz y resulta cuando menos peculiar, ya que no parece que allí haya delito alguno. La otra es de Aída Nízar, conocida exconcursante de Gran Hermano, que además ha acusado a Ada Colau de tolerar la supuesta agresión que fue un abrazo en público. El otro gran desvarío es llamar a todo agresión sexual. Tan agresión sexual se considera un piropo desagradable como una violación múltiple. A Errejón le acusan de no haberse preocupado por la fiebre del hijo de la actriz. El tercer problema es atribuir cualquier mal sentimiento en una relación al machismo. Como sintetizaba con acierto el colectivo Cantoneras: «Las relaciones de mierda no son agresiones machistas». Hay infinidad de situaciones desagradables en relaciones y afortunadamente no todas son delito. Para acabar, quisiera felicitar a Cristina Fallarás, justo saca esta historia cuando publica un libro cuyo título es No publiques mi nombre. Todo esto está siendo un punto de inflexión para que el feminismo vuelva a la racionalidad.
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