El tiempo ha sido siempre el peor enemigo de Mariano Fortuny y Marsal (Reus, 1838 – Roma 1874). El catalán fue uno de los pintores más cotizados del siglo XIX, pero su prematuro fallecimiento no le permitió desarrollar una madurez artística más allá del éxito comercial contra el que planeaba rebelarse. Una temprana muerte por la que tampoco pudo ejercer ni disfrutar del hecho de ser el padre de Mariano Fortuny de Madrazo, el hijo cuyo éxito como artista total terminaría por eclipsar el nombre del padre.

El 21 de noviembre de 1974, con apenas tenía 36 años, el catalán murió de forma repentina en Roma por culpa de una hemorragia estomacal causada por una úlcera. Un año antes de su muerte, en la prensa francesa se hablaba con gran entusiasmo de él asegurando que «raras veces se ha conocido en Francia un entusiasmo igual por un pintor moderno». Estaba entonces en pleno apogeo como artista, gracias al éxito de su proyección internacional y un estilo capaz de introducir las nuevas tendencias contemporáneas sin renunciar a los gustos más clásicos.

Influenciado por artistas como Gavarni y Velázquez, Fortuny buscaba capturar la verdad de la línea y el color, plasmando la vida y el movimiento en sus obras gracias a sus estudios fotográficos y su capacidad para captar el instante. Un naturalista con toques impresionistas cuya mirada se plagó de imágenes orientalistas tras su viaje a África en 1860, comisionado por la Diputación de Barcelona para documentar la guerra de Marruecos

Antes de eso, el pintor había estado trabajando como iluminador de fotografías para pagarse sus estudios de bellas artes en Barcelona, desarrollando así su interés y maestría en el uso de la luz. Después de África se estableció en Roma, donde su taller se convirtió en un centro de encuentro para artistas y coleccionistas.

A medio camino entre el impresionismo y el naturalismo

Antes que Sorolla y los impresionistas, Fortuny fue uno de los primeros pintores del siglo XIX en dominar elementos como la luz y el color como esencia de su pintura. Dentro de su evidente realismo, el artista catalán se desmarcó del academicismo tradicional añadiendo su particular visión, enfocándose en captar la fugacidad del instante, el movimiento, la vitalidad.

Sin embargo, su modernidad se quedó en aspectos técnicos y eso fue lo que hizo que después, con la llegada de las vanguardias, su pintura fuese relegada a un segundo plano e incluso olvidada. Lejos de interesarse por aspectos de la vida moderna, como sí que hicieron los impresionistas, Fortuny se especializó en cuadros orientalistas, tanto por su interés por la cultura árabe o japonesa, y escenas de género inspiradas en el siglo XVIII.

A diferencia de los realistas estrictos, Fortuny no se limitaba a replicar la realidad de forma cruda. Su obra se caracterizaba por una elegancia y refinamiento excepcionales, evidentes en la minuciosidad del detalle, la riqueza del colorido y la delicadeza de la pincelada. Esto se refleja en su fascinación por los objetos antiguos, especialmente los bordados y las lozas hispano-moriscas, que coleccionaba y estudiaba con pasión.

A pesar de su maestría técnica, Fortuny no se estancó en fórmulas preestablecidas. Experimentaba constantemente con la luz y el color, buscando nuevas formas de expresión y desafiando las convenciones. Su interés por el arte japonés, con su enfoque en la espontaneidad y el vigor de las masas, demuestra su búsqueda de una estética renovada.

Éxito comercial internacional

Fortuny, por tanto, pertenece a esa lista de artistas que sí lograron un amplio reconocimiento en vida, pero que luego la historia olvidó con la llegada de las vanguardias. Sin embargo, esto podía haber sido de otra forma si la muerte no le hubiese llegado tan pronto.

Fortuny, que venía de una familia humilde, aprovechó el potencial comercial de su obra entre las grandes fortunas firmando un acuerdo comercial con el marchante parisino Goupil, quien se comprometía a adquirir todas sus obras. Goupil, con su amplia red de contactos y su experiencia en el mercado del arte, jugó un papel crucial en la promoción y difusión de la obra de Fortuny, asegurando su éxito comercial internacional.

La clientela de Fortuny estaba compuesta principalmente por coleccionistas adinerados, como Adèle de Cassin o William Hood Stewart, quienes podían permitirse pagar las elevadas sumas que alcanzaban sus obras.

Si bien Fortuny experimentó con otros géneros, como la pintura de historia y la pintura mural, fueron las pinturas al óleo de pequeño formato, especialmente con temática orientalista, y las acuarelas las que le brindaron mayor éxito en el mercado del arte.

Mariano Fortuny, el artista que quiso despegarse de su éxito

En sus últimos años, el principal objetivo artístico que Fortuny anhelaba alcanzar era liberarse de las ataduras del mercado y del gusto imperante para poder expresar su talento de una manera más personal y auténtica. Si bien había logrado un éxito comercial considerable con sus pinturas de género y orientalistas, Fortuny sentía que estas obras, en sus propias palabras, «no eran la expresión verdadera de [su] clase de talento».

En una carta dirigida al Barón Davillier en 1871, Fortuny confesaba sentirse «fatigado moralmente» por el tipo de obras que el éxito le había impuesto. Anhelaba un «descanso» para poder explorar nuevas direcciones artísticas y plasmar su propia «individualidad» en sus obras.

Esta búsqueda de una expresión más auténtica se vio reflejada en sus cartas a amigos y en los testimonios de quienes lo conocieron. Fortuny expresaba su deseo de pintar «a gusto mío, todo cuanto me plazca», con la esperanza de «progresar y poder mostrarme con mi fisonomía propia». El Barón Davillier, amigo cercano de Fortuny, confirmaba esta aspiración del artista, afirmando que Fortuny deseaba «seguir únicamente su inspiración, sin preocuparse del género que estuviese a la moda, ni de los gustos de aficionados y mercaderes».

Fortuny tenía en mente temas y estilos que le apasionaban, pero que se alejaban del gusto del mercado que le había dado la fama. Se sentía particularmente atraído por el siglo XV y planeaba abordar «asuntos de este hermoso periodo, que conocía a fondo y cuyas costumbres y más pequeños pormenores le eran familiares»

La muerte prematura de Fortuny a los 36 años truncó una carrera artística que dejó para siempre la eterna promesa de un objetivo mayor. Dejó tras de sí un legado pictórico impresionante, pero también la sensación de un potencial aún por desarrollar. Fortuny estaba en proceso de cambio, buscando una nueva dirección artística que combinara la maestría técnica con una mayor profundidad conceptual. Su muerte, por tanto, no solo significó la pérdida de un gran artista, sino también la de una promesa de innovación y renovación en el arte pictórico.

Una herencia que renace a pesar del nombre de su hijo

Si la estela de Mariano Fortuny padre se fue apagando con la llegada de la modernidad, la de Mariano Fortuny hijo, quien solo tenía tres años cuando quedó huérfano, es precisamente sinónimo de esta modernidad perdida. Mientras que el padre fue un pintor brillante y virtuoso, su hijo se destacó principalmente como un diseñador, inventor y fotógrafo, lo que le permitió tener una mayor visibilidad en diversas disciplinas como artista total.

Aunque si hay que destacar una rama en la que Fortuny hijo fue una auténtica revolución esa fue la moda. El heredero alcanzó gran fama por sus creaciones de moda, especialmente por sus vestidos Delphos, que se convirtieron en un símbolo de la alta costura de la primera mitad del siglo XX.

Sin embargo, en los últimos años, la obra del pintor ha experimentado una auténtica revalorización de su obra. Ahora que el tiempo ha pasado y el arte mira con menos complejos su pasado, se reconoce la influencia que este ejerció en otros artistas y la importancia de su colección de antigüedades para la comprensión del arte y la sociedad de épocas pasadas. En este caso, exposiciones retrospectivas como la que organizó el Museo del Prado en 2017 han incidido en ofrecer una visión integral de Fortuny, mostrando la riqueza y complejidad de su obra.

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