La economía y el antifeminismo han hecho ganador a Trump en las elecciones de 2024. Estos dos factores ya le dieron la presidencia en 2016, pero esta vez llegan con mayor intensidad y peligro, reflejados en un apoyo del 50,2% de los votos. Veamos por qué estos fenómenos, en parte interrelacionados, han sido claves.
Trump encarna el perfil de hombre de negocios fuerte y de rictus serio que simboliza el poder, la riqueza y el éxito, una imagen asociada con quien mejor puede gestionar la economía. En contraste, Harris presenta un liderazgo más empático, moderado y alegre, alejado de la imagen tradicional del poder económico. Mary Beard lo expresa muy bien en su libro Mujeres y poder: «La imagen que tenemos de una persona poderosa todavía es absolutamente masculina. No tenemos un modelo de mujer poderosa que no se parezca a un hombre, porque la debilidad se percibe como femenina. Para que las mujeres como grupo tengan cabida en las estructuras de poder es necesario redefinir ese poder».
Pero, para transformar el poder, primero hay que acceder a él. Me preocupa que después de dos intentos fallidos (Clinton y Harris), los partidos se vuelvan reacios a proponer a mujeres candidatas o que ellas mismas se descarten por miedo al fracaso. Kamala Harris ha sido un claro ejemplo de «acantilado de cristal»: mujeres que han sido seleccionadas cuando las organizaciones tienen dificultades y se enfrentan a una mayor probabilidad de fracaso que si hubieran sido seleccionadas en condiciones normales.
Si las mujeres abandonan la política se perderán décadas de progreso. El liderazgo femenino en empresas, economía y política es esencial para redefinir el ejercicio del poder y construir una sociedad más justa, igualitaria y pacífica. Estas líderes, además, tienen una gran influencia sobre las jóvenes en el momento en que definen sus aspiraciones profesionales. Mientras, las redes sociales, bajo el dominio de empresarios poderosos que defienden el sistema patriarcal, actúan como contrapoder en la lucha feminista.
La economía ha sido el segundo pilar de la victoria de Trump. Las familias han sufrido una pérdida de poder adquisitivo debido a la inflación. Aunque la situación se ha reconducido, con una inflación en el 2,4%, una tasa de paro estabilizada en el 4% y un crecimiento económico del 3% (casi cuatro veces más que el europeo), no ha sido suficiente para que la ciudadanía apruebe la gestión económica de la actual administración.
Pero los auténticos problemas de la economía estadounidense no son el crecimiento del PIB o el mercado laboral, sino la elevadísima deuda pública (125% del PIB) y el aumento de las desigualdades sociales. Las promesas de Trump no van a resolver ninguno de estos dos problemas: más bien los van a empeorar. Por un lado, el aumento de aranceles provocará una guerra comercial con efectos inflacionarios. La intención de expulsar a más de ocho millones de inmigrantes sin papeles tensionará el mercado laboral y hará crecer los salarios y la inflación. Por otra parte, la bajada de impuestos, especialmente a los más ricos, aumentará la deuda pública y las desigualdades. Para compensar la reducción de ingresos, ha prometido reducir el gasto público en dos billones de dólares, un objetivo difícil de alcanzar sin poner en peligro parte del sistema asistencial. De hecho, Trump ya ha anunciado que eliminará el Obamacare, algo que no pudo hacer en el anterior mandato porque no tenía mayoría en el Congreso.
El previsible deterioro del déficit público hasta límites insostenibles y la subida de los precios deberían comportar un debilitamiento del dólar. Pero Trump confía precisamente en lo contrario: espera que con la subida de aranceles se corregirá el déficit comercial y esto refuerce a la moneda estadounidense. Una estrategia arriesgada.
Habrá que ver si sus promesas se hacen realidad. No es imposible que esta amenaza arancelaria sea, en realidad, una maniobra de negociación, como ya hizo en 2018 con China, cuando inició una escalada de aranceles que derivó, al final, en un acuerdo para estabilizarlos y aumentar las exportaciones agrícolas estadounidenses. Trump es imprevisible, pero cada vez menos. ¿Se impondrá finalmente la cordura?
Suscríbete para seguir leyendo