El «buenos días» tradicional ha quedado sustituido casi por completo por el que ofrecen las redes sociales en forma de post. Pero muchas veces esas publicaciones enseguida lo convierten en «malos días» debido al contenido con el que nos topamos en la Internet. El día sigue, y en las recurrentes visitas a nuestros perfiles, continua la exposición constante a contenidos negativos. Hasta que esa urdimbre termina por atraparnos.
Del conflicto contra Ucrania a la guerra en Oriente Próximo pasando por las catástrofes naturales como la DANA… y antes, la pandemia. Fue precisamente ahí, durante la emergencia del COVID cuando comenzó a despuntar lo que se ha dado en llamar doomscrolling, una adicción en la que se cae de manera paulatina y sutil, sin ser consciente de la dependencia ni de las consecuencias.
El término se forma con los términos doom -que en inglés significa condena, perdición, fatalidad- y scrolling, que describe el acto de desplazarnos por cualquier sitio web de manera descendente. Así, la combinación de ambos se utiliza para referirse a los usuarios que buscan o consumen de manera compulsiva noticias negativas en redes sociales y otras fuentes de internet.
Ávidos de conocer que es lo que está ocurriendo, fuese con el COVID o ahora con los conflictos abiertos o las tragedias que ocurren a nuestro alrededor, se consumen este tipo de contenidos con la falsa sensación de que así se ejerce control sobre miedos e incertidumbres.
El psiquiatra Alexandre García explica que, mientras los pensamientos positivos no reverberan, «los negativos afloran en el subconsciente constantemente por nuestros mecanismos de supervivencia». En este sentido, estas ideas, «vuelen a surgir y a actualizarse en la consciencia, buscando protegernos».
«Los pensamientos negativos vuelven a actualizarse en la consciencia buscando protegernos»
Todos los procesos relacionados con la ansiedad contribuyen a «maximizar los mecanismos mentales que priorizan nuestra supervivencia», añade García. El problema surge cuando esos engranajes se activan con motivos infundados «ocupando una parte importante de nuestra actividad mental de manera involuntaria»
Las noticias negativas potencias estas respuestas para las que estamos preparados como especie y en ocasiones, los que difunden sin filtros este tipo de contenidos «aprovechan esta naturaleza para sus propios beneficios».
Por su parte, la psicóloga Camino Rodríguez, experta en el tratamiento de traumas y miembro del Grupo de intervención Psicológica en Catástrofes y Emergencias como equipo de formación, apunta a que este consumo compulsivo conjuga «aquel que buscas y aquel que te encuentras incluso cuando buscas otro contenido para desconectar».
«Tendemos a creer que cuanta más información, más a salvo estamos»
Ante esta «sobreexposición» se genera miedo «y buscamos cosas que nos hagan sentir tranquilos». En ese proceso, ahonda la experta, «nos chocamos con tanto contenido, bulos… que no sabemos ya diferenciar qué es verdad y que no, de modo que seguimos indagando, tratando de contrastar motivados por la idea de que ‘cuanta más información, más a salvo me encuentro’».
Incluso se produce otro fenómeno, añade, al contemplar estas catástrofes desde un lugar seguro, «lleva a una falsa sensación de control, a contemplarlo desde una postura de protección que me hace creer más aún que estoy seguro»
Sin embargo, pone el foco en la difusa línea entre estar informado y sobreinformado. Esta exposición excesiva a contenidos negativos puede derivar en «ansiedad, estado anímico bajo, pesadillas…». De hecho, durante y después de la pandemia «vimos cómo aumentaron los casos de pánico a la muerte, a la enfermedad o pensamientos obsesivos en este sentido».
«Nos chocamos con tanto contenido, bulos… que no sabemos ya diferenciar qué es verdad y que no, de modo que seguimos indagando, tratando de contrastar motivados por la idea de que ‘cuanta más información, más a salvo me encuentro’»
Todo este contexto tiene una de sus máximas expresiones en lo que se denomina «trauma vicario», sobre el que existen numerosos estudios y por el que, sin ser víctima directa, «acabas desarrollando la manifestación propia de un trauma, desde alerta constante, a pánico, imágenes intrusivas constantes, náuseas… en definitiva, toda la activación corporal que provocan los traumas».
Las recomendaciones, por tanto, pasan por hacer un uso responsable de las redes, tomar distancia cuando sea necesario, evitar la sobreinformación, recurrir a fuentes fiables y, si es necesario, pedir ayuda profesional ante un consumo abusivo.