Lloran los chinos a las decenas de muertos que dejó un enajenado al volante en un estadio deportivo el lunes en el sur del país. Lloran los que conocen el suceso porque China ha ordenado la sordina y la noticia es tan ubicua en la prensa extranjera como clandestina en la nacional. Es legítimo preguntarse por qué un Gobierno silencia una tragedia de la que carece de culpa y que podría haber pasado en cualquier otro país. Responde a su rol paternalista extremo: prefiere proteger a sus ciudadanos que tenerlos informados.
Tardaron un día los medios oficiales en desvelar las cifras de la masacre. Fueron 35 muertos y 43 heridos. Un tipo de 62 años, disgustado por el reparto de bienes tras su divorcio, atropelló a cuantos ciudadanos pudo en las pistas de atletismo del estadio de Zhuhai, en la provincia costera de Guangdong. Fue encontrado después por la policía tras rebanarse el cuello y está en coma en el hospital. Durante la noche de ayer se acercaron los vecinos a depositar velas, coronas funerarias y mensajes de duelo frente a las puertas del centro. Esta mañana habían desaparecido. También hoy los funcionarios se apresuraban a retirar las flores que dejaban los mensajeros motorizados. Lo han relevado los periodistas extranjeros llegados al lugar, hostigados ya por los facinerosos habituales. La orden es minimizar el rastro.
Apenas el comunicado oficial ha trascendido en la prensa china y algunas noticias de las primeras horas han sido borradas. También han sido censuradas en internet varias etiquetas que aluden la incidente y las imágenes más crudas solo pueden verse en plataformas occidentales como Twitter. El portavoz del Ministerio de Exteriores ha repetido la cantinela de que China es uno de los países más seguros del mundo como única respuesta en la rueda de prensa diaria.
Miedo al efecto contagio
Algunas voces bastante desorientadas aluden a la intención gubernamental de que nada eclipse el festival aéreo civil y militar que se celebra estos días en la misma ciudad, apenas 40 kilómetros más allá del estadio, y en el que el Ejército de Liberación Popular va a mostrar sus nuevos cazas y drones. Es más verosímil su miedo al efecto contagio. China es, efectivamente, uno de los países más seguros del mundo. Se aplica tanto al control de las armas de fuego que ni siquiera las llevan sus policías. Pero tampoco China está a salvo de enajenados que matan al bulto. Su ‘modus operandi’ habitual consiste en salir a la calle con un cuchillo y dejar heridos o algún muerto puntual antes de ser detenidos. Es seguro que el Gobierno no quiere que los perturbados futuros sepan que basta un utilitario para asesinar en cantidades industriales.
No faltan precedentes para inquietarse. Un desempleado acuchilló a una madre e hijo japoneses cerca de un colegio japonés en junio en Suzhou. El mediático caso incluso generó una tormenta diplomática entre Pekín y Tokio. Dos meses después, un niño japonés era acuchillado por un trastornado en las puertas de un colegio japonés de Shenzhen. Un parecido excesivo para descartar la imitación.
Impedir el pánico o su repetición
La prioridad de China ante una tragedia es impedir el pánico y su repetición. La información es secundaria. Sobre el accidente aéreo que mató a 132 personas en 2022 en Wuzhou concluyeron los investigadores internacionales que fue voluntario, pero de la resolución no habló nunca la prensa. Debió de considerar el Gobierno que su pueblo, aprensivo por naturaleza, no necesitaba pensar en pilotos suicidas antes de facturar.
Xi Jinping, presidente y vértice de esa estructura paternalista, ha pedido más brío estos días en la prevención y control de riesgos. Un cargo policial citado por el matutino hongkonés ‘South China Morning Post’ desvelaba hoy que hasta Zhuhai han llegado agentes de ciudades vecinas. Su fin es atajar el pánico social, que la gente se sienta segura de nuevo entre uniformes, basta con su presencia y ni siquiera importa que cumplan órdenes quiméricas. “El atacante tenía dificultades en su relación de pareja y nuestro deber es ahora identificar a otros ciudadanos con dificultades similares y ofrecerles ayuda antes de que se repita”, revelaba. El listado de sospechosos se antoja inabarcable.
Entre las grietas de la Gran Muralla Cibernética, el aparato censor, se han colado discusiones variadas. Algunas critican el silencio de la prensa nacional, otras se preguntan por esa extraña pulsión de los desesperados en China a vengarse con inocentes.