Lloran los chinos a las decenas de muertos que dejó un enajenado al volante en un estadio deportivo el lunes en el sur del país. Lloran los que conocen el suceso porque China ha ordenado la sordina y la noticia es tan ubicua en la prensa extranjera como clandestina en la nacional. Es legítimo preguntarse por qué un Gobierno silencia una tragedia de la que carece de culpa y que podría haber pasado en cualquier otro país. Responde a su rol paternalista extremo: prefiere proteger a sus ciudadanos que tenerlos informados. 

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