Para entrar a la barraca de Vicente hay que pasar por dentro de un Peugeot 206 verde, que está debajo de otro coche y apoyado a un muro de la casa. No sabe explicar cómo esa barraca situada al lado de la carretera y donde él vive sigue en pie.
La estructura aguantó, pero lo de dentro es zona catastrófica. «Tenía aquí hasta documentación, mi cocina…. Todo se ha echado a perder y supongo que tendré que ir a casa de mis hijos», cuenta este mecánico que se acababa de jubilar.
La riada cogió a Vicente en esta construcción precaria al lado de la carretera cerca de La Torre, y en cuanto vino el agua, decidió salir corriendo. «Dejé a la perra en la planta de arriba y corrí lo más rápido que pude hasta el pueblo, pero el agua me llegaba casi hasta la rodilla», recuerda.
La sorpresa llegó cuando, a la mañana siguiente, la barraca seguía en pie y su perra sana en la planta de arriba. Las casas de ambos lados fueron tumbadas por la lluvia, la suya no. Los daños, sin embargo, fueron enormes y tardarán semanas en repararse.
Éxodo por comida
La barraca da a un camino que custodia la carretera y que va lleno de gente de las pedanías del sur de València que tratan de llegar a la capital para conseguir comida, ya que ningún supermercado ni tienda resistió al impacto del agua, y el pillaje y los saqueos es norma dos días después.
El agua potable es el bien más preciado, ya que lleva cortada dos días y los supermercados están cerrados. También es lo que más traen los voluntarios que caminan en dirección a la zona inundada, pasando por delante de la barraca de Vicente.
Las marcas del agua en el interior llegan a metro y medio de altura, dejando muebles y electrodomésticos completamente inservibles, igual que el banco de trabajo o la cocina que tiene en otras estancias de la casa. Es igualmente milagroso que todas sus mascotas estén bien, ya que varios perros salieron espantados pero sobrevivieron. «Alguien los cogió al dia siguiente y tengo que ir a por ellos a una protectora», cuenta.
Todo destrozado
Vicente enseña su barraca y su jardín completamtente destrozadas y le sale un suspiro y un «es lo que hay». Poco a poco tratará de reconstruir su vida y lo poco que le queda allí, aunque de momento las autoridades no pueden atender el nivel de destrozo de las pedanías del sur de València.
La barraca ha quedado rodeada de coches amontonados y escombros de techumbre de otras casas, pero en pie. En el jardín Vicent señala la casa de su vecino, un chico joven que «se la acababa de comprar y la había reformado un poco. Una pena», lamenta.
En la parte de detrás, lo que solía ser un jardín ahora es un desastre con un palmo de barro en el que a penas se puede andar. Vicent no sabe ni lo que ha perdido, y sólo puede constatar el desastre. Al salir señala varios de los coches que rodean la casa y dice «estaban todos flotando». De hecho el suyo, un Mercedes que había estado arreglando él mismo, ha quedado atascado en un bancal a cientos de metros de allí.
Vicent relativiza pese a la tragedia, porque ha podido salvar la vida. «Tenía aquí todo. Es una faena pero estoy bien, que es lo importante. Me acababa de jubilar y ahora me toca empezar de cero como quien dice», cuenta.