El municipio más golpeado por la DANA se ha convertido a su vez en el epicentro de la solidaridad. Hasta Paiporta se desplazaron ayer miles de personas cargadas con palas, escobas, garrafas, alimento y cualquier producto que pueda resultar útil en medio de la devastación. El pueblo está roto, pero en el ambiente flotaba una especie de euforia solidaria.
El caudal de víveres llegado desde Valencia desembocó en el Auditorio de Paiporta, convertido en un macrobanco de alimentos. Un contingente de voluntarios autoorganizados por redes sociales, asociaciones y fallas formó una cadena humana para clasificar las existencias y aligerar el flujo de personas.
“No para de entrar la comida y están todos los productos mezclados. Los estamos repartiendo en categorías y los llevamos a unas mesas traseras ya ordenados y listos para el reparto”, contaba Ana Pérez, una voluntaria paiportina. “Van entrando la gente de cinco en cinco y cada uno coge lo que necesita. Es impresionante. Se me saltan las lágrimas al ver cómo ha respondido la gente”, decía conmovida en medio de un mar de bolsas.
La gobernadora de ese caos se llama Belkis Olmos. Trabaja en Amigos de la Calle y tiene mucha experiencia coordinando reparto de comidas. Aunque el de Paiporta no es como los demás. “Todo el mundo se ha lanzado a la calle a intentar ayudar y está siendo una locura. Así no se puede. Hemos separado comida y bebida, pañales, productos de higiene y ropa. Estamos haciendo packs básicos para que la gente se los lleve sin bloquear el paso, porque la cola no avanza”, contaba a Levante-EMV.
«Quien diga que la juventud está perdida, que se pase por aquí»
Belkis ya había colaborado en otras situaciones difíciles de Latinoamérica o África, pero nunca en una catástrofe como esta DANA. Además de organizar los víveres prestaba su hombro. “Estamos escuchando muchas historias. Dos chicas se han desmayado al llegar a por comida porque llevaban tres días al límite”, narraba la voluntaria.
En otro extremo del hall daba tres órdenes por segundo la enfermera coordinadora de la mesa de los alimentos. El auditorio ofrecía las tres caras de la tragedia: la carestía, la adrenalina y la generosidad. Decía de pasada –sin tiempo para la prensa– que se precisan aspirinas y medicamentos para la tensión o los infartos, como la nitroglicerina.
Donaciones y robos
Más eslabones de la cadena: Nuria Arráez carga con bolsas a rebosar, raciona los alimentos, se abre paso entre la marabunta de gente y se toma un pequeño respiro. «Estamos desbordados», confiesa. «Están llegando suministros de toda España. Vienen camiones, tractores, gente en bicileta, gente andando desde lejísimos; la tragedia ha sacado lo mejor de mucha gente y lo peor de alguna, porque por las noches estamos viendo atracos aquí en Paiporta«, dice entre lágrimas, incapaz de contener la emoción y el nervio acumulado los últimos días.
La balanza entre donantes y vecinos desabastecidos caía del lado de los primeros, pero el segundo grupo también era numeroso y heterogéneo. Mari y Rosa acudían para coger escobas y algún alimento. Llevaban tres días alimentándose a base de leche, galletas y conservas; solo les consolaba una imagen. «Por la mañana veíamos a miles de chavales pasar con garráfas y cepillos y no parábamos de llorar. Quien diga que la juventud está perdida, que se pase por aquí», decían las vecinas otra vez al borde del llanto.