Una catástrofe tan mediática oculta zonas de sombra. Los puntos más devastados se llevan casi toda la atención, pero hay pequeñas tragedias fuera de foco que también reclaman auxilio. Es el caso de Castellar-l’Oliveral, una pedanía de huerta al sur de València. Sus vecinos dicen sentirse abandonados por las autoridades, especialmente los residentes de las zonas más agrícolas.
A la entrada del pueblo estaba José García sacando paladas de barro de su casa de campo, pegada al nuevo cauce del Turia. El desbordamiento le pilló en un piso al otro lado de la calle, pero cuando acudió a comprobar los daños se encontró una piscina de fango y ocho animales muertos. Limpiar todo aquello parece misión imposible. Pero no es su mayor frustración: “El ayuntamiento no envía a nadie y esto es devastador. El interior del pueblo es un infierno. Necesitamos ayuda y empatía, porque cuando vamos a los supermercados de los barrios de València para abastecernos de agua y comida nos lo encontramos todo arrasado”, lamenta.
En el otro extremo de la pedanía —atravesando calles cubiertas de lodo con bajos comerciales completamente echados a perder— se llega a la zona de Oliveral. La València del sur presume de tener un rico patrimonio agrícola con barracas y alquerías protegidas como Bienes de Relevancia Local. Patrimonio que la DANA ha puesto en jaque. En una de las casas de huerta trabajan a destajo Adrián Soriano, Cristina Tatay y Vicenta Sebastià. Les han prestado una retroexcavadora y no paran de sacar trastos inservibles. Aún es pronto para saber si han perdido su hogar.
“Los vecinos son una pasada, se están portando genial. Pero nosotros dependemos del Ayuntamiento de València y nos han tenido tres días abandonados. No tenemos agua, no hemos tenido luz, hemos dormido varios días en la cambra completamente aislados”, lamentan los vecinos pedáneos. “Sabemos que no somos los más afectados, está claro, que hay otros pueblos colapsados, pero hemos sufrido mucho. En las redes sociales nadie habla de Castellar-l’Oliveral y también estamos muy jodidos”, denuncian.
El drama huerta adentro
El camino de baldosas embarradas continúa y se adentra en las parcelas de alcachofas y patata hasta llegar a la alquería de Rosa Castelló, una joya legada por su madre que ahora intentaban rehabilitar. Les tocará empezar de cero. “Hemos perdido mucho mueble histórico, con valor, pero creo que somos unos privilegiados porque a pesar de todo, de vernos con una lengua de lodo encima, no perdimos la vida en la riada”, dice la mujer poniendo palabras al sentimiento de toda la pedanía. Se sienten afortunados porque siguen vivos. No es el caso de todos los vecinos. En una de las alquerías de Oliveral fallecieron dos ancianos sorprendidos por la riada. A escasos metros, María José friega su entrada con el estómago encogido. “Yo estaba en el piso del pueblo. Cuando vimos el lodo desde el balcón mi marido y mi hijo cogieron el coche e intentaron venir a por mi madre, que vive con su cuidadora. No llegaron, les rescataron los vecinos de otra alquería tirándoles la manguera desde arriba. A mi madre la salvó su cuidadora cargando con ella escaleras arriba. Tiene demencia y no se entera de mucho; lleva tres días aislada en la habitación”.