Existe una creencia antigua, una doctrina casi espiritual, sobre la que ciertos humanistas descansan: tanto la literatura como el arte en sí mismo son esenciales en la educación moral de una persona. La alquimia del pensamiento aumenta nuestra empatía hacia los demás, a la par que disminuye nuestra soledad. Todas las preocupaciones son humanas y el sentimiento de evasión, de poder ser otra persona durante un corto periodo de tiempo, es un deseo latente en todo ser humano. La humanidad y el arte van cogidos de la mano, y fue en una cárcel del estado Nueva York donde, el ahora director, Greg Kwedar aprendió de ello.
Sing Sing es la película que nace de toda esta tesis, y que debe su nombre a la prisión en la que su director aprendió esta moraleja. En España, habrá que esperar hasta el 10 de enero de 2025 para poder disfrutarla pero, desde su estreno en Estados Unidos (y su reciente paso en la Seminci de Valladolid), ya se está celebrando como una posible candidata al Oscar a Mejor Película en los siguientes premios de la Academia.
Kwedar, como explica en una entrevista a El Independiente, empezó a trabajar en la película «hará ocho años y medio» cuando, produciendo un documental en una prisión de Kansas, encontró en una celda a un prisionero junto a un perro de rescate. «Eso arruinó todas mis expectativas sobre las prisiones y la gente encarcelada, porque estaba viendo algo totalmente diferente: en esa habitación había compasión y cuidado, había curación y amor». Esa misma noche, en la habitación del hotel en que se hospedaba, Kwedar buscó sobre prisiones que estuvieran siendo parte del cambio, encontrando información sobre el programa ‘Rehabilitación a través del arte‘, de la cárcel neoyorquina de Sing Sing.
Desde 1996, este programa había puesto en marcha obras de teatro en la prisión, desde clásicos de Shakespeare a obras más actuales como A Few Good Me. Pero «fue un artículo de la revista Esquire, sobre una comedia musical de viajes en el tiempo (Breaking the Mummy’s Code)» lo que captó la atención del director. «Era una obra salvaje en un ambiente tan oscuro que lo sentí como la totalidad de la experiencia humana», explica Kwedar. Y, de ahí, nació Sing Sing, una historia sobre la esperanza en lugares desesperanzadores.
Una de las grandes fuerzas de la película son sus actores. Si bien el filme está protagonizada por los nominados al Oscar Colman Domingo (Rustin) y Paul Raci (Sound of Metal) son sus secundarios los que sorprenden al espectador, pues son los propios ex-presidiarios de Sing Sing quienes se interpretan a sí mismos, aunque, para el director, esto es «una simplificación de lo que vemos, porque realmente están actuando». Clarence Maclin es uno de estos ex-convictos cuya actuación está dando mucho de lo que hablar, y de la que el medio digital Collider defiende como «una de las mejores del año».
Kwedar recuerda que, «al regresar a este mundo, había mucho orgullo» pues, para estos hombres, «el programa significa mucho». Si bien se sentían muy «honrados de contar la historia de su experiencia al mundo, tenían también la aprehensión de volver a ser un prisionero y ponerse esos ropajes, que te quitan el nombre para convertirte en un mero número. En algo que es menos que humano. Pero ellos encontraron el confort en reconocer que el propósito de lo que estaban haciendo era mayor que ese desconforme, que esas ropas que antes fueron un uniforme, se habían convertido en un disfraz con el que ser un personaje. Hay muchísima libertad en eso».
Entonces, para los actores, la realidad superaba a la ficción. El arte se volvía una terapia en una película que abandera el latido de creación como acto de rehabilitación. El director recuerda una escena en la que los ex-presidiarios miran a cámara, trayendo consigo «un nivel de vulnerabilidad y nerviosidad adicional, como si se tratara de un espacio confesional». El arte los sana y contribuye en la reinserción social pertinente.
Según la base de datos World Prison Brief, en mayo de 2023, Estados Unidos era el sexto país con mayor tasa de encarcelamiento del mundo, con 531 personas por cada 100.000 habitantes. La probabilidad de regresar a la cárcel cinco años después de salir es, en el país americano, de más del 60% pero, para aquellos presos en programas como ‘Rehabilitación a través del arte’, «el porcentaje se reduce al 3%«, comenta Kwedar.
De esta manera, el director lo tiene claro: «cuando la gente tiene acceso al arte, prosperan; y, cuando se les quita el arte o la educación, retroceden. El arte nos ayuda a avanzar, y eso sucede con este programa, que espero sea accesible para cada persona encarcelada no sólo en mí país, sino en el mundo entero».
Con Sing Sing, Kwedar desempeña un papel protagónico en la reconfiguración de la percepción pública sobre la reinserción social, tanto en «la gente del exterior como en el interior de las prisiones, porque las personas encarceladas necesitan que les recuerden lo que es posible«. En cambio, en el exterior, el director espera crear un impacto «inimaginable» pues, una vez has visto a alguien como «un ser humano completo, con una historia y un nombre, no puedes verlo como menos de lo que es: una persona«.
La historia de la prisión de Sing Sing es una de las infinitas que suceden cada segundo, cada día, tras las paredes de una cárcel. Una película con la que abrir el camino a más historias para ser contadas, con las que reflejar la compleja humanidad de las personas que se encuentran tras los barrotes. Una realidad «sobre cómo la esperanza es, a menudo, una elección. No tenemos que aceptar la mano que el mundo nos ofrece, podemos empujarla y decir: no, hoy voy a encontrar la alegría aquí».