Es una de esas historias que conmueven. Historias íntimas del deporte. Historias que arrancan con un sueño que nunca llegas a creerte: “Cuando llegué al Mundial tenía 15 años y me creía el rey del mundo, ya era mayor”. Historias que te convierten en (casi) un héroe: “Cuando ganas, sea la competición que sea, es algo único, maravilloso”. Historias que tienen, siempre, un tropiezo, a veces duro, durísimo, inexplicable: “La sanción de cuatro años me la tomé con disciplina, cierta rebelión, pero la he olvidado ya de mi mente”. E historias que tienen un final apoteósico: “Volver a MotoGP tras cinco años de ausencia es algo que me reconforta muchísimo”.

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