Si la historia sirve para algo es para demostrar que la muerte de un líder no implica el fin de una idea. Y menos en Oriente Próximo. Eso mismo quiso reivindicar el grupo palestino Hamás tras el asesinato de su jefe Yahya Sinwar el pasado 16 de octubre. «Su muerte no acabará con la resistencia ni con la causa», defendió en un comunicado a la vez que confirmaba la pérdida. Pero, aunque los hechos desde el nacimiento del movimiento en los años 80 lo corroboran, ahora Hamás vive un momento excepcionalmente bajo. En julio, un ataque atribuido a Israel asesinó a su líder político, Ismail Haniya, en Teherán y, menos de tres meses después, murió Sinwar, que había asumido las funciones de Haniya. Más de un año de guerra en la Franja de Gaza ha arrasado con miles de sus combatientes, pero centenares de jóvenes siguen uniéndose a sus filas movidos por la rabia y el duelo en uno de los conflictos más letales de las últimas décadas. De momento, actúan sin un líder claro, a la espera de descubrir el mañana de Hamás.

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