La gente ha dicho siempre aquello de ‘De Madrid al cielo’, el cielo de Velázquez, tan querido, o ese que decía también Julio Llamazares, el cielo de Madrid, el de las noches de verano, y el de la contaminación, para que negarlo, cuando la boina se instala sobre el otrora poblachón manchego. Madrid es un cielo, sí, pero puede ser también un inferno, y en esas estamos. En la gran ciudad se mueven los hilos del poder, los que se ven y los que no se ven tanto, pero la economía ha pegado un estirón, y ya es la capital de las futuras torres (aún no muchas), y pudo ser incluso la sustituta de la City.
La guerra por el poder se ha instalado definitivamente en la capital, cada vez más esto es un Ayuso contra Sánchez, o viceversa, y se escuchan palabras gruesas y acusaciones de todo jaez, Sánchez más en lo presidencial y Ayuso más con su cosa castiza, que le pone y le mola.
Hay ahora mismo un desparrame dialéctico, este cocedero del poder donde los contendientes se cruzan en los patios, no con chapeo, capa y espada, afortunadamente, sino con los ojos en llamas, los rayos-x en los ojos, esos duelos que luego se destilan como un licor en las televisiones, pero también en las bancadas de los parlamentos, central y autonómico, donde, como digo, ha engordado la cosa verbal. Ya no parece haber límite al ejercicio de la húmeda, sea bífida o no, que en eso no me meto, y los ciudadanos asisten a las performances, al toma y daca, mientras se olvidan de lo importante.
Madrid fue rompeolas, por la nostalgia del mar imposible, pero no sólo el rompeolas de las marcas de lujo, ni de las tardes más mundanas en el Primark, popular pero situado en el cogollo de oro, ahora es rompeolas de la política furibunda, todo es un estallar de olas en el kilómetro cero, una gran marejada, un mar de fondo que viaja bajo los adoquines de las plazas, donde no está la playa, sino el gran abismo de las incomprensiones.
Sánchez vs Ayuso, y viceversa, así, creo, lo quiere la lideresa de Sol, o eso se deduce de su puesta en escena, y tal vez en Génova sientan el tremor del oleaje, que para eso tiene nombre de puerto de mar. Los barones no dicen demasiado, ahora que Ayuso declinó la visita monclovita, y sacan en las teles el vídeo de Feijóo, cuando dijo que, a Moncloa, si hay que ir, se va. Ayuso toma entonces la sartén matritense por el mango, subraya que tiene opinión propia y todo el poder de los madriles, que ya no es de corrales y conventos, sino más bien de City que quiere hacer negocios por la mañana e irse de cañas por la tarde.
Curiosamente, nadie habla de economía en este país desde hace meses, salvo, claro, el gobierno, y también Javier Ruiz, que es maestro de la cosa. Los del FMI dicen que la economía va como un tiro, que sube más de lo previsto, más que la espuma de la cerveza, esa libertad de las ocho de la tarde, pero por lo que sea Sánchez no logra rentabilizar el lado bueno de la legislatura, rodeado ahora, según los politólogos y no pocos tertulianos, por un ejército de lanceros en las redes, y por la oposición, incluso por algunos claros barones, porque surgen los conflictos como las setas en otoño. Ayuso parece dar un nuevo arreón, crecida como nunca mientras se asoma a su propio rompeolas.
Sánchez sabe que todo cambiará si llega a la roca salvadora de los presupuestos, donde colocará bandera y casa. De momento todo es tormenta, todo es galerna, y hasta Feijóo se ha quitado las gafas, ha mudado el look tras su cirugía ocular, esperando la atención de la cámara y de las cámaras.