“Dilexit nos”, en castellano “Nos amó”, es el título elegido por el Papa Francisco para su cuarta encíclica, hecha pública ayer. Está centrada en el Sagrado Corazón de Jesús, sobre el que, desde León XIII, ya habían escrito encíclicas otros cinco Papas antes que él. Son también muy recordadas las consagraciones al mundo al Sagrado Corazón de Pío XII y Juan Pablo II, o las palabras de Pío XI, al referirse al Sagrado Corazón como “la suma de toda religión” y “la norma de vida más perfecta”. Para la Iglesia, queda claro, esta no es una devoción particular más. Como escribe Francisco, “el Sagrado Corazón es una síntesis encarnada del Evangelio”.

Quien experimenta el amor de Jesús, escribe el Papa, está en disposición de “tejer lazos fraternos con los demás”. Para Francisco, la fraternidad es una necesidad acuciante para el mundo de hoy, desgarrado por las guerras y por estilos de vida consumistas e impersonales, que cada vez dejan menos espacio a lo realmente humano. El mundo, se lee en esta encíclica, parece “haber perdido el corazón”. Los propios católicos han asumido a menudo formas descarnadas de religiosidad. La vuelta a lo esencial del Evangelio, característica de los últimos pontificados, tiene que ver con una vivencia integral de la fe que refleje la “compasión” y la “ternura” de Dios. La renovación de “la devoción al Sagrado Corazón” que pide el Papa es, a la vez, una toma de conciencia de que el amor es el mayor gesto que podemos ofrecer al mundo, y el único fundamento para una verdadera civilización.

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