Asistí hace unos días a una conferencia impartida por Alfonso Borrego, en un céntrico local de  Albacete. Es historiador, presidente de la Sociedad Cultural del Patrimonio del «Camino Real de  Tierra Adentro», defensor de la huella española en el sur de EE. UU. y combatiente contra la  leyenda negra que ha distorsionado el legado de España en aquellas tierras que fueron la España  Americana. 

Cuenta también con un rasgo familiar especial, es bisnieto del jefe apache chiricagua Gerónimo, conocido por ser un líder que se enfrentó durante 40 años a las tropas de EE. UU. y de México en el s. XIX, en defensa de una cultura que languidecía por la llegada de tiempos nuevos. 

Recomiendo desde estas líneas asistir a sus charlas por varios motivos. Son muy amenas: Porque  están cargadas de anécdotas que vivió en sus visitas a diferentes tribus en EE. UU. y México.  Porque son producto de una investigación personal, una investigación que asumió por su cuenta  y a su cargo, que no es poco, buscando una verdad oculta bajo un tamiz de falsedades e  inexactitudes. 

Alfonso es un hombre valiente, que se ha atrevido a replantearse su ser, empleando una  reflexión de Julián Marías, de aquello que los demás daban por sabido. No es fácil ir contra  corriente y muchos siquiera valoran esta circunstancia, porque nunca se atrevieron a cuestionar  una memoria colectiva, aunque sea memoria errónea, porque pocos hay que posean un  pensamiento crítico. Muchas veces vivir bajo la mentira genera confort, aunque no sea un vivir  auténtico, aunque no sea un vivir verdadero. 

Una educación producto de viejos planes estatales, poco exhaustivos con la realidad de los  hechos. Unas enseñanzas que instruían en el desprecio hacia los descubridores, hacia España y  su modo de entender el mundo. Todo ello en beneficio de otras naciones europeas menos  amables con la población autóctona americana y en provecho de algunos gobiernos que se  constituyeron tras la independencia con España y la desaparición de los virreinatos. 

Hubo indios, todos americanos, que sintieron de corazón estas emancipaciones políticas, porque  quedaron desprotegidos del manto protector de la corona española y fueron condenados a  una desaparición sistemática en muchos lugares. 

Lo que España hizo, nada más llegar a tierras americanas, fue lo que ninguna civilización ha hecho al llegar a territorios desconocidos: regular jurídicamente el trato con los naturales de las  tierras descubiertas. Asíse dictaron las Leyes de Burgos u Ordenanzas para el tratamiento de los  indios, dictadas en 1512, por Fernando II de Aragón, regente del trono de Castilla. Se dictaron  por las quejas de los monjes dominicos sobre el trato que se dispensaba a algunos indios. Las  Leyes de Burgos son consideradas como antecedente de la Declaración Universal de los  Derechos Humanos de 1948. 

Otras leyes dictadas persiguieron idéntica finalidad. Por el emperador Carlos I se publicaron la Real Provisión de Granada de 17 de noviembre de 1526 y las Leyes y ordenanzas nuevamente  hechas por su Majestad para la gobernación de las Indias y buen tratamiento y conservación de  los indios, conocidas como Leyes Nuevas o Nuevas Leyes, en 1542. Son una pequeña muestra de otras muchas. Leyes producto de juristas por la exigencia de los teólogos y de las nuevas ideas  sobre los derechos naturales del hombre, derivadas del cristianismo. 

Como dato poco conocido citar el oficio de Protector de los Indios, creado en 1516, ejercido por religiosos. Suprimido por Felipe II, pasaron sus funciones a las Audiencias. No obstante, la necesidad de controlar los abusos obligó al mismo rey a institucionalizar el oficio en 1589 a  cargo, esta vez, de oficiales laicos. Se distinguían los protectores generales y los protectores provinciales. Aparecen con título propio en la Recopilación de 1680, lib. VI, tit. VI. 

Las referencias que Alfonso realiza a Juan de Oñate fueron numerosas. Fue un explorador español nacido en Zacatecas en 1549 que tomó posesión en un lugar que paso a llamarse S. Elisario (Texas). Puso bajo la protección de la corona española aquellos territorios que debían ser cristianizados en cumplimiento de la bula papal de Alejandro VI en 1493 para ser incorporados a la civilización occidental.  

En esa expedición dio a conocer a los indios la tecnología que portaban: la rueda, los telares con  que confeccionar ropajes, y un sinfín de herramientas. Un lenguaje, el español; técnicas de  combate, técnicas sanitarias y hasta animales domésticos y cultivos, desconocidos en América. Prueba de ello es que España les facilitó caballos y armas de pólvora. Incluso hasta el arco fue  aportación española. 

En la toma de posesión que hizo Oñate en 1598 hubo una frase que Alfonso enfatizó porque era  muy importante para destruir la leyenda negra de los españoles. Los naturales fueron  reconocidos como súbditos de la monarquía hispánica y por esa circunstancia España se  comprometía a preservar y proteger «a nosotros y a ellos». «Ellos», como enfatizó Alfonso, eran los indios, como así sucedió. 

Hoy, como consecuencia de esas directrices, encontramos que lasreservas de indios que existen  en EE. UU., solo se hallan en los estados de nombre español. Pero lo más importante es poder encontrar todavía indios únicamente en esos estados originariamente españoles como  Montana, Utah (en español antiguo Yuta) , Colorado, Texas, Nuevo México, Florida, California,  Arizona, Nevada… 

El día de Acción de Gracias en EE. UU., el llamado Thanksgiving Day, fue originariamente  español, celebrado por el marino y adelantado de la Florida, Pedro Martínez de Avilés, tras  fundar San Agustín el 8 de septiembre de 1565. Se organizó una comida y una misa de  hermandad entre españoles y los indios Saturiwa, 56 años antes que los peregrinos de  Playmonth Rock. 

También Juan de Oñate, organizó una comida y una ceremonia religiosa en El Paso (actual Texas)  el 30 de abril de 1598 entre los 600 colonos españoles y los indios Manso, cuando surcaron el  rio Grande después de un largo trayecto por el desierto de Chihuahua. Hoy es reconocido como el día de Acción de Gracias Texano y así ha sido recogido por disposiciones norteamericanas. 

En la charla de Alfonso me llamó la atención una apreciación que hizo: los españoles no  necesitaron firmar tratados de paz con los indios. Como súbditos del rey disponían de los  mismos derechos que los castellanos.  

Asistir a sus conferencias es oír en presente, en el hoy, lo que hace siglos los españoles hicimos.  Es una didáctica interesante y enriquecedora y que ofrece una perspectiva de aquellas hazañas  hoy casi olvidadas.

Me parece un gesto extraordinario que sea Alfonso, un norteamericano, un indio apache  chiricagua, quien venga a rescatar del pasado estas vivencias que es historia que tuvo que ser  retenida por unos españoles hoy indolentes y de tenue memoria ante estos grandes sucesos. 

Muchas más cosas y anécdotas se dijeron, pero para asombrase con ellas es bueno que se asista a escucharle y aprender de un hombre con sabiduría.

Fuente