El templo debía ser helicoidal, se lo habían dicho los espíritus. Contactaba con ellos con asiduidad. Como médium, siempre aseguró que lo que le transmitían le permitía conocer lo oculto, lo que la ciencia no lograba ver y la religión tradicional escondía. A Hilma af Klint (Estocolmo, 1862-1944) su obra, en gran medida, se la susurraron, se la ‘encargaron’ los espíritus. El templo donde debía ser expuesta sería grandioso, a semejanza de las catedrales y los grandes lugares de culto. Tras cada de comunicación con el más allá llegaba la inspiración y la creación y así hasta componer una colección de 193 obras que agrupó bajo la colección ‘Pinturas para el templo’. Unas de grandes dimensiones para los ‘altares’ y otras menores para el resto de los espacios. Al espiritismo le acompañaron corrientes y simpatizantes y corrientes de pensamiento como el ‘rosacrucismo’, la ‘teofísica’ o la ‘antroposofía’.    

El templo nunca se construyó y las obras apenas se exhibieron. Hilma af Klint pensó que la sociedad de su tiempo no estaba preparada, que aquel nuevo arte de pinturas y dibujos que ella hacía debía esperar su momento. Lo dejó escrito. Su obra no se mostraría hasta dos décadas después de morir. Lo planificó hasta el extremo en un cúmulo de cuadernos y libretas llenas de anotaciones en las que desarrollaba cada una de sus obras, el modo de crearlas, de entenderlas o la forma de ordenar las series y los bloques de obras creadas durante años bajo la inspiración y conexión espiritual.

Ahora el Museo Guggehnheim de Bilbao le dedica una exposición en las que se pueden ver muchos de sus trabajos. Desde este viernes y hasta el 2 de febrero, la muestra, que abarca un recorrido completo por su obra, incluye desde sus primeros trabajos de temática tradicional hasta sus series más destacadas, como ‘Pinturas para el templo’, ‘Perceval’ o la dedicada al átomo, así como sus acuarelas tardías.

Especial atención merecen las obras las englobadas en su proyecto de ‘Pinturas para el templo’ que alimentó durante una década. Su obra parte de la idea de romper con todas las normas restrictivas, con todo lo aprendido. Los espíritus, el conocimiento esotérico o la teofísica serían su inspiración. Una corriente de pensamiento basada en la idea de que al comienzo del mundo existía una unidad que se rompió y que la vida no es más que un camino para volver a unir fuerzas opuestas separadas por la creación, como el bien y el mal, lo masculino y lo femenino. La teofísica, un movimiento fundado en Nueva York, también influyó de modo determinante en su obra. Buscaba el conocimiento a través de la intuición, la meditación o cualquier otro medio de trascender la conciencia humana.

«Aire fresco, rompedor»

“Klint es aire fresco, algo rompedor y una artista de la que desconocemos aún mucho”, asegura Lucía Agirre, curator del Museo. Afirma que haber permanecido durante muchos años alejada de las exposición pública ha hecho que aspectos de su obra y vida sigan siendo en muchos casos confusos. Incluso la autoría de alguna de las obras se pone en duda. Las comisarias de la exposición afirman que el hecho de que contara con gente a su alrededor que le «ayudara no quiere decir que la autoría de la obra no fuera suya».

Recuerda que su atracción por el mundo espiritual y las corrientes de pensamientos alternativas “era algo muy de moda en la clase intelectual y artística de su época”. Agirre señala que en contra de lo que se cree, Klint no fue una mujer aislada y solitaria. Se implicó en muchas corrientes, defendió el derecho al voto de las mujeres y participó de la sociedad de su tiempo. En 1896 funda el grupo ‘las cinco’ (De fem) con otras cuatro mujeres –Anna Cassel, Sigrid Hedman, Mathilda Nilsson y Cornelia Cedeberg- con las que se reúne con asiduidad para realizar sesiones de espiritismo. Conectar con el más allá les servía para canalizar después a través de la escritura y los dibujos automáticos algunos de sus trabajos.

Los ‘guías espirituales’

Todas ellas afirmaban que tras las sesiones recibían ‘encargos’, incluso en modo en el que debía ejecutarlos. Así lo dejó escrito en relación a ‘La estrella de siete puntas’, el conjunto de obras que, según reveló, los guías espirituales le ordenaron pintar “tres grupos de siete cuadros, cada uno a intervalos de siete días”. También consta en la serie ‘Los diez mayores’, en la que una revelación le insta a pintar una decena de cuadros “de belleza paradisiaca” que muestren al mundo las cuatro etapas del ser humano; la infancia, la juventud, la madurez y la ancianidad. Todos ellos cuadros de grandes dimensiones y ejecutados de modo vertiginoso siguiendo las indicaciones de los ‘guías espirituales’.

Sus trabajos apenas eran conocidos. Tan sólo su círculo cercano y de confianza pudo verlos. Una de sus figuras más admiradas, Rudolph Steiner, líder de la Sociedad Teosófica alemana, fue uno de los pocos invitados a conocer su estudio.

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