Las bolsas chinas viven estas semanas un frenesí, alternando ganancias y pérdidas históricas, con los inversores pendientes del rosario de ruedas de prensa para abalanzarse al ‘parquet’ o huir del mismo. La volatilidad, siempre señalada por Pekín como una de las principales amenazas a su economía, no llega del entorno externo convulso que temía, sino de una política comunicativa errática. No es la mejor estrategia para devolver la confianza al mercado.
Con el anuncio de los estímulos monetarios de finales de septiembre se desató la vorágine en los ‘parquets’. El Banco Central redujo el coeficiente de reservas bancarias y recortó el tipo de interés de referencia. Las reformas alcanzaron a la bolsa, agilizando su funcionamiento y facilitando la compra de títulos. Un día después, grandes urbes como Guangzhou, Shanghái y Shenzhen relajaron o jubilaron las restricciones a la compra de la vivienda. Quedó certificado el giro tras décadas en las que China las usó para embridar la especulación. Y las inmobiliarias, tras años encadenando dramas, subieron su cotización.
Hasta un 3% subió el CSI 300, uno de los principales indicadores chinos, en su mayor repunte en década y media. No les importaba a los chinos qué acciones comprar en aquellos días, solo subirse a la ola. Las aperturas de cuentas de pequeños inversores en las corredurías alcanzó su récord, según la prensa hongkonesa. No es la primera vez en China que una expansión bursátil briosa atrae una alegre masa que ignora sus fundamentos más rudimentarios, convencida de que la cotización sólo se mueve en un sentido y de que, si al final se tuerce el asunto, ya llegará el Gobierno para arreglarlo. Esas aventuras aquí tampoco acaban bien. Explicaba Rockefeller que sabía llegado el momento de vender sus acciones cuando su carnicero entraba en bolsa y en China ha entrado ya el becario de la carnicería.
Con ese optimismo exacerbado cerraron los ‘parquets’ en la semana de vacaciones. Tras su fin había convocado la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma (CNDR) otra rueda de prensa para prorrogar el júbilo. Avanzaría las políticas fiscales, un complemento imprescindible a las medidas monetarias recientes, para reflotar la economía. Habían pronosticado los analistas un bazoka y muchos hablaron de una pistolita de agua. Apenas habló la CNDR de una partida de 20.000 millones de dólares para mitigar la deuda de los gobiernos locales y financiar nuevos proyectos, incidió en su compromiso de auxiliar al sector inmobiliario sin desvelar nuevas políticas y se extravió en tecnicismos.
Medidas fiscales
Ni una palabra de las medidas fiscales para avivar el consumo interno. La decepción castigó las bolsas. La de Shanghái perdió un 6,6%, su mayor retroceso desde la pandemia. La de Shenzhen se dejó más del 8%, su peor marca en casi tres décadas. Al desastre contribuyeron tanto las expectativas arruinadas como la comprensible recogida de ganancias pero Pekín se sintió impelido a cortar la hemorragia. Convocó otra rueda de prensa para explicar, ahora sí, su arsenal fiscal.
A Lan Foan, ministro de Finanzas, no le faltaron ganas ni entusiasmo el sábado, pero sí dinamita a su mensaje. Los analistas apostaban por subsidios generalizados, cheques al consumo, ayudas a las familias con hijos y otras medidas que sumaran uno, dos o tres billones de yuanes. Pero esa cifra mediática no llegó y el resto pareció irrelevante: las promesas de un “sustancial incremento” de la emisión de deuda para auxiliar a los más desfavorecidos, la posibilidad de que los gobiernos locales emitan bonos especiales para comprar las viviendas no vendidas y alquilarlas a precios subvencionados… La brecha entre lo que el mercado quería escuchar y lo que Pekín ofreció prorrogó las pérdidas en las bolsas.
“Lo anunciado hasta ahora no basta”, señala por teléfono Alicia García-Herrero, economista jefe para Asia Pacífico de Natixis. “En el ámbito fiscal deberían destinar este año como mínimo tres billones de yuanes y anunciar también reformas estructurales en el estado de bienestar y ayudas al desempleo. Es una situación complicada pero han conseguido calmar el mercado y disponen del fondo creado con el Banco Central para intervenir el mercado de acciones. Quizá por eso no van más lejos, pero en mi opinión es un error”, continúa.
A Pekín le persigue su compromiso de alcanzar este año un crecimiento del 5% que muchos analistas juzgan quimérico. A su economía la lastran la deuda paquidérmica, un mercado inmobiliario en crisis desde que cayó Evergrande y el rápido envejecimiento de su población. El consumo interno, que debía sustituir a las exportaciones como motor económico, no remonta por la percepción social exagerada de la situación actual. Las recientes vacaciones por el Día Nacional se entendían como un termómetro. A diferencia de las de Año Nuevo, más familiares, en estas aprovechan los chinos para viajar por el país y el continente. El gasto fue un 2 % menor a los de las últimas vacaciones prepandémicas, según datos oficiales. No es una tragedia pero subraya que aquel desacomplejado despilfarro ha quedado atrás.
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