Las bolsas chinas viven estas semanas un frenesí, alternando ganancias y pérdidas históricas, con los inversores pendientes del rosario de ruedas de prensa para abalanzarse al ‘parquet’ o huir del mismo. La volatilidad, siempre señalada por Pekín como una de las principales amenazas a su economía, no llega del entorno externo convulso que temía, sino de una política comunicativa errática. No es la mejor estrategia para devolver la confianza al mercado.

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